DESDE LA LUNA DE VALENCIA
Por: Teresa Mollá Castells*
Siempre he dicho que me siento una mujer afortunada en muchos aspectos, de hecho creo que lo sigo siendo cada día, pese a todo.
Recientemente tuve un par de experiencias bastante impactantes, de esas
que no son habituales y de las que cuesta hablar por la intensidad con
la que te golpean.
Participé como invitada por el Movimiento Democrático de Mujeres para
hablar sobre el patriarcado y cómo es visto el cuerpo de las mujeres y
otra participante hablaría sobre la explotación sexual comercial.
Abordó el tema desde su experiencia -haber trabajado con ellas y saber
que son las más rechazadas por todas las instituciones y que se pueden
llegar a convertir en sus enemigos principales.
Esta mujer (pidió que no se diera su nombre) nos contó cómo algunos
departamentos de los servicios sociales a los que estas mujeres en
condición de explotación sexual acuden a solicitar ayuda y reaccionan
inmediatamente con "quitarles" a sus hijas e hijos con el pretexto de
brindarles “la protección de esos menores” sin tener en cuenta su
situación emocional.
"Por qué si existen instituciones para formar peluqueras o mecánicas de
automóviles u otras profesiones ¿Por qué nos negamos a que ellas sean
formadas correctamente en su profesión?"
Puede resultar grotesco, pero me remueve "pilares" de los políticamente
correctos al pensar en el tipo de formación que habría que impartir si
realmente se regulara este tipo de actividad.
Otra pregunta llegó en forma de dardo sobre ¿Qué hacemos con esas
mujeres explotadas por personas sin escrúpulos, que solamente las usan y
las tiran cuando ya son viejas y no sirven?
¿Qué hacemos con ellas, muchas extranjeras y sin arraigos que las
cambian constantemente de lugar para que no puedan tener ningún tipo de
vínculo?
Obviamente no nos dejó inmunes y, pese a que en la sala no había ninguna
mujer en esas condiciones de explotación sexual, al menos a mí me
removió muchos aspectos emocionales.
Son personas rechazadas, estigmatizadas y viven casi escondidas
socialmente porque ya no sirven como materia prima. Así de duro. Así de
simple.
La escritora y feminista francesa, Flora Tristán afirmó en su momento, a
principios del siglo XIX que "La explotación sexual comercial es la más
horrible de las aflicciones producidas por la distribución desigual de
los bienes del mundo". Y así lo percibí.
La segunda experiencia que viví fue con mujeres privadas de libertad.
Sí, con mujeres reclusas o "castigadas" como ellas se llaman.
Son mujeres de toda clase y deseosas de ser escuchadas. Mujeres con
errores a sus espaldas que les han llevado a estar donde están. Mujeres
con fuerza e ilusiones que están en un lugar tan inhóspito y hostil como
es la cárcel.
Son mujeres fuertes porque sobreviven a esas condiciones de falta de libertad, en donde todos sus movimientos están controlados.
Ríen y cuentan sus experiencias como si de otras personas se tratara.
Expresan con sus propias palabras sus sentimientos y vivencias.
El impacto emocional que causaron estas dos experiencias va más allá de
la mera experiencia vivida e incluso compartida con ellas. Ha sido un
impacto que me ha permitido reflexionar sobre su ausencia en demasiados
discursos feministas teóricos, el mío incluido.
Sabemos que están y que existen, pero (al menos yo y hasta ahora) no nos
hemos preocupado demasiado por escucharlas y saber de sus experiencias e
incluso de sus sabidurías.
Y están ahí. Son mujeres como yo o como tantas otras a las que el patriarcado ha castigado con sus leyes y sus artimañas.
Son olvidadas, relegadas e incluso escondidas por una sociedad hipócrita
que las hizo creer que podían elegir sus destinos y luego las castigó
por haber elegido.
"El mito de la libre elección" o el neoliberalismo sexual como lo llama
la feminista española, Ana de Miguel, está más allá de lo estrictamente
sexual.
Ese neoliberalismo que nos hace creer que realmente existe la libertad
de elección cuando lo que realmente existe son condicionamientos para
llevar a cabo un plan diseñado por el patriarcado para el sometimiento
de mujeres y niñas.
Tanto las mujeres en condición de explotación sexual, como las que están
privadas de libertad son las grandes ausentes y relegadas de demasiados
discursos, pero que están, viven, respiran, sienten y padecen como cada
persona.
Por mi parte procuraré no volver a olvidarme de ellas, puesto que como mujeres han de estar presentes y ser reconocidas.
* Corresponsal, España. Comunicadora de Ontinyent.
Archivo CIMACFoto
Por: Teresa Mollá Castells*
Cimacnoticias | Ontinyent, Esp.-
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