Mario Campos
Quien llegue hoy a México y mire lo que dice mayoritariamente su prensa pensará que arriba a un país más o menos normal en el que los ciudadanos están conformes con sus instituciones. Realidad que se vería confirmada al ver la propaganda de los partidos políticos que luchan por un cargo rumbo al próximo proceso electoral.
El país camina como si todo funcionara. Habrá elecciones en unas semanas, las campañas transcurren casi con normalidad y no hay nada que permita pensar que pronto podría emerger un elemento disruptivo que cambie o sacuda al sistema político.
No obstante, esa percepción es engañosa. Comparto dos ejemplos que así lo demuestran. El primero se refiere a un reciente encuentro al que asistí con ex radioescuchas del noticiero que conduje por varios años en el Instituto Mexicano de la Radio.
En la reunión fue muy interesante descubrir que quien hace apenas tres años defendía a Enrique Peña Nieto como candidato presidencial, hoy comparte la insatisfacción con el rumbo del país. Y que quien en aquel entonces confiaba en Andrés Manuel López Obrador o en Josefina Vázquez Mota, hoy ve también con recelo a todos los partidos políticos, ya sea que estén en el gobierno o en la oposición.
El común denominador de ese grupo diverso y plural era el malestar y la gran preocupación de no saber por quién votar en los próximos comicios. Fundamentalmente porque la impresión dominante es que a pesar de los matices —que los hay— en el fondo todos los integrantes de la clase política son iguales y comparten la misma visión de llegar al poder para gozar de sus privilegios.
A esta anécdota agregaría la creciente creación de grupos de sociedad civil interesados en discutir sobre el futuro de México. Algunos tienen hoy como eje la promoción del voto nulo o el boicot al proceso electoral de junio próximo. Otros tienen como meta la construcción de una nueva constitución política y no faltan los que desde ahora ya están pensando en cómo construir una oferta electoral distinta para la boleta presidencial de 2018, que vaya más allá de los partidos políticos actuales.
Es cierto que ninguno de estos fenómenos —ni la desesperanza ni el activismo de algunos— ocupa un lugar destacado en las conversaciones públicas. Estos temas no aparecen en las primeras planas ni en los principales informativos. Pero no por ello dejan de ser reales.
Reconocer estos fenómenos es importante porque constituyen un clima de opinión propicio para el surgimiento de fenómenos que cambien las reglas del juego político.
A estas alturas no está claro si ese cambio será por la vía electoral, por expresiones violentas, o por el surgimiento de una sociedad civil mejor articulada aunque no necesariamente con fines electorales.
En cualquier caso el gran error que están cometiendo el gobierno y otros actores de poder, es suponer que nada de esto está pasando. Que en México nada va a cambiar. Que el malestar se ha diluido y que incluso la escasa participación en la marcha por los siete meses de los hechos de Ayotzinapa, así lo demuestra.
Es una torpeza verlo así. Tanto como suponer que la realización de las elecciones y el reparto de cargos y recursos que implica es una evidencia de que el enojo de la población por los casos de corrupción e impunidad ya se ha apagado.
No deberían confundirse: que hoy la ciudadanía no encuentre canales concretos para expresar su malestar no implica que los políticos o las instituciones puedan seguir operando como lo han hecho hasta ahora.
Y a quienes no lo entiendan quizá habría que explicarles, como me dijo hace poco un viejo conocedor de la vida pública, que en México nunca pasa nada... Hasta que pasa.
Ya descubrirán entonces todo lo que se estaba moviendo detrás de la falsa normalidad.
Politólogo y periodista.
@MarioCampos
Facebook: MarioCamposCortes
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