5/28/2013

La crisis del perdedor



Alberto Aziz Nassif
A la memoria de José María Pérez Gay

Cuando un partido político pierde el poder presidencial en las urnas, lo más probable es que entre en una crisis profunda, como le sucedió al PAN en 2012. Cuando un partido pierde una elección presidencial por medio punto porcentual en medio de un conflicto, lo más probable es que entre en una crisis interna, como le sucedió al PRD en 2006. Cuando un partido pierde en dos ocasiones la presidencia y obtiene el peor resultado de su historia, puede irse a una crisis o recuperarse, como pasó con el PRI en 2006. Este fenómeno que podemos llamar la crisis del perdedor, se ha expresado con mucha virulencia en México. El fracaso divide y la victoria unifica.

Después de su derrota en el año 2000 el PRI se dividió, su crisis vació oficinas y presupuestos y dejó un panorama desolador. En la pelea por ganar la presidencia del partido se produjo un resultado impugnado como fraudulento, pero como entre gitanos no se leen la suerte, al final se impuso la disciplina. El PRI se empezó a recuperar, ganó elecciones locales y repuntó en las intermedias. La maquinaria se había vuelto a poner en funcionamiento, sin embargo, la división interna, los pleitos entre Madrazo y Gordillo y la mala candidatura presidencial llevaron a ese partido al tercer lugar, su más bajo rendimiento en toda su historia, que es larga. El PRI pasó de ser uno de los mejores inventos para institucionalizar la lucha por el poder después de la Revolución, a ser un partido hegemónico, luego fue un partido dominante, más adelante en la competencia llegó a perder y ahora ha regresado a ser el partido gobernante.

En el caso de la izquierda tenemos una historia diferente. Entre la marginalidad y la ilegalidad, la izquierda —en su vertiente partidaria— inicia su incorporación contemporánea a la vida político institucional a partir de la reforma de 1977. Durante los años siguientes hace un proceso de unificación (de PCM a PSUM a PMS) hasta llegar a formar un partido fuerte, el PRD, en 1989. A pesar de la furia salinista en su contra, se logra mantener en la escena política y cuando cambian las condiciones y las reglas, empieza a ganar posiciones importantes, gubernaturas, legisladores, y en 1997 gana la ciudad de México. En 2006 el PRD llega a la antesala de Los Pinos, pero se queda afuera por medio punto porcentual. Sus errores y una campaña que violenta las reglas le impiden ganar. Seis años después regresa a la competencia por la presidencia pero, a pesar de que obtiene el segundo lugar, no logra mantener la unidad y se fractura. En septiembre pasado se inicia la construcción de otro partido, Morena. La fragmentación vuelve a ser parte de su dinámica política. En los próximos meses y años veremos una disputa interna por votos, bases, territorios y recursos, proceso que a simple vista no ve favorable para fortalecer una opción unificada de izquierda y presentar un frente competitivo en las urnas.

El PAN, el mayor partido de la derecha, ha tenido en su historia pugnas internas y fracturas. Recordamos la división entre Efraín González Morfín y el grupo de Pablo Emilio Madero; después, el pleito entre los llamados bárbaros del norte y los doctrinarios; más adelante llegó la salida del grupo Foro Democrático y Doctrinario. Mientras el PAN fue un partido de oposición las pugnas internas más estridentes fueron por razones de estrategia frente al poder y doctrina; pero una vez que se convierte en partido de gobierno, las diferencias se vuelven más pragmáticas. Alguna vez Diego Fernández de Cevallos declaró, ya cuando Fox era presidente, que esperaba que en la siguiente sí ganara el PAN. La declaración, medio en broma y medio en serio, muestra el complicado juego de identidades del partido. La derrota panista del 2012 divide a los grupos y el viejo problema que regresa es: cómo ubicarse frente al gobierno del PRI. La remoción de Ernesto Cordero es una síntesis del conflicto. Al menos existen tres problemas que no ha resuelto el panismo después de 2012: una evaluación crítica de sus dos sexenios, pero sobre todo de la administración calderonista, uno de los gobiernos más desastrosos en el país en muchos años; otra será resolver el perfil de partido de oposición que puede ser; y, al final del año, tendrá que optar por el tipo de liderazgo que quiere para los siguientes años. Así es la crisis del perdedor que ese partido no ha resuelto y cuyos gobiernos generaron una gran desorganización y un debilitamiento del Estado.

Investigador del CIESAS

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