Hace unas semanas, el exgobernador de Veracruz Javier Duarte se fugó
del país utilizando un pasaporte falso. La entonces procuradora general
de la República y ahora secretaria de la Función Pública, Arely Gómez,
coincidentemente esperó hasta unas horas después de la desaparición del
gobernador para girar los órdenes de aprehensión correspondientes en
contra del veracruzano por haber encabezado uno de los robos más grandes
del siglo.
Hace unos días, quien fuera secretario de Hacienda de Felipe Calderón
(2006-2009) y ahora gobernador del Banco de México, Agustín Carstens,
anunció que él también está haciendo maletas para abandonar el país.
Como bien demostró Proceso la semana pasada, la normatividad no permite
la renuncia de Carstens. Pero no le importa la ley al principal
arquitecto de la fallida estrategia económica neoliberal de la última
década. Prefiere huir antes de tener que rendir cuentas frente al total
colapso económico que se acerca en 2017.
Como
ratas saltando de un barco a la deriva, estos tres personajes
emblemáticos de la estructura prevaleciente de criminalidad, corrupción y
desigualdad son protegidos por las instituciones realmente existentes.
Quienes se quedan al mando les deben demasiados favores a los fugados
para castigarlos como se merecen. Lo mismo ocurre con otras figuras como
Tomás Yarrington, Rodrigo Medina, Roberto Borge, Humberto Moreira,
Fausto Vallejo, César Duarte, Guillermo Padrés, Miguel Alonso Reyes y el
mismo Felipe Calderón. Las redes de complicidad que tejieron cuando
ocupaban sus tronos respectivos hoy siguen operando a su favor para
garantizar su más absoluta impunidad.
La gran pregunta, sin embargo, es: ¿Dónde se esconderá Enrique Peña
Nieto al final de su sexenio? ¿Quiénes lo protegerán una vez que él
también se salte de la nave del Estado mexicano que ha naufragado y
despedazado con tanta efectividad?
Esta es la pregunta clave que marcará todas y cada una de las
acciones y decisiones del actual ocupante de Los Pinos hasta el último
día de su sexenio. Peña Nieto sabe que no podrá colocar como su sucesor
a uno de los integrantes de su círculo cercano, como Chong, Aurelio
Nuño o Luis Videgaray. Tanto la incompetencia manifiesta de los
integrantes del gabinete presidencial como los cada vez más escandalosos
casos de corrupción han desfondado por completo la legitimidad del
Partido Revolucionario Institucional (PRI). De ahí el interés del
exgobernador del Estado de México en pactar con Margarita Zavala, o
incluso con Ricardo Anaya, Miguel Ángel Mancera o Movimiento “Ciudadano”
(MC), con el fin de cerrarle el paso a una verdadera alternancia en el
poder en 2018 que podría acabar con la impunidad.
Tiene el mismo fin, de blindaje e impunidad, el ascenso de Alejandro
Saavedra Hernández, comandante de la 35 Zona Militar en Guerrero durante
la desaparición de los jóvenes de Ayotzinapa en 2014, primero a
general de división, y ahora al importante cargo de inspector y
contralor general de la Secretaría de la Defensa Nacional. Los
nombramientos de Raúl Cervantes como procurador general y probablemente
también como fiscal general, y de los ministros de la Suprema Corte de
Justicia y del Tribunal Electoral, responden al mismo propósito.
Pero conforme se acercan las elecciones de 2018 en un contexto de
colapso económico, corrupción desbordada e indignación rampante, es
probable que se deshaga la madeja y se caiga todo el edificio de
impunidad pactada como un castillo de naipes.
El mantenimiento del sistema actual de corrupción estructural depende
de que todos los actores tengan la confianza de que sus actuales
cómplices les cubrirán la espalda en el futuro. Pero en cuanto la
seguridad de la impunidad eterna sea reemplazada por una auténtica
incertidumbre con respecto a las coordenadas del poder futuro, los
cálculos estratégicos empiezan a transformarse.
En otras palabras, una vez que quede claro que el pacto de impunidad
transexenal firmado entre PRI, PAN, PRD, que ahora también incluye a MC,
PT e “independientes”, no tiene suficiente fuerza para imponer al
próximo presidente de la República, podría iniciarse una desbandada
generalizada. Cada vez más funcionarios y delincuentes cavarán túneles
de escape, desempolvarán sus pasaportes falsos y buscarán jugosas
chambas en organizaciones y empresas trasnacionales.
Esta fuga generalizada dejaría a las instituciones públicas
totalmente vacías y colapsadas, abriendo el escenario para una lucha
política descarnada entre los militares y los morenos, entre la fuerza
bruta y la esperanza ciudadana. Este probable escenario implicaría una
verdadera coyuntura “revolucionaria” para las elecciones de 2018 en que
todos los mexicanos tendremos que decidir si estamos decididos a seguir
luchando por una república soberana y democrática o si de plano nos
rendimos y aceptamos convertirnos en una estrella más en la banda
presidencial de Donald Trump.
www.johnackerman.blogspot.com
Twitter: @JohnMAckerman
No hay comentarios.:
Publicar un comentario