jueves, 30 de mayo de 2013
Gerardo Fernández Casanova (especial para ARGENPRESS.info)
Ofrezco una disculpa anticipada por el pesimismo con que escribo este artículo; los acontecimientos nacionales y mundiales no dan para alentar una visión optimista del futuro inmediato. La gota que derramó el vaso fue el contemplar la enorme concentración de enajenación colectiva que caracterizó la final del campeonato local de fútbol: expresión inequívoca de la manipulación de la mente y la voluntad de un muy amplio sector de la sociedad a la que dan el circo aunque le nieguen el pan.
Al ver las hordas de fanáticos enardecidas como si fuese la vida lo que se juega en la cancha y confrontarlo con la abulia con que se procesan los asuntos en que verdaderamente se decide la vida de la nación y de cada uno, no me queda más que sentir una profunda tristeza: la energía social se pierde en lo baladí y no alcanza para atender lo importante. Es la expresión más acabada del diseño de la manipulación de los poderosos para asegurar su dominio sobre la masa del pueblo y su consecuencia electoral: pueblo pobre que vota por quienes lo empobrecen.
Es desalentador. Qué sentido tiene esforzarse por proveer a la felicidad y el bienestar de un pueblo que se satisface con la pasión manipulada de un encuentro futbolístico. Cuántas trancas hay que remontar para convertir tal pasión en energía de transformación de las condiciones de injusticia dominantes, comenzando por la toma de conciencia respecto de tales condiciones y de sus verdaderas causas. Cómo se puede vencer el poder que conjuga, con perversa precisión, el garrote de la represión con la zanahoria del circo televisivo y las dádivas asistenciales, que depura su sistema educativo para conformar una masa acrítica e irracional perfectamente manipulable. Cómo hacer entender a quienes emocionados cantan el himno nacional en los eventos deportivos internacionales, que el “extraño enemigo” ya no osa profanar con su planta nuestro suelo, que ahora lo hace con su plata, sus costumbres y sus mercancías, pero que es más severo su yugo que si de un ejército invasor se tratase; que ahora es un guante de seda el que aprieta la garganta casi hasta la asfixia pero sin dejar marca y que, incluso, recibe la sonrisa agradecida por la generosidad de explotarnos.
No son tareas fáciles de cumplir, exigen de un gran compromiso y convicción, así como una importante dosis de sacrificio. En este oscuro panorama adquiere sentido pleno la remembranza de hombres como Arnoldo Martínez Verdugo y José María Pérez Gay, ambos recién fallecidos. Martínez Verdugo, artífice del esfuerzo unitario de la izquierda mexicana que desembocó en la formación del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), con la característica de haber deslindado al comunismo mexicano de la férula soviética que tanto daño hizo a la alternativa progresista en el país; Arnoldo nunca dejó de ser un referente importante y coherente en la lucha por la transformación de la realidad nacional. Por su parte, José María Pérez Gay, desde la trinchera del intelecto y las letras, fue un hombre de compromiso y de convocatoria que supo reunir a lo mejor del pensamiento mexicano en torno del Proyecto Alternativo de Nación postulado por Andrés Manuel López Obrador, que desoyó el canto de la sirena del oficialismo diplomático y cultural, con todo y su glamour y sus comodidades, y supo comprometerse en el esfuerzo ingrato de la regeneración nacional. Ni modo, nos enseñaron a luchar y a ser congruentes; no se les puede olvidar.
Tampoco se puede olvidar la capacidad de ambos para entender al otro, al adversario, y encontrar puntos de acercamiento honesto. Personalmente recuerdo a Martínez Verdugo en los años 80 cuando, en su búsqueda por sumar a las expresiones progresistas, contrarias a la hegemonía priísta, para formar una fuerza unificada con vocación de gobernar, nos convocó a un grupo de jóvenes reunidos en Acción Comunitaria A. C. (ACOMAC) y pudimos concertar acciones concurrentes al objetivo emancipador, no obstante las diferencias de corte ideológico. Es enseñanza útil en estos momentos de reacomodo de las fuerzas políticas en el país.
Por su parte, Andrés Manuel continúa en la brega por la transformación. Yo preferiría otra forma de actuación, una que haga política sin desconocer la existencia del otro y que busque hacer valer su peso electoral, pero ahí está y es el único referente real de la lucha en tiempo presente.
Insisto: ni modo, habrá que seguir, con todo y la locura futbolera.
