Lydia Cacho
Plan b*
Hay día en que la empatía se apodera de miles de personas por casos que
parecerían únicos, pero no lo son. El niño sirio que murió ahogado, cuyo
diminuto cadáver en una playa desierta de Turquía se tornó en la
metáfora del abandono de las y los refugiados de guerra en el mundo.
Conmocionó a la comunidad internacional, circuló en redes sociales de la
misma manera en que circuló (en papel), hace décadas, la famosa
fotografía de la pequeña niña vietnamita desnuda y presa del pánico que
huía de las bombas de Napalm; esa imagen tomada por Nick Ut que le dio
la vuelta al mundo y que aun recordamos en los cursos de fotoperiodismo.
La primera mujer que luego de haber recibido un ataque de ácido en la
cara por atreverse a salir sola en Paquistán logró visibilizar los miles
de ataques de ácido producto de la violencia machista que busca
castigar a las mujeres que rompen las reglas para reclamar su libertad.
Malala resaltó entre miles de niñas valientes que han sido balaceadas en
países cuyos conflictos internos se complejizan debido al sexismo
brutal, ese que impide que millones de niñas y mujeres se liberen del
yugo del matrimonio infantil y logren estudiar para convertirse en
adultas cultas con liderazgo y poder. De entre decenas de periodistas
asesinados, el de Rubén Espinosa capturó la atención mundial de forma
singular.
Todos los días resalta un caso específico de entre miles de personas.
Las razones son múltiples: el momento, la casualidad, la capacidad de la
víctima para enfrentar y denunciar de cierta forma, el hartazgo social
que recibe esa noticia como la gota que derrama el río de la
indignación.
El ojo experto de una o un buen periodista o la habilidad narrativa para
explicar las circunstancias, un video, o la actuación inmediata de
alguna organización civil que tiene un logro importante en la defensa de
la víctima.
Miles de personas se preguntan por qué en un mundo en el que la
violencia se normaliza en la medida en que se exacerba, un caso
específico ayuda a retomar la defensa de una causa determinada.
Miles de sacerdotes pederastas, Marcial Maciel y sus valientes víctimas
se convirtieron en caso demostrativo de una realidad silenciada en las
alcobas del miedo de miles contra el poder eclesiástico.
Esta semana la reconocida atleta mexicana, medallista olímpica, campeona
mundial con el segundo record mundial entre las corredoras del planeta,
Ana Gabriela Guevara, fue atacada violentamente mientras ella conducía
su motocicleta Harley-Davidson en la carretera.
La golpiza que le propinaron a esta atleta que se pudo defender un poco
mejor que casi cualquier persona sin condición física, causó tres
fracturas en los huesos cigomático, arco infraorbitario y parietal.
De no haber sido atendida a tiempo podría haber perdido el ojo, sufrir un derrame cerebral o incluso morir.
Más de veinte casos de feminicidio en este año se han registrado en
EDOMEX como consecuencia de golpizas, patadas en el rostro de mujeres
que perdieron la vida en manos de agresores conocidos y desconocidos.
El caso de Ana Gabriela (a quien no conozco en persona), se convirtió en
un emblema de algo que constantemente repiten las activistas que
defienden a víctimas de diversas violencias “si me sucede a mí, te puede
suceder a ti”.
Llama la atención que Ana Gabriela, según récord del video de testigos
en la carretera, jamás aludiera al hecho de que es senadora de la
República; ella y testigos tomaron las placas del auto de sus atacantes.
No le han dado acceso a la carpeta de investigación y la camioneta de
los agresores en realidad la encontraron inicialmente un grupo de amigos
expertos en seguridad privada, no la autoridad.
Los agresores declararon que al golpearla no sabían que era una mujer (como si patear y azotar a un hombre fuera permisible).
La reacción virulenta contra Guevara se debe, según los ignorantes y
mendaces, a que la han atendido de forma especial por ser senadora del
Partido del Trabajo. Los insultos lesbófobos la recriminan por ser
mujer, por su apariencia, por manejar una moto “de hombre”.
Todos los días miles de víctimas de violencia en México callan por temor o desconfianza a la autoridad.
Ciertamente muchos políticos abusan de su poder para resolver sus casos;
pero no hay una sola evidencia que demuestre que Guevara ha usado
influencias, de allí que la virulencia y burla sobre este grave hecho no
tenga más explicación que el odio gratuito y desinformado, ese que ella
y miles de mujeres que rompen las reglas resisten a diario por
defenderse abiertamente.
Sumado a ello el prejuicio contra miles de personas que en grupo disfrutan la convivencia de viajar en motocicleta por su país.
* Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que
siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy
probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
Ana Gabriela Guevara | Archivo CIMACFoto / César Martínez López
Por: Lydia Cacho
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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