Carlos Bonfil
Más allá del volcán. Ixcanul, primer
largometraje del realizador guatemalteco Jayro Bustamante, es una
sorpresa formidable. Su relato es a la vez el retrato de María (María
Mercedes Coroy), adolescente que frente a un matrimonio de conveniencia,
arreglado por sus padres, asume vigorosamente su voluntad propia, y la
radiografía precisa, cautivadora, de una comunidad indígena en la región
kakchikel de Guatemala, con sus usos y costumbres, mismos que la
protagonista desafía sin adivinar remotamente las consecuencias
trágicas.
La imagen omnipresente del volcán de Pacaya remite a la fuerza de la
naturaleza que determina y rige los ciclos de vida y al poderío de
tradiciones ancestrales, entre las que figura el sometimiento de la
mujer a un poder patriarcal incuestionable. Como sorprendente elemento
narrativo, el guión presenta la firmeza de carácter de Juana, la madre
(María Telón, estupenda), mujer que protege a María y la acompaña,
solidaria, en todo el conflicto y los dilemas que le plantea su aventura
sentimental con el joven que ha elegido. Hay en Ixcanul otros
elementos valiosos: la observación del cortejo amoroso (mismo que
recuerda el fino tratamiento que propone el mexicano Alberto Cortés en Corazón del tiempo, 2009)
y la descripción del abandono casi total de una comunidad sumida en la
pobreza, donde no hay luz ni agua potable, y donde el mayor consuelo de
los hombres es ahogar sus penas en el alcohol y soñar con alcanzar
Estados Unidos, tierra prometida de la prosperidad y sitio mágico
situado, según ellos, justo detrás del volcán.
Hay además en la cinta un elemento que refuerza el dramatismo y
es su vigoroso señalamiento del tráfico infantil, crimen tolerado, o
frente al cual las autoridades guardan una pasividad cómplice, y que
aquí adquiere dimensiones perturbadoras por la impotencia de los
indígenas para salvar la brecha del idioma del poder mestizo, quedando
expuestos a una vulnerabilidad extrema. El tema de la maternidad es
clave en la película, y lo destacan desde las alusiones a una naturaleza
volcánica engendradora de vida hasta las descripciones muy crudas del
apareamiento y matanza de animales de cría. Sobresale también en este
cuadro muy realista, la fina construcción de los dos personajes
femeninos, madre e hija, con su fuerte vínculo afectivo, todo ello
acompañado de una estupenda recreación de atmósferas rurales y la
fotografía impecable de Luis Armando Arteaga.
En este primer largometraje, el director consigue un estupendo
equilibrio entre lirismo y violencia en su retrato del mundo indígena,
todo a partir de una fábula social muy sencilla. Hay también en su
representación de un conflicto de género la huella de lo que cineastas
iraníes como Mohsen Makhmalbaf (El silencio, 1998) y Jafar Panahi (El círculo,
2000) han plasmado en cintas que probablemente fueron fuente de
inspiración para el realizador guatemalteco. Prodigiosa escena final. De
lo mejor en este Foro.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 13 y 17:45 horas.
Twitter: @Carlos.Bonfil
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