Detrás de la Noticia
Ricardo Rocha
En España puede producirse en breve uno de los sacudimientos democráticos más intensos de los últimos tiempos: la caída de la monarquía española, en medio de un escándalo de proporciones gigantescas. Además, en un escenario de incertidumbre, hipersensibilidad y nerviosismo colectivo como no se veía desde la despiadada guerra civil de los 90: millones de desempleados —“parados” dicen allá— que no tienen para el supermercado del día siguiente; casos inéditos de suicidas que se han quitado la vida arrojándose desde el piso del que viene a despojarlos el banco por no pagar la hipoteca; marchas sin fin con un reguero de chispas a punto del estallido por los enfrenamientos entre los “indignados” y la policía; y un creciente cuestionamiento social y mediático sobre si los desheredados del porvenir tienen la obligación de soportar a los herederos de la realeza.
Tan sólo de un año para acá, los españoles han vivido en la realidad un culebrón —telenovela— que nadie hubiera imaginado. Y es que el follón no ha sido para menos. Juan Carlos, un rey que se ganó el respeto por su papel en la transición a la democracia y por parar el golpe de Estado en el 81, se convirtió de pronto en la caricatura de sí mismo: en plena crisis económica se fue a cazar elefantes al África, pagándole una fortuna a su novia y guía, la alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein; tal vez por eso, cuando meses después enfermó, la reina Sofía fue a verlo no más de 15 minutos; vamos, que a tal grado se le ha perdido el respeto que la biógrafa de la casa real, Pilar Urbano, ha dicho públicamente que no se compliquen, que la cosa es muy sencilla: que al rey le gustan todas las señoras, menos la suya, punto.
Pero, sin duda, el escándalo que podría significar el final de los Borbón es el de su hija menor, la infanta Cristina, y su marido, Iñaki Urdangarín, quienes a través de NOOS —una especie de corporativo de caridad— se quedaron con grandes cantidades de euros precisamente destinados a los más pobres, además de evadir montos considerables al fisco. Una auténtica batahola agravada por el hecho de que hace apenas unos días el juez José Castro de Palma de Mallorca ordenó investigar con todas las de la ley a Cristina, porque —como dicen allá— nadie se cree que “pasaba de puntitas por el despacho de su marido, sin enterarse de nada”. Como tampoco nadie se cree que el rey no estuviera al tanto de las andanzas de su hijita socia al 50% de su marido. Algo que ilustró tal cual un empresario entrevistado hace poco en la televisión: ¿¡Cómo quería que no lo recibiese, si venía de parte del rey!?
Lo grave es que, de una curiosidad morbosa, los españoles han pasado a un hartazgo colectivo, luego, a una indignación creciente y ahora hasta a la rabia de cada vez más que exigen abolir una monarquía despilfarradora y vergonzante e instaurar una república digna y austera. Ya ni siquiera el príncipe Felipe representa una esperanza. “Lo único que tiene es talante, pero le falta talento”, dicen sus críticos, que tampoco perdonan el pasado cuestionable de su esposa Letizia, sobre la que se acaba de publicar una biografía no autorizada que ha provocado más de un sonrojo. ¡Ala! que cada vez tiene más seguidores una asociación civil y cibernética llamada “¡No llegarás, Felipe!”. En suma, la crónica de una caída anunciada.
Así que España podría dar una nueva lección al mundo y particularmente a México. Porque si eso les pasa allá a unos reyes de a de veras, por qué aquí habríamos de seguir soportando reyezuelos sexenales de pacotilla como un Calderón que nos dejó tantos pobres y tanta sangre; o como un patético Andrés Granier que saqueó y dejó quebrado a Tabasco, que gastó fortunas en mansiones y en camisas y que guardó por millones en pacas de a kilo en cajas de cartón. Y cuyo silencio es la mayor prueba de su culpabilidad. Porque, hasta ahora, no ha tenido el valor de dar la cara y salir a defender su ya pestilente nombre. Así que allá y acá, ¡hay que apurarle!
@RicardoRocha_MX
ddn_rocha@hotmail.com
Periodista
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