En 2011, millones de mexicanos viven con miedo. Miedo a perder la precariedad con la que se vive, a prescindir de los medios de supervivencia. Muchos sienten temor de perder un empleo sin prestaciones de ley y en el que no generan antigüedad, porque el escenario que enfrentarían sin él sería mucho peor.
Otros tantos sienten terror de la idea de no haber visto lo peor aún; que los márgenes tan estrechos de convivencia cotidiana que una década de gobiernos panistas han producido terminen de desaparecer por completo. A ser uno de los “daños colaterales” a los que con desdén se refirió Felipe Calderón.
Miles de ciudadanos que en otros tiempos salieron a la calle a ejercer su derecho a protestar se han paralizado por apatía, frustración, pero también por temor.
El escenario actual es caldo de cultivo para que muchos anhelen la sensación de seguridad por algo conocido, que emprender una nueva aventura, que signifique un nuevo riesgo, otro salto al vacío. Algunos votarán con alarma, y no lo harán por el candidato(a) del PAN, que representará en la boleta un bagaje de 12 años continuos de fracasos en el terreno económico, político y social. Muchos de ellos tampoco lo harán por el candidato del Movimiento Progresista, años de propaganda mediática en contra, así como errores propios han logrado inquietar a un sector importante de electores. Votarán por aquellos que alguna vez nos prometieron llevarnos al primer mundo y hoy en día nos venden un final feliz de telenovela que terminará con la pesadilla que padece el país.
Después de que en las elecciones de 1988, Carlos Salinas de Gortari fue declarado triunfador en medio de una crisis política hasta entonces inédita, muchos auguraban el principio del fin del PRI en el poder. La gran batalla se daría en el marco de las elecciones de 1994, cuando por fin podría llegar la tan anhelada transición a la democracia.
Una estrategia bien concebida de golpes mediáticos y de alianzas con poderes fácticos relegados por el príísmo de antaño como el PAN, así como la implementación de políticas económicas que parecieron dotar al país de resultados a corto plazo, lograron que el PRI se reposicionara.
El grupo de tecnócratas que arribó a la Presidencia de la mano de Carlos Salinas no pertenecían al PRI tradicional, pero supieron aprovechar las ventajas de un sistema autoritario para implementar un programa de corte neoliberal (liberalismo social) que en democracia hubiese tenido mayores resistencias. El ejemplo de ello es que se dio un caso similar con Augusto Pinochet en Chile, y con Alberto Fujimori en el Perú, quienes con regímenes abiertamente dictatoriales lograron imponer el consenso de Washington. Para capitalizar las ganancias a corto plazo de dicho sistema, dichos gobiernos contaron también con el invaluable apoyo de las televisoras, quienes convencieron a buena parte de la población que las conquistas sociales que fueron derogándose iban en beneficio de las mayorías.
Por la imagen que había promovido ante el mundo como un gran modernizador, rumbo a las elecciones federales del 1994, Salinas de Gortari se vio obligado a dar por lo menos un barniz de apariencia democrática para evitar recurrir en el descrédito de la anterior elección.
Ello no significaba que el entonces presidente renunciaría a los privilegios del sistema autoritario. El 28 de Noviembre de 1993, el dedazo fue a favor de Luis Donaldo Colosio, en un evento no muy diferente al que aconteciera 18 años después con la unción de Enrique Peña Nieto como precandidato único.
Casi nadie en ese entonces esperaba lo que acontecería unas cuantas semanas después; el levantamiento del EZLN sacudió por completo el panorama político-electoral.
A raíz de los días que sacudieron al país y buena parte de la opinión pública nacional e internacional, al régimen no le quedó otra alternativa que abrir una pequeña rendija.
Se pactaron cambios a la ley electoral y a la estructura del IFE, pero la manipulación de los medios de comunicación, el desvió de recursos públicos, así como la concentración de aportaciones de la iniciativa privada, serían dominio del partido del gobierno.
El asesinato de Colosio en Marzo de ese año sacudió la consciencia colectiva del país, aunque las condiciones del crimen generaron suspicacia inmediata, el crimen abonó a crear un ánimo social que no favoreció al cambio.
En pocas horas, desde el poder presidencial se impuso a un candidato substituto que a todas luces tenía el perfil de ser un político sin proyecto ni equipo propio, más bien se especuló en su tiempo que sería un instrumento de manipulación.
Las televisoras se pusieron de inmediato al servicio del improvisado candidato y encontraron en él al hombre ideal para encabezar los destinos del país.
Aunque en aquel año se celebró el primer debate entre candidatos presidenciales en la historia, y se cedieron algunos espacios a los candidatos de oposición, los dados estuvieron cargados hacia el candidato oficial, que tuvo la fortuna de contar con otro contendiente comparsa, el panista Diego Fernández de Cevallos que minó aún más las posibilidades de alternancia.
A pesar de la oleada democrática a finales de los años 80 y principios de los 90 que lo mismo había sacudido regímenes autoritarios en Europa del Este y en América Latina, en México la convulsión interna de 1994 tuvo como consecuencia que el cambio se vislumbrara más lejano que nunca.
Los medios de comunicación ayudaron a vender la idea de que un cambio en aquellas condiciones era irresponsable, y hubo un prominente concesionario de televisión que incluso aseguró que el país no estaba preparado para la democracia.
La historia reciente evidencia que las amenazas de caos tienden a cumplirse en manos de aquellos que se benefician de la difusión de dichas proclamas histéricas. En 1994, las advertencias de que un triunfo de la oposición se traduciría en una hecatombe financiera se cumplieron a cabalidad, pero con la victoria de Ernesto Zedillo.
Hoy en día desde el Canal de las Estrellas se promociona a un personaje que no puede citar tres obras literarias como el hombre más capaz de gobernar, como antes se cargaron a favor de un candidato que destacó por su nerviosismo, falta de sensibilidad social así como una serie de desafortunadas declaraciones que resultaron en un humor involuntario que muchos olvidarían al ser superado con creces por Vicente Fox.
Resultaría trágico que este escenario de percepciones efímeras que permean en el electorado se vuelvan cíclico, con consecuencias de sobra conocidas.
La oportunidad de los medios alternativos de comunicación y redes sociales es de la misma magnitud de sus retos, pero como lo evidencia el escándalo en torno a la exhibición de Enrique Peña Nieto en la FIL de Guadalajara existe la posibilidad de que través de ellos, se pueda aportar información adicional al guión escrito por aquellos que a través de los mismos métodos buscan imponer como verdad una falsa sensación de seguridad que la mayoría de las veces tiende a desvanecerse con el paso del tiempo.
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