Verónica Gago / En MovimientoTv
Llueve
y hace frío como si estuviéramos en invierno. Pero secretamente todas
sabíamos que el calor era demasiado fuerte. Que allí íbamos a estar y a
inundar las calles, hacerlas nuestras. Porque esa otra temperatura
estaba en los cuerpos. Desde el Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario
el caldero no se apaga e hicimos todo lo necesario por resguardar las
llamas. Esa fuerza se acuerpó como iniciativa política frente al crimen
horrendo de Lucía Pérez en Mar del Plata. La escena y los detalles
cruentos con que la violaron y asesinaron quisieron difundir la amenaza,
hacerla contundente y aterradora. Se sabe en la teoría y lo comprobamos
una vez más en la práctica: la respuesta del poder siempre tiene la
medida de las luchas que quiere acallar.
Y octubre,
el mes de nuestra revolución, se quiere llevar el récord de femicidios.
Así no se cansan de anunciarlo los medios. Así no se cansan de
preguntarnos desde el tono supuestamente bienintencionado: “¿no les
parece que desde que están las movilizaciones #NiUnaMenos hay más
femicidios?”. La pregunta que parece de sentido común y nos la reiteran
aquí y allá tiene el veneno bien dosificado: busca, como en firulete,
culpabilizar a la movilización de mujeres del incremento de violencias
machistas. Otro modo de la amenaza: “miren que cuánto más se movilizan,
peor es”. Además el subrayado es claro: “Los varones más se enojan y más
se ensañan”. Mientras estábamos en Rosario, asesinan a Lucía. Mientras
el jueves íbamos a la asamblea que decidió el paro, nos enteramos de
otro femicidio en Florencio Varela y el día anterior se habían producido
agresiones a dos niñas a cuadras de donde estábamos reunidas. En las
vísperas del paro, una mujer es acuchillada en una plaza en Tucumán por
un ataque de celos de su pareja. Y así siguiendo. A esa sucesión de
muertes, el paro y la masiva movilización del 19 de octubre le dice ¡ya
basta!.
El 19 de
octubre nos embanderamos en nuestras fuerzas y en el grito. En la
movilización se sucedían cantos pero lo que hacía retumbar y temblar al
unísono todos los cuerpos presentes, y a las muertas y ancestras que
están con nosotras y nos dan fuerzas, era ese grito que se hace
golpeándose la boca. Un aullido de manada. De disposición guerrera. De
tembladeral que desencaja el cuerpo y marea de alegría.
El miércoles
todas nosotras hicimos la primer huelga de mujeres de la historia
argentina. Nosotras paramos el país durante una hora todas coordinadas,
pero durante la jornada entera lo hicimos de mil maneras diversas y
conectadas. Durante todo el día nos resistimos a hacer otra cosa que no
sea organizarnos para estar juntas. En nuestro método de desborde
práctico nos dimos cuenta sobre la marcha de estas horas intensas que no
sólo estábamos comunicándonos a nivel nacional, sino que en América
Latina y en varios lugares del mundo miles de mujeres se enhebraban con
nosotras en nuestra rabia y necesidad de movilización. Nos podemos
sentir orgullosas de hacer palpable y visible la fuerza
internacionalista que el movimiento de mujeres no ha dejado de tener
desde sus orígenes. Nos podemos sentir orgullosas de que las imágenes de
los líderes sindicales negociando los términos de la obediencia y el
ajuste nos den risa. Nos podemos sentir orgullosas de esa marea
apretujada que nos envuelve, nos empapa, y nos devuelve a nuestros
lugares con el tatuaje vívido del entusiasmo colectivo. Nos podemos
sentir orgullosas de cómo las amigas se cuentan entre sí las escenas de
desacato cotidiano, los chismes de la revuelta, los murmullos anónimos
del día que paramos el mundo y nos encontramos entre nosotras.
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