Ofrezco una disculpa anticipada por el pesimismo con que escribo este artículo; los acontecimientos nacionales y mundiales no dan para alentar una visión optimista del futuro inmediato. La gota que derramó el vaso fue el contemplar la enorme concentración de enajenación colectiva que caracterizó la final del campeonato local de fútbol: expresión inequívoca de la manipulación de la mente y la voluntad de un muy amplio sector de la sociedad a la que dan el circo aunque le nieguen el pan.
Al ver las hordas de fanáticos enardecidas como si fuese la vida lo que se juega en la cancha y confrontarlo con la abulia con que se procesan los asuntos en que verdaderamente se decide la vida de la nación y de cada uno, no me queda más que sentir una profunda tristeza: la energía social se pierde en lo baladí y no alcanza para atender lo importante. Es la expresión más acabada del diseño de la manipulación de los poderosos para asegurar su dominio sobre la masa del pueblo y su consecuencia electoral: pueblo pobre que vota por quienes lo empobrecen.
Es desalentador. Qué sentido tiene esforzarse por proveer a la felicidad y el bienestar de un pueblo que se satisface con la pasión manipulada de un encuentro futbolístico. Cuántas trancas hay que remontar para convertir tal pasión en energía de transformación de las condiciones de injusticia dominantes, comenzando por la toma de conciencia respecto de tales condiciones y de sus verdaderas causas. Cómo se puede vencer el poder que conjuga, con perversa precisión, el garrote de la represión con la zanahoria del circo televisivo y las dádivas asistenciales, que depura su sistema educativo para conformar una masa acrítica e irracional perfectamente manipulable. Cómo hacer entender a quienes emocionados cantan el himno nacional en los eventos deportivos internacionales, que el “extraño enemigo” ya no osa profanar con su planta nuestro suelo, que ahora lo hace con su plata, sus costumbres y sus mercancías, pero que es más severo su yugo que si de un ejército invasor se tratase; que ahora es un guante de seda el que aprieta la garganta casi hasta la asfixia pero sin dejar marca y que, incluso, recibe la sonrisa agradecida por la generosidad de explotarnos.
No son tareas fáciles de cumplir, exigen de un gran compromiso y convicción, así como una importante dosis de sacrificio. En este oscuro panorama adquiere sentido pleno la remembranza de hombres como Arnoldo Martínez Verdugo y José María Pérez Gay, ambos recién fallecidos. Martínez Verdugo, artífice del esfuerzo unitario de la izquierda mexicana que desembocó en la formación del Partido Socialista Unificado de México (PSUM), con la característica de haber deslindado al comunismo mexicano de la férula soviética que tanto daño hizo a la alternativa progresista en el país; Arnoldo nunca dejó de ser un referente importante y coherente en la lucha por la transformación de la realidad nacional. Por su parte, José María Pérez Gay, desde la trinchera del intelecto y las letras, fue un hombre de compromiso y de convocatoria que supo reunir a lo mejor del pensamiento mexicano en torno del Proyecto Alternativo de Nación postulado por Andrés Manuel López Obrador, que desoyó el canto de la sirena del oficialismo diplomático y cultural, con todo y su glamour y sus comodidades, y supo comprometerse en el esfuerzo ingrato de la regeneración nacional. Ni modo, nos enseñaron a luchar y a ser congruentes; no se les puede olvidar.
Tampoco se puede olvidar la capacidad de ambos para entender al otro, al adversario, y encontrar puntos de acercamiento honesto. Personalmente recuerdo a Martínez Verdugo en los años 80 cuando, en su búsqueda por sumar a las expresiones progresistas, contrarias a la hegemonía priísta, para formar una fuerza unificada con vocación de gobernar, nos convocó a un grupo de jóvenes reunidos en Acción Comunitaria A. C. (ACOMAC) y pudimos concertar acciones concurrentes al objetivo emancipador, no obstante las diferencias de corte ideológico. Es enseñanza útil en estos momentos de reacomodo de las fuerzas políticas en el país.
Por su parte, Andrés Manuel continúa en la brega por la transformación. Yo preferiría otra forma de actuación, una que haga política sin desconocer la existencia del otro y que busque hacer valer su peso electoral, pero ahí está y es el único referente real de la lucha en tiempo presente.
Insisto: ni modo, habrá que seguir, con todo y la locura futbolera.
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