Guillermo Almeyra
Bertolt Brecht ya nos
previno: el viejo vientre inmundo que parió el fascismo y el nazismo
como conclusión lógica del liberalismo sigue dispuesto a parir
monstruos.
En efecto, casi todos los gobiernos pisotean desde hace años los
derechos democráticos y, mediante los ajustes y la liquidación de los
derechos laborales, se empeñan en hacer volver a los trabajadores a la
situación imperante en el siglo XIX. También crece el racismo, la
xenofobia, la discriminación étnica y religiosa que parecían superados
con la derrota del nazifascismo. A nivel mundial y desde los años 80
asistimos a una prolongada y gigantesca ola reaccionaria.
En el país de la discriminación racial, del Ku Klux Klan, de los
linchamientos hasta hace unos 60 años, de la ignorancia de masas
organizada (42 por ciento de los estadunidenses cree que Dios creó al
mundo en siete días) y del antisocialismo visceral han surgido dos
movimientos paralelos, aunque de distinta magnitud, que entierran la
teoría oficial del modo de vida estadunidense.
Por un lado, por la izquierda, presenciamos el crecimiento de la
rebelión –que no teme ya llamarse socialdemócrata detrás del senador
Sanders– de una parte importante de los intelectuales y estudiantes y de
las minorías étnicas (negros, latinos) y su diferenciación del Partido
Demócrata, al que seguían mayoritariamente desde Franklin Delano
Roosevelt y su New Deal después de la Gran Depresión en los treinta.
En el versante opuesto ha crecido brutalmente una base de masas para
un clericalfascismo a la estadunidense detrás de un capitalista
aventurero –Donald Trump– de una ignorancia, una brutalidad y un
primitivismo sin precedente.
Este individuo acaba de ser nombrado por un sector minoritario del
gran capital candidato a presidente por el Partido Republicano y se
apoya sobre la ignorancia de la inmensa mayoría de los ciudadanos y
sobre su patrioterismo chovinista que les hace creer que su país es el
centro y el gendarme del mundo.
Su base principal es el resentimiento y el racismo de los sectores
más atrasados de los trabajadores, cuyo nivel de vida ha bajado
continuamente desde hace años. Esa gente, como el Tea Party, atribuye su
decadencia social a lo que consideran liberales y radicales (para ellos
Obama y los Clinton entrarían en esa categoría).
En la época de la difusión de las armas atómicas (que incluso Corea
del Norte posee) el triunfo de un hombre que desbarataría la economía de
su país y la del mundo y recurría sin problema alguno a una guerra que
podrá destruir Estados Unidos, sus adversarios y toda la civilización,
la candidatura de Trump y la posibilidad de que sea electo debería
movilizar inmediatamente a todas las víctimas de la política de Estados
Unidos, a los demócratas del mundo y principalmente a los mexicanos en
Estados Unidos o en México.
Hitler podría haber sido evitado y con él la Segunda Guerra Mundial.
Hay que hacer todo lo posible para evitar un gobierno estadunidense que
practique el fundamentalismo religioso y que esté en manos de un
sicópata armado hasta los dientes.
Ahora bien, desde el gobierno capitalista nacional chino que
restringe los poquísimos derechos democráticos hasta el de Vladimir
Putin o el francés que impone por decreto una ley laboral rechazada por
la inmensa mayoría de los franceses, todos los gobiernos recurren al
chovinismo y a la xenofobia y practican una represión cada vez más
violenta. La izquierda, en el mejor de los casos, libra batallas
sindicales defensivas, sin comprender lo que está en juego a nivel
internacional ni pensar estratégicamente.
Por supuesto, la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, es
servidora del capital financiero internacional y belicista, como lo
demostró cuando fue canciller de Barack Obama. Los dos candidatos en
Estados Unidos defienden al capitalismo en general y al imperialismo
estadunidense en particular. En eso son iguales, pero en las otras cosas
no. En Argentina cometí el error de juzgar sociológicamente los dos
candidatos que fueron al balotaje y me abstuve diciendo que iban a
aplicar el mismo programa, pues eran igualmente antiobreros y corruptos,
lo cual es cierto, pero pasé por alto el
detallede los métodos y lazos de quien proponía tirarnos a las brasas (Mauricio Macri) y de quien prometía hervirnos lentamente (Daniel Scioli). No es lo mismo, en efecto, un gobierno de François Hollande que uno de Jean-Marie Le Pen, aunque el primero prepare el del segundo…
Por consiguiente, lo recomendable a los latinos y trabajadores en
Estados Unidos es organizarse, inscribirse en el padrón electoral y
votar críticamente por Hillary Clinton, tapándose la nariz y sin tener
en ella ni un mínimo de confianza.
Desgraciadamente aún no se puede votar por un partido obrero
independiente y socialista, que hay que construir junto con los
sindicalistas más combativos.
Los trabajadores y los sindicatos clasistas en México deberían ayudar
a esa tarea con declaraciones y organizadores de los emigrantes para
preservarse de las consecuencias de la política de Trump. Porque, entre
otras cosas, si éste eliminase el TLC no sería para restaurar la
situación en el campo mexicano que existía en los años 80, sino para
rebajar aún más el nivel de vida en lo que queda de los campesinos de
México, decretando más subsidios y medidas favorables a los agricultores
capitalistas de Estados Unidos.
Una de las principales infamias de los gobiernos del PRI y el PAN
desde Salinas de Gortari es la total sumisión del país a los intereses
del gran capital estadunidense, lo cual ha convertido al Estado mexicano
en un semiestado. Enrique Peña sirve a Obama y él o su gente servirán a
Trump si llegase el caso. No se puede, por tanto, ni siquiera escuchar a
quien no se pronuncie desde ahora contra el candidato neofascista.
Frenemos el crecimiento de un nuevo Adolfo Hitler o un Benito Mussolini
en nuestras fronteras.
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