Como señala el comunicado de las organizaciones de la sociedad civil,
en ese lapso “hemos acumulado más de 200 mil homicidios, más de 28 mil
personas desaparecidas, los feminicidios han aumentado con expresiones
de violencia cada vez más atroces y hay cientos de miles de personas
desplazadas de sus hogares”.
A esto hay que agregar que igualmente se han disparado las
violaciones a los derechos humanos, así como, el consumo de
estupefacientes, que según la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas en
Estudiantes 2014 ya impacta a 17.2% de los estudiantes de secundaria y
bachillerato y a 3.3% de los de quinto y sexto grados de primaria.
El propio general Salvador Cienfuegos, titular de la Secretaría de la
Defensa, en el mismo acto en el que pidió que se legislara para brindar
seguridad jurídica a la actuación de los militares en materia de
seguridad interna desnudó la debilidad de las policías civiles y las
fallas del nuevo sistema de justicia penal.
Más allá de la detención de algunos de los capos más buscados del
crimen organizado, no hay logros que se puedan presumir, pues por más
golpes que dicen asestar a los principales cárteles de la droga, lo
cierto es que los miembros de los pocos grupos criminales que han
logrado debilitar reaparecen con otros nombres pero con la misma o mayor
fuerza. Simplemente cambian el membrete de la organización o la dividen
en varias, pero siguen con sus actividades delictivas.
Los números son incontrovertibles: 98% de los delitos permanecen
impunes, los índices delictivos son hoy mayores que antes del inicio de
la guerra contra la delincuencia organizada, los homicidios y las
desapariciones se multiplicaron, las violaciones a los derechos humanos
se incrementaron y los índices de drogadicción también van a la alza. En
contrapartida, no se han podido construir cuerpos policiacos eficaces y
confiables, y aunque ya está en operación el nuevo sistema de justicia
penal, las inercias no lo dejan consolidarse.
Antes que pensar en legislar, hay que debatir franca y abiertamente
el tema, y hacer un balance realista de diez años de aplicación de una
estrategia que ha costado mucho al país, tanto en términos económicos
como en vidas. A partir de ese diagnóstico hay que diseñar una nueva
estrategia integral de combate al crimen organizado, que no únicamente
incluya el ámbito de seguridad y procuración e impartición de justicia,
sino la política económica y social del gobierno, pues sin ellas no se
podrán atender las grandes deficiencias estructurales que inciden en los
actuales niveles de criminalidad.
Tampoco puede sustraerse a esta discusión la Ley Reglamentaria al
Artículo 29 Constitucional para determinar el procedimiento de la
aprobación de la declaratoria de restricción o suspensión del ejercicio
de los derechos y las garantías constitucionales, ya que algunas de las
posibles causas señaladas en la misma tienen que ver precisamente con la
acción del crimen organizado.
En este debate hay que incluir, desde luego, las recomendaciones que
en octubre de 2015 hizo Zeid Ra’ad Al Hussein, Alto Comisionado de la
ONU para los Derechos Humanos, a fin de fortalecer urgentemente a las
procuradurías y a las policías, incluyendo un marco legal para el uso de
la fuerza, adoptar un cronograma para el retiro de los militares de las
funciones de seguridad y también considerar mecanismos similares a los
del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes de la CIDH –que
actuó temporalmente en el caso de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa–
para otros casos graves.
También hay que considerar algunas otras reflexiones interesantes,
como la del general en retiro José Francisco Gallardo Rodríguez, quien
en julio de 2015, en una amplia entrevista con el portal de noticias
SinEmbargo, señaló: “Si quieren tener una policía militarizada, ya la
tienen, y empecemos a hacer un Ejército nuevo”, refiriéndose a que los
actuales militares dedicados a esta labor policiaca, y que así lo
decidieran, conformaran un nuevo cuerpo policiaco mientras se reclutaban
nuevos elementos para unas Fuerzas Armadas que sí estuvieran en los
cuarteles y se dedicaran a las labores que les encomienda la
Constitución.
Pero quizá la idea más audaz de Gallardo es su propuesta de hacer una
única Secretaría de Defensa, que sume a todas las Fuerzas Armadas y
esté a cargo de un civil; señalaba los ejemplos de Alemania, Francia y
Chile, donde los secretarios de defensa son civiles.
El tema tiene muchas aristas y hay que discutirlas a profundidad. Lo
peor que se puede hacer es, por la inercia del momento, apresurar la
aprobación de leyes que lo único que harían sería prolongar la
aplicación de una estrategia no sólo fallida, sino que ha provocado
retrocesos en derechos humanos y altísimos costos económicos y sociales,
así como pérdida de vidas
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