Por: Emma Martínez
Drogas y 2 mil pesos era lo que ganaba
por degollar. “Te da miedo, la primera vez, pero después ‘lo que te
metes’ te da valor, provocando que te sientas dios, incluso disfrutas
mucho cuando lo haces, no sientes ningún remordimiento, porque también
estás enojado, porque te toco vivir esa vida y no otra”, afirma ‘A.B’,
quien hoy está en un reclusorio y aun cuando no muestra arrepentimiento
alguno, es posible que salga libre con la misma conducta.
La abogada Margot Vázquez señala que
“la realidad en México es lacerante, porque los grandes capos del
narcotráfico ya no son los que operan directamente, sino que utilizan
menores como sicarios, que a su vez corrompen a otros menores, y es el
gobierno el directamente responsable, en el ámbito de niños y
adolescentes es responsable, no sólo por los altos índices de pobreza,
sino porque debería importarle si se legisla o no y luego si se aplica
o no, una medida socioeducativa eficaz, donde los resultados
principales sea la no reincidencia del menor. Pero a Peña Nieto lo
invade el desinterés cuando se tratan temas como éste, porque no le
generan ganancias económicas u otro tipo de beneficio particular”.
Según el informe de la Comisión de
Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados, de 5 mil menores de
edad que se encuentran presos en México, más de mil, equivalente al
22%, han cometido asesinatos, convirtiéndose en sicarios del crimen
organizado. A la par ese mismo porcentaje, mató a una o varias
personas, participó en robos con violencia y colaboró en la comisión de
secuestros.
El Doctor en Derecho, Carlos Antonio
Moreno Sánchez, explica que los menores de edad son parte fundamental
del esquema funcional del crimen organizado. “El clima de inseguridad
que se presenta en México, ocasionado por la lucha y control de las
drogas de los últimos años ha sido factor detonante para que los
cárteles que operan en México, vean en los menores de edad mano de obra
rápida de explotar para sus beneficios en actividades ilícitas”.
De acuerdo con la Red por los Derechos
de la Infancia en México (REDIM), el número de adolescentes víctimas
del crimen organizado ha aumentado en relación a los índices de
violencia en el país, de acuerdo con sus cifras los niños explotados
por el narcotráfico asciende a poco más de 27 mil, en donde también ha
habido ‘víctimas colaterales’, que aún no se logran contabilizar”.
“No debe preocuparnos solamente el
hecho de que existen niños sicarios, cualquier delito por mínimo que
sea es alarmante, que no lo sea, es el primer paso para
‘acostumbrarnos’, lo que lleva a la deshumanización, esa donde el caso
de un adulto que mata o del niño que asesina son circunstancias que
parecen ‘comunes’, dando paso a la impunidad, de la que también la
sociedad es culpable. Hoy según ONG’S aproximadamente 30,000 menores
cooperan con los grupos criminales de varias formas y están
involucrados en la comisión de 22 delitos diferentes, del fuero común y
federal”, declara Vázquez.
“Los niños en esta situación se
expresan con la mentalidad, actitudes y patrones de comportamiento que
se generan al querer ser líder de un grupo criminal, al exaltar los
actos de los narcotraficantes y en querer imitarlos. Tomando el ejemplo
pandillas como la ‘Mara Salvatrucha’ que opera junto con Los Zetas, y
en la cual están involucrados aproximadamente 35,000 menores y jóvenes,
otro ejemplo es la M18 que trabaja con el cartel de Sinaloa y tiene
alrededor de 8,000 integrantes entre niños, niñas y jóvenes”, explica
Moreno Sánchez.
Cuando el sol se escondió, Isaac por
fin decidió salir de su casa, ubicada en la colonia “Popular
Independiente”. Aburrido del encierro, caminaba acompañado de dos de
sus nuevos hermanos de la clica, la Mara 18 (M-18) y por su prima Sandra con rumbo al parque central en Ciudad Hidalgo, población que limita con Guatemala.
El muchacho contaba sus pasos,
mientras, nervioso y estresado movía el cuello de un lado a otro. Días
antes Isaac abandonó su barrio, dejó atrás a la Mara Salvatrucha 13
(MS-13). Una promesa, hecha apenas dos años atrás lo atormentaba: “Por mi barrio nací y por el barrio moriré”.
Las cosas habían cambiado. Ahora era un miembro más de la 18, los cholos, formada por los originales salvatruchas, venidos de El Salvador, Honduras y Guatemala, muchos tras haber “tirado Mara” en Los Ángeles, pero ya en ese momento asentados y amparados en la impunidad de la frontera sur mexicana, en una banda que sí rifa, para, controla y viola.
Ya en la M-18, Isaac se sintió protegido, tanto que amenazó al Chino, líder de la MS-13, le advirtió que controlaría el territorio, aunque sólo lo había hecho para demostrar que era más chingón. Aquella tarde, absorto en sus pensamientos, no se percató que un taxi se acercaba, a gran velocidad y con luces altas.
