Para el veterano
documentalista Frederick Wiseman cada espacio urbano que retrata es el
microcosmos de un país entero o, por lo menos, de las virtudes, vicios y
contradicciones de las comunidades que lo habitan o que por él
transitan. Puede tratarse de un espacio artístico (la Ópera de París o
la Galería Nacional de Londres) o de una universidad (Berkeley), o de un
centro nocturno (el Crazy Horse en París), o un hospital siquiátrico
(Titicut Folies). A sus 86 años, y luego de haber filmado alrededor de
40 documentales, la técnica de Wiseman para captar y observar la
realidad se ha vuelto ya algo proverbial, irrebatiblemente canónico: una
ausencia de todo comentario a través de una voz en off, ningún
artificio de una puesta en escena previa ni efectos llamativos en la
edición. Simplemente la observación objetiva y llana, y las voces
directas de los personajes sin interlocutores visibles ni
intermediarios, también sin las rutinas del campo/contracampo, todo con
un formidable trabajo de montaje: 300 horas de filmación reducidas a una
duración final de poco más de tres horas.
Jackson Heights, su documental más reciente, ilustra muy
bien el clásico método de trabajo de Wiseman, y también lo perfecciona.
Elige retratar el barrio neoyorquino más cosmopolita y multicultural,
ubicado en el área de Queens, donde se hablan 167 lenguas y se
concentran, en una superficie de 30 hectáreas, más de 130 mil habitantes
provenientes de todas partes del mundo, y donde vive una vigorosa
comunidad latina (una parte considerable del filme está hablada en
español).
Jackson Heights, señala el cineasta, es un barrio dinámico y
progresista, cuya identidad se ve ahora amenazada por un estancamiento o
una baja de salarios, y por una fuerte especulación inmobiliaria que
procura, mediante un alza de alquileres, acabar con el pequeño comercio,
favorecer a los monopolios y a los grandes almacenes, fomentar una
competencia desleal y desplazar así a importantes minorías étnicas hacia
zonas alejadas de los centros neurálgicos de la gran urbe, con el fin
de construir una imagen aséptica y modernizada de lo que hasta hoy ha
sido un barrio populoso, emblema de la diversidad cultural.
El documental de Wiseman es un caleidoscopio de historias: la
minoría gay que lucha por su visibilidad en el espacio público, el
centro comunitario judío que alerta sobre la amenaza del fascismo y la
repetición del horror racista, los transexuales que pugnan por ver
reconocida su migración de género y su nueva identidad sexual, la señora
nonagenaria que en su infinita soledad añora un interlocutor paciente y
generoso, o las diversas etnias que con aplicación aprenden los códigos
para manejar un taxi.
La ausencia de un comentario del cineasta deja al espectador con la
tarea de discernir cuáles son los límites de la tolerancia y el
liberalismo en ese Jackson Heights, con un alcalde que paralelamente
participa en una marcha gay mientras asiste complaciente al
desmantelamiento cultural del barrio en aras de la modernidad y el
negocio inmobiliario.
No hay nada que hacer, lamenta un habitante.
Este es un sistema capitalista y todo esto es ya irremediable. Probablemente ése sea también el punto de vista del documentalista, pero con su imperturbable sobriedad de artista él prefiere dejar al espectador la última palabra.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 14 y 20 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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