Es urgente iniciar acciones drásticas para detener el feminicidio y la trata |
Algo muy malo sucede
cuando se pierde de vista el imperio de la justicia, transformándose los
derechos humanos en un concepto relativo y perdiendo su carácter
absoluto. Es entonces cuando se aplican normas diseñadas a la medida de
intereses y percepciones arbitrarias. El ser humano no parece haber
aprendido la lección: la imposición violenta de las creencias de uno por
sobre los demás jamás será el camino para gozar de libertades básicas
y, a partir de ahí, garantizar una relación de respeto para vivir en
paz.
Los derechos fundamentales definidos en la Declaración
Universal de Derechos Humanos (1948) a estas alturas de la Historia son
ignorados por la mayoría de los habitantes del planeta y, más grave aún,
violados por la mayoría de Estados a través de gobiernos corruptos,
dictatoriales, orientados a satisfacer demandas de centros de poder
político y económico. De ahí los reclamos de independencia y autonomía
de gobiernos en vías de desarrollo chocan con la realidad abrumadora de
compromisos contraídos con otros más poderosos, desde cuyas capitales se
decide la vida (y la muerte) del planeta.
El respeto por la
vida es uno de esos derechos fundamentales sistemáticamente violados en
un afán de supremacía de unos por sobre otros, o por grupos
fundamentalistas cuyas doctrinas se imponen por la fuerza sobre
población sujeta a la voluntad de quienes deciden sobre su destino. Pero
también los violan, por apatía, quienes no los defienden.
Eso
sucede cuando la sociedad no reacciona contra quienes los cometen desde
sus posiciones de privilegio, y acepta con pasiva indiferencia la
realidad del hambre y la miseria extrema como si fuera una maldición
bíblica. También cuando los 15 o 20 casos diarios de asesinatos y
desapariciones de niñas, niños y jóvenes se reducen a una nota de prensa
leída sin perder el apetito. Resulta entonces imperativo comprender que
hay problemas, y muy serios.
La sociedad vive momentos de
extrema gravedad. Por un lado está la acumulación de tensión social
provocada por las injusticias de un sistema inoperante, por otro una
especie de parálisis ciudadana inducida por un manejo perverso del
derecho a manifestación sin temor a represalias. Pero también hay
contradicciones en el sentir ciudadano y estas se plantean de la manera
más cruda en las frecuentes demandas por la aplicación de la pena de
muerte contra jóvenes organizados en maras y exigiendo procesar como
adultos a niños delincuentes.
Lo contradictorio en este caso es
cierto afán de pasar por alto la causa primaria de esa violencia y de
cómo estas organizaciones criminales tan odiadas por la sociedad han
logrado establecerse y crecer. Ese fenómeno -causante de muerte, dolor,
pérdida económica y miedo entre la ciudadanía- se debe en gran parte al
abandono de la niñez y la juventud. Estos sectores vulnerables e
indefensos han sido privados -a nivel masivo- de una educación completa y
de calidad, pero también han sido reducidos a sobrevivir en una
estrechez cuyas repercusiones en salud y desarrollo físico y mental les
han arrebatado toda posibilidad de vivir con plenitud.
¿En dónde
reside el origen de esa pérdida de orientación que induce a castigar al
ya condenado desde su nacimiento, en lugar de aplicar la solución desde
el germen mismo del fenómeno? La niñez no solo necesita atención
integral ¡tiene derecho a ella desde el texto mismo de la Constitución!
La manera más inteligente de reducir la violencia es dándole lo que por
derecho le pertenece: educación, alimentación, salud y recreación. En
pocas palabras, un trato digno desde su llegada al mundo.
Blog de la autora: http://www.carolinavasquezaraya.com
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