“¡Tira la Mara!”, exclamó una voz ronca que se colaba tras un pasamontañas. Era el Chus.
Él junto a tres acompañantes agazapados en el taxi blandieron sus
armas: una Ak-47, un rifle calibre 12, una pistola 9 mm y un revólver
22. “Tirar Mara” significaba que debía definir su posición, por
medio de señas realizadas con las manos, representando el número 13 o
18, pero nunca los dos. Isaac se despojó de su camisa dejando al
descubierto sus tatuajes, hechos en sus mejores días como miembro de la
MS-13. Cuatro tiros segaron su vida casi instantáneamente, en medio de
los gritos de horror de Sandra, quien segundos después recibiría
también una lluvia de balazos, dejando ambos cuerpos tendidos sobre el
pavimento polvoriento.
Una hora después los Maras se
enfrentaron a balazos con una decena de elementos del Grupo de Reacción
Inmediata de la Frontera (GRIF) de la Procuraduría General de Justicia
del Estado (PGJE), logrando la detención de Jesús Francisco Gómez
López, alias El Chus, que con sólo quince años era el segundo
líder que comandaba la MS-13, quien era el más temido, afirmaban
algunos habitantes de Ciudad Hidalgo, pues aunque su menudo cuerpo
tatuado con los distintivos de la pandilla no encajaba en la fama de
asesino, era el más el más sanguinario, quien había cometido por lo menos 5 homicidios.
A su edad enfrentaba cargos por
delitos, tales como delincuencia organizada, homicidio calificado, robo
con violencia, tentativa de homicidio, portación de arma prohibida y
daños. Aunque algunos de sus compañeros de banda comentaban que sólo
estaría “tirando tiempo” en la cárcel, en espera de que a los dieciocho
años saliera, para continuar su vida loca.
“En México tenemos los criminales que
creamos, el gobierno debería ocuparse en velar y analizar a cada menor,
su personalidad, su entorno, por qué está cometiendo esas conductas y
obligatoriamente tiene que asegurarse que esa persona, al recuperar su
libertad y después de aplicar una medida socioeducativa funcional, el
chico sea apto para vivir en una sociedad sin cometer delitos, el
objetivo principal es que no vuelva a reincidir en esa conducta; ellos
salen y siguen estando en el circulo vicioso de la actividad delictiva
porque existe una falla grande, porque Peña Nieto se olvida de él,
quien debe mantener un interés prevalente porque sus derechos están
primero, incluso antes que los negocios con otras naciones a quien les
oferta el país ayer, hoy y mañana”, enfatiza Vázquez.
Y declara que, “el Estado sigue
aplicando la misma educación al menor infractor, lo que provoca que
entre y salga en cualquier momento, cuando posiblemente no debería
salir, pero manteniendo una rehabilitación absoluta. Pero el problema
es el desentendimiento del gobierno, si el menor vuelve a reincidir
aplica el mismo mecanismo, sin conciencia alguna, cuando el menor
podría ser elemento clave para el estudio y la investigación para saber
dónde surge el núcleo delictivo del tráfico de drogas, de armas,
asesinatos, porque es urgente detener no sólo por el tráfico común en
la sociedad, sino el de las escuelas, donde ese menor es usado para
vender drogas”.
Y sentencia, que en cuanto al papel de
los legisladores lejos de ‘presumir’ la promulgación de una nueva ley o
que las autoridades aplicaron cierto artículo, “deberían hacerlo de
manera formal, el tratamiento de los menores no solamente es normativo,
es psicológico, sociológico y es humano, pero vemos con coraje e
impotencia que este gobierno se lava las manos de tan grave problema,
como acostumbra a hacerlo con cualquier conflicto del país”.
Según el experto en terrorismo Édgar
Zambrano, “de 2008 a 2014, los cárteles de la droga han disminuido los
rangos de edades de sus sicarios, esto provocado a la facilidad con que
los menores aceptan formar parte del narcotráfico. En un primer momento
se identificaban sicarios entre 20 y 28 años, después de 17 años
aproximadamente, y en la actualidad hay casos de niños de 11, 12, 13 y
14 años”.
J.C. posiblemente no había cumplido los
12 años, cuando entró a una casa, por mandato de un grupo
delincuencial, con un bate de béisbol golpeó al dueño de la casa, hasta
matarlo, pero no conforme desmembró a la víctima.
En el momento del interrogatorio sus
respuestas no reflejaban arrepentimiento y contestó de manera cruda;
finalmente le cuestionó la autoridad a cargo de las preguntas, qué le
gustaría hacer cuando fuera grande, él sonrió y dijo “cuando crezca,
espero poder convertirme en un sicario líder del Cártel de Sinaloa y
ser mejor que el Chapo Guzmán”.
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