Eduardo Ibarra Aguirre
La directiva presidencial para "blindar" los avances logrados en dos años en la relación de Estados Unidos con Cuba respecto de futuros gobiernos, incluido el que sustituirá a Barack Obama, busca que nadie pueda dar marcha atrás a su política de acercamiento y cooperación, después de practicar desde 1960 un bloqueo económico como ningún país padeció durante tanto tiempo y con daños tan severos.
Resulta muy alentador, por ello, que se protejan políticas y programas de normalización de las relaciones cubano-estadunidenses de los vaivenes de las cúpulas de los partidos Demócrata y Republicano, sobre todo cuando Donald Trump fue explícito al asegurar que revertirá el acercamiento estadunidense si despacha en la Oficina Oval. Lo que no podría hacer desde el hotel que construye a dos cuadras, como cándidamente anunció en el primer debate –"en cualquier caso estaré cerca de la Casa Blanca", dijo– y Hilary Clinton no supo o no quiso aprovechar la reveladora frase que cito de memoria, para exhibirlo como plutócrata obsesionado por el poder político, quizá por las relativas semejanzas de los dos candidatos en los dos ámbitos.
También muestra la directiva presidencial que intacta como está la legislación que apuntala el bloqueo anticubano, misma que sólo puede modificar el Congreso y allí la batalla está pérdida, Obama decidió no confiarse a su otrora belicosa jefa del Departamento de Estado, la señora Clinton que armó hasta perder el control a los actores fundamentalistas de algunos países de la primavera árabe y, además, orquestó el derrocamiento del gobierno de Libia. Cuentan que cuando fue informada del linchamiento de Muamar el Gadafi no pudo controlar las carcajadas, "reaccionó como bruja".
Evidencia, además, que Barack Hussein no está aún seguro de que su compañera de partido y antes colaboradora, gane la elección, pese al pronunciado declive de Donaldo en las preferencias ciudadanas después de realizados dos los tres debates así llamados. Durante el segundo mostraron una extraordinaria aptitud para practicar lo que se podría llamar política de lavadero, ésa que tanto entusiasma a Leo Zuckermann –"a mí me gusta que se den con todo"–, en tanto una trabajadora radicada en Houston, Texas, declinó continuar viendo la trasmisión televisiva: "Para eso les pagamos, para que nos cuenten chismes", dijo.
Simultáneamente a la directiva presidencial, los departamentos del Tesoro y Comercio anunciaron más medidas de flexibilización al bloqueo y destinadas a facilitar la colaboración científica, la ayuda humanitaria y reforzar el comercio bilateral, mismo que contempla al ron y los habanos, productos emblemáticos de Cuba.
La política definida en el documento busca mejorar las relaciones de gobierno a gobierno, la expansión del comercio bilateral y la promoción del acercamiento de Cuba a diversos organismos financieros.
"No buscaremos un cambio de régimen en Cuba", escribió Obama en la página siete de su directiva de 12 cuartillas, en el capítulo sobre "la promoción de los derechos humanos"; en tanto que el gobierno de Raúl Castro la "saludó" con reparos, pues "no esconde la intención de continuar con programas injerencistas".
Injerencia propia del Washington de ayer y de hoy para los cinco continentes, de una potencia imperialista acostumbrada a mandar en la aldea por "buenas" y malas maneras, pero obligada a actualizar su arsenal contra la mayor de las Antillas, tras el alto costo que pagó por bloquear a un país en tiempos que, presuntamente, todo lo deben decidir los "mercados".
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