Prácticamente no hay en
todo el territorio nacional un espacio en el cual no se ejerza alguna
forma de agresión contra la mujer. A diario, testimonios procedentes de
diferentes ámbitos documentan con fría objetividad hechos puntuales que a
fuerza de repetirse parecen uno mismo, y arrojan una desoladora cifra
de víctimas de una violencia que en unos casos es invisibilizada
deliberadamente y en otros –y esto es aún peor– considerada práctica
corriente.
Hay, sin embargo, una especie de malsana escala en esa forma de la violencia, que permite dibujar un mapa que contiene
zonas rojasdonde el fenómeno se manifiesta con especial magnitud. Una de esas zonas es, precisamente, el estado de Sinaloa, donde en lo que va de este año 41 mujeres han sido asesinadas, engrosando así la macabra estadística sobre ese particular en la entidad.
La intensidad que alcanzan las agresiones es variable, y va desde el
acoso –que a su vez tiene una amplia gama de manifestaciones– hasta la
privación brutal de la vida, pasando por una extensa serie de ofensas
intermedias, todas inadmisibles. Los sucesos más escandalosos y
truculentos reciben una atención mediática que los pone en conocimiento
de la opinión pública; la gran mayoría, en cambio, son cometidos y
permanecen confinados en una especie de gris penumbra informativa, que
relativiza la saña de los atacantes, el padecimiento de las afectadas,
la indiferencia del entorno, la inoperancia de las autoridades y –cuando
llegan a intervenir– la insensibilidad de los jueces.
Todas estas actitudes son igualmente condenables; pero atentan
especialmente contra la razón aquellas en las que el sistema de justicia
evidencia una apatía y una prescindencia que se parecen mucho a la
complicidad, y cuya consecuencia más notoria es la revictimización de
las víctimas: el escepticismo y la sorna que los agentes de ministerios
públicos o los elementos policiacos (de ambos géneros, por cierto)
muestran cuando atienden a mujeres que han sufrido violaciones o ataques
sexuales, constituye un ejemplo de esa prescindencia.
La falta de interés en un tema (que debería ser) especialmente
sentido por cuanto ocasiona daños no sólo a escala individual sino
también en el plano de lo colectivo, se extiende en todas direcciones.
Durante la gestión del actual gobernador de Sinaloa, Mario López Valdez,
han sido victimadas al menos 430 mujeres. A pesar de ello, de las
esferas de la administración en ningún momento ha salido la alerta de
género que sistemáticamente demandan agrupaciones de mujeres, organismos
de derechos humanos y civiles y personalidades que sencillamente
consideran inaceptable los índices que ese tipo de violencia alcanza en
el estado.
Desde hace años se habla, en México, de la necesidad de sensibilizar
sobre el tema al conjunto de la sociedad, pero particularmente a las
autoridades de todos los niveles y todas las ramas de gestión; y si bien
se han tenido saludables avances en el plano legislativo, de la salud,
de la educación y al menos hasta cierto punto del sistema de impartición
de justicia, todavía hay en la materia una enorme cantidad de
pendientes.
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