Miguel Concha
El
reconocimiento constitucional de los derechos colectivos, la
posibilidad de que los tribunales enjuicien a empresas y gobiernos, la
ampliación de los derechos humanos y la renovada determinación de
jueces y magistrados del Poder Judicial de la Federación son hoy para
los ciudadanos y ciudadanas una alternativa ante la profundización de
la corrupción del Poder Legislativo y, sobre todo, del Ejecutivo. No se
trata tan sólo de las cuatro importantes reformas constitucionales en
materia de derechos humanos, la de los tratados internacionales, la
penal, la de amparo y la de juicios colectivos, se trata más bien de un
nuevo reto que el tercer poder, el Judicial, tiene en sus manos.
Hablamos de un reto que incluso trasciende fronteras. Por ejemplo,
la demanda colectiva contra los maíces transgénicos tiene una
connotación amplia por tratarse de la planta más cultivada en el mundo,
por ser nuestra nación su centro de origen y por el apetito comercial
de poderosas trasnacionales de semillas transgénicas. El desafío
implica que una política comercial internacional de esa naturaleza
tenga que ser sometida al escrutinio del Poder Judicial de la
Federación, a pesar de la influencia económica y política que
corporaciones farmacéuticas y agroindustriales ejercen sobre
funcionarios y comisiones del gobierno federal. Los promotores de
organismos genéticamente modificados han impuesto la idea de que cada
tipo de transgénico debe ser evaluado caso por caso, es decir,
aisladamente, sin analizar sus implicaciones con otros transgénicos y
el medio ambiente. Sin embargo, destacadas investigaciones científicas
han demostrado que distintos tipos de transgénicos pueden encontrarse
en una sola planta debido a la polinización, al intercambio de semillas
y a otros factores.
Afortunadamente, los tribunales federales han comprendido los
planteamientos que un grupo de 20 organizaciones y 53 personas de la
sociedad civil les presentaron en una demanda el 5 de junio de 2013, y
aceptaron que se juzgue a los transgénicos mediante un procedimiento
judicial colectivo. Por primera vez la industria de esos productos
tendrá que demostrar sus afirmaciones altisonantes, que hasta ahora no
ha comprobado. Todo lo contrario. Dicen, por ejemplo, que los
transgénicos producen más. Falso, las cifras internacionales los
desmienten, pues en los escasos países que concentran 90 por ciento de
la superficie sembrada con transgénicos en el mundo (Estados Unidos,
Canadá, Brasil, Argentina e India) se ha demostrado que los
rendimientos no se incrementan. Lo que sí aumenta en cambio es el uso
de agroquímicos. Dicen también en contraste que habrá menos pesticidas.
Falso, terminan usándose más. Dicen por fin que no hay riesgos a la
salud. Falso, la Organización Mundial de la Salud ya catalogó como
probable cancerígeno al pesticida que utilizan.
Por ello el inicio del juicio de la demanda colectiva en los
tribunales mexicanos representa una oportunidad sin precedente, pues
nadie entiende por qué la agroindustria de transgénicos no se ha visto
también obligada en el país a demostrar la seguridad de sus productos.
Sólo les ha bastado con afirmar que no está demostrado que hagan daño y
gobiernos como el mexicano han cedido vergonzosamente. El riesgo lo han
asumido los campesinos y consumidores. Pero con la demanda colectiva
las cosas cambiarán. Ahora tendrán que demostrar que no han vulnerado
nuestro derecho humano a la diversidad biológica de los maíces nativos,
y que si se siembran transgénicos a gran escala tampoco lo afectarán.
Todos nosotros como colectividad amplia tendremos también la
oportunidad de demostrar la afectación a nuestros derechos
fundamentales a utilizar nuestras razas nativas y a nuestros derechos
derivados a la salud, la alimentación y a nuestra propia comida,
patrimonio inmaterial de la humanidad. De argumentar e impugnar las
supuestas razones indulgentes de las empresas industrializadoras de
transgénicos. Por fin la agroindustria no gozará de ventajas oscuras y
de influencias inconfesables.
Pero todo ello depende de un factor: la justiciabilidad ( sic)
de nuestros derechos colectivos. No ha sido fácil que los tribunales
decreten el inicio del juicio colectivo que presentó el grupo plural de
ciudadanos, científicos, campesinos y organizaciones a los que nos
hemos referido. Han tenido que transcurrir 21 meses de trámites
judiciales, soportando durante 19 de ellos una andanada de 91
impugnaciones de la industria transgénica. Se ha tenido que recurrir a
17 tribunales: un juzgado federal, un tribunal de apelación, tres
tribunales de amparo, una comisión administrativa, 10 tribunales
colegiados y la primera sala de la Suprema Corte de Justicia, que
decidió no caer en una trampa dilatoria que la industria transgénica
intentaba.
Es importante subrayar también que para llegar a este momento, la
demanda de acción colectiva contra el maíz transgénico en el país ha
tenido que ganar, desde 2013, 11 juicios de amparo, nueve que
presentaron las corporaciones y dos que presentó el gobierno federal
por medio de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural,
Pesca y Alimentación (Sagarpa) y la Secretaría del Medio Ambiente y
Recursos Naturales (Semarnat), así como obtener resoluciones favorables
en otros 11 juicios de amparo que combatían la medida precautoria
contra la siembra de maíz transgénico, vigente hasta el desenlace del
juicio. Los tribunales no deben en efecto ceder al canto de las sirenas
transgénicas y optar por formalismos exagerados, en lugar de permitir
un juicio colectivo justo, ni evitar que las partes argumenten y
prueben en condiciones de equidad. No deben caer en omisiones
judiciales que les sirvan de pretexto para levantar la suspensión de
los permisos de siembra de transgénicos. Nosotros estamos muy atentos
para evitar esas tentaciones. Por lo pronto podemos afirmar que México
ha decidido por fin juzgar a los transgénicos.
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