Que libros y películas de la llamada saga
hayan obtenido un éxito prodigioso entre un público fundamentalmente joven, habla de qué tanto han influido ciertas enfermedades como el sida y el repunte, en Estados Unidos, de una derecha cristiana para volver a actitudes conservadoras en cuanto a la revaloración de la virginidad y la castidad. Resulta que Bella Swan (Kristen Stewart), la de los modos nerviosos y la sonrisa apretada, llevaba las tres películas anteriores con el mismo dilema ante entregarse por completo a su insípido novio, complicado además por el cortejo del licántropo Jacob (el descamisado Taylor Lautner).
Esta cuarta parte, titulada Amanecer, representa el fin de tanto coitus interruptus, pues la pareja ha decidido casarse con una suntuosa ceremonia, seguida por una luna de miel en una isla brasileña. Ahí es cuando empiezan los problemas antes previstos, pues las dos especies no son exactamente compatibles. El desempeño sexual sigue siendo reprimido por parte de Edward, mientras Bella siente –como tantas otras recién casadas– que no le han cumplido. Lo peor de todo es que se ha practicado un sexo pudoroso pero no seguro, entonces la de por sí anémica chica empieza a padecer los síntomas de un embarazo monstruoso.
Dirigida por Bill Condon sobre un guión a veces incoherente de Melissa Rosenberg, Amanecer sufre de irremediables rupturas tonales: la inicial película sobre los preparativos inseguros de una boda, es seguida por otra turística sobre una luna de miel tropical, que deriva en el primer asomo de verdadero horror en toda la serie. Dicha parte se centra en el embarazo de Bella y sus consecuencias, por lo que se emparenta con el horror obstétrico de las películas sobre el Anticristo. En efecto, hasta el padre de la criatura se refiere a ella como una cosa
y nadie sabe cuál va a ser el resultado: las máquinas de ultrasonido no revelan lo que hay en el saco embrionario. El clímax parece coquetear también con el horror orgánico a lo Cronenberg, pero se arrepiente, tras uno que otro detalle repulsivo.
A fin de cuentas, Amanecer es quizá la única cinta de vampiros que satisfaría a gente como el Sr. Serrano Limón: no sólo se evita el sexo premarital, sino cuando un embarazo pone en riesgo la vida de la madre, lo sensato es arriesgarse con tal de no abortar. Bella en sí es un personaje tan pasivo, tan sumiso a las decisiones de los demás que marca un retroceso al concepto de la mujer independiente en estos tiempos posfeministas: ésta sólo aspira a casarse como fin existencial pues, a pesar de estar terminando la prepa, nunca se le plantea algún otro interés que andar noviando con galanes bestiales.
Al margen de esos reparos ideológicos, Amanecer abunda en los elementos de sus predecesoras –la familia de vampiros carilindos que, sin cumplir una clara función dramática, podría pertenecer más bien al catálogo de invierno Totalmente Palacio, la rivalidad con lobos digitales –y parlantes– del tamaño de un toro de lidia, los interludios para cancioncitas pop, el constante paisajismo del noroeste pacífico de Estados Unidos—que parecen servir de relleno para estirar lo más posible unas premisas que no dan para mucho. Por lo pronto, la cuarta novela de Meyer se ha dividido para rendir una quinta parte, a estrenarse en un año. ¿Este es el tipo de cine que quiere ver la mayoría de la gente? ¿De veras?
Crepúsculo: la saga-amanecer, primera parte
(The Twilight Saga: Breaking Dawn-Part 1)
D: Bill Condon/ G: Melissa Rosenberg, basado en la novela homónima de Stephenie Meyer/ F. en C: Guillermo Navarro/ M: Carter Burwell; canciones varias/ Ed: Virginia Katz/ Con: Kristen Stewart, Robert Pattinson, Taylor Lautner, Billy Burke, Peter Facinelli/ P: Sunswept Entertainment, TSBD Louisana, Temple Hill, Total Entertainment, Zohar Entertainment, EU, 2011.
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