Especialistas de México, Chile, Venezuela, Colombia y
Francia reflexionaron sobre la violencia en el país en las Jornadas de
Estudio “Metamorfosis de los cuerpos violentados. Técnicas, política y
artes”, que se llevaron a cabo el lunes 17 y el martes 18 en el Centro
de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA).
Pablo
Piccato de la Universidad de Columbia, explicó que la aceptación de la
violencia en México –una “infamia nacional”, como la llamó–, ha dejado
una gran cantidad de víctimas inocentes porque ha privilegiado el uso de
la tortura y las ejecuciones extrajudiciales por encima de los procesos
judiciales formales.
Según el historiador esta forma de operar, que no es
atribuible a la guerra contra el narcotráfico sino que se remonta al
siglo pasado, ha permitido a los gobiernos justificar sus acciones: “No
importa que haya 100 mil muertos, son todos criminales”.
Para Sabrina Melenotte, del Institut Interdisciplinaire
D’anthropologie du Contemporain, la masacre de Acteal, ocurrida el 22 de
diciembre de 1997, fue un caso inédito de violencia política en el
país: “No hay antecedente de los métodos perpetrados sobre mujeres,
niños y ancianos como en Acteal”.
Al contrastar las diferentes versiones del ataque, la
antropóloga retomó el testimonio de una niña sobreviviente en el que da
cuenta de la agresión de que fueron víctimas los cuerpos de cuatro
mujeres indígenas que se encontraban embarazadas y cuyos fetos fueron
extraídos por sus agresores.
En su opinión, esa conducta se asemejó a las prácticas
paramilitares usadas por los kaibiles guatemaltecos en los años 80,
durante la lucha contrainsurgente en América Latina.
Melenotte recordó que documentos del gobierno estadounidense,
desclasificados por la investigadora Kate Doyle, demostraron su
colaboración en la capacitación y formación de grupos paramilitares en
Chiapas desde 1994.
A pesar de tales evidencias, dijo la especialista, la
versión de la Procuraduría General de la República (PGR) excluyó las
lesiones postmortem infligidas a las mujeres por “su interés en esconder
su responsabilidad y la de muchos actores en esas violencias”.
Irene Gil Ramos, del Centro de Estudios de Conflictos y
Cohesión Social de Santiago de Chile (COES), se refirió al caso de los
43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos desde hace dos años en
Iguala, Guerrero.
La imagen del rostro desollado de Julio César Mondragón,
dijo, “pone de manifiesto la crueldad y el odio con que los estudiantes
fueron atacados y sus cuerpos ultrajados”.
Agregó que la ausencia del rostro de Julio César significó
la anulación de su calidad de persona e hizo visible la violencia con la
cual se buscó deshumanizarlo. “Con esta última escena aterradora el
grupo criminal indica su dominio y su mensaje en la marca que deja la
violencia infringida al cuerpo”, subrayó.
En su ponencia, la socióloga se refirió también al impacto
psicológico que provocó en los familiares de los estudiantes
desaparecidos la versión de la PGR sobre la presunta calcinación de los
cuerpos de los muchachos en el basurero de Cocula y cuyas cenizas fueron
arrojadas al río.
“Esa versión expresa una violencia descarnada”, sostuvo.
La desaparición de las evidencias en el caso Iguala, dijo,
rememora lo que sucedió en Colombia y en México con la Operación Cóndor,
donde se utilizaron métodos más sofisticados para borrar todo rastro de
las víctimas. “Tirar al agua equivale a deshacerse de esos cuerpos
dejándolos abandonados a merced del caudal”.
Desaparecidos, el reto
Roxana Enríquez, directora del Equipo Mexicano de
Antropología Forense (EMAF), habló acerca de los retos que enfrenta
actualmente la antropología forense en el contexto de violencia que vive
México.
Cómo hacer que la antropología aporte más datos, dijo,
cuando existe una gran cantidad de crímenes de lesa humanidad en México
de los 70 a la fecha. Además, agrega, se suman factores complejos de
migración, género y crimen organizado el cual actúa en contubernio con
el Estado.
“Esto repercute en los perfiles de identificación. Hay
decenas de miles de desaparecidos y al mismo tiempo hay muchos cadáveres
que se han estado inhumando en fosas legales, muchas veces esos
protocolos para la identificación no se llevaron tal cual, hay factores
que no se tomaron en cuenta”, remachó.
La antropóloga forense puntualizó también que la búsqueda de
desparecidos se hace sin ningún protocolo ni estrategia: “no hay una
recuperación de datos con perfiles vida de a quién estamos buscando, no
hay registro o un trabajo planeado, y la recuperación de escenas se
llevan acabo sin ninguna metodología”.
Según la experta, estamos ante un escenario de
“desintegración” de evidencias cada vez más perfeccionado. “Existen
técnicas más deshumanizadas pero que a nivel de criminalidad han tenido
éxito para deshacerse de evidencias, tanto de objetos como de cuerpos,
además es sistemático el procedimiento.”
Roxana Enríquez visualizó un panorama sombrío para la
antropología forense y la sociedad en su conjunto: “Tendremos que estar
preparados para ver cómo va a ser ese proceso de restitución de restos,
es el reto más grande en el que se encuentra la antropología forense,
cómo vamos a dar respuesta aún cuando la técnica está desarrollada,
después cómo será esa restitución no de los restos sino de identidad
cómo la vamos a trabajar con las personas.”
No hemos resuelto como hacerlo, creemos que va a venir en
gran escala y que va a ser un golpe muy fuerte de aquí en adelante para
la sociedad mexicana, que es un trabajo que se tiene que hacer desde la
antropología, la psicología, la sociología, que tenemos que empezar a
prepararnos como cuerpos académicos para hacerle frente a este dolor
social que está por venir.
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