“No falta quien invente que yo en determinado momento
protegí a pederastas, cuando en realidad aquel sacerdote ya está en la
cárcel o retirado del ejercicio del ministerio”, sentenció Rivera.
El cardenal reveló un dato sin aportar más detalles: “al
menos 15 sacerdotes han recibido juicio o sentencia” por pederastas,
pero no mencionó el nombre de uno solo. Según Norberto Rivera, en sus 18
años al frente de la Arquidiócesis hubo “tolerancia cero” hacia los
crímenes sexuales y al abuso contra menores. Los datos y la percepción
pública indican justo lo contrario.
Fiel a su estilo, el cardenal no volvió a mencionar a
ninguna de las víctimas del padre Nicolás Aguilar, ya fallecido, a quien
se le acusó de abusar a más de 100 infantes y que fue tratado como un
“pobre enfermo” por el cardenal y no como el delincuente que era.
Mucho menos mencionó a las víctimas de Marcial Maciel, su
gran protector y protegido. Ahí están los múltiples testimonios de
Alberto Athié, quien una y otra vez ha señalado al cardenal Rivera por
minimizar las acusaciones de sacerdotes como el padre Fernández
Amenábar, víctima como decenas, del fundador de los Legionarios de
Cristo, quien pidió justicia antes de morir.
Norberto Rivera siempre consideró las acusaciones de
pederastia como un “invento”, “un complot” o una maniobra de alguien que
pagaba para afectarlo.
Así se lo expresó en mayo 1997 al reportero Salvador Guerrero Chiprés, entonces reportero de La Jornada, quien
publicó los primeros reportajes sobre la historia de las víctimas de
Maciel en la década de los 50 que decidieron dar la cara.
Así se lo dijo a Alberto Athié cuando intercedió por el
padre Fernández Amenábar. “Que no entendiste lo que ya dije a los
medios: todo es un complot. Todo es falso. Y no tengo más nada que
hablar contigo”.
A Norberto no le interesan las víctimas, sino las
acusaciones. No le interesa “limpiar su nombre” frente a las acusaciones
de protector de pederastas, sino allanar el camino para que él pueda
decidir quién será su sucesor en junio de 2017, fecha en la que cumple
75 años de edad y deberá presentar su renuncia frente a la Arquidiócesis
de México.
Es mantener el poder y no ejercer justicia lo que le importa
a Norberto Rivera. Mantener su herencia de intereses políticos,
económicos y doctrinales, ante un Papa como Francisco que no es su
aliado ni su cómplice, más bien todo lo contrario, como lo demostró
Bergoglio en su reciente visita a México, en febrero de este año.
Sucesores y huellas de pederastia
El tema de la pederastia no es menor en la sucesión de
Norberto. Quizá porque la pederastia se convirtió en un pacto de poder
mafioso y en el secreto mejor guardado en las redes de tráfico de
influencias de la jerarquía católica.
Al menos cuatro de los posibles sucesores del cardenal Rivera han sido señalados por proteger a sacerdotes pederastas:
-Carlos Aguiar Retes, exobispo de Texcoco de 1997 a 2009,
amigo personal del presidente Enrique Peña Nieto, fue señalado por
proteger en su diócesis al sacerdote de Nicaragua, Zenón Corrales
Cabrera, según lo reveló el investigador Rodolfo Soriano al periodista
Rodrigo Vera en una extensa entrevista publicada hace dos semanas en Proceso. Aguiar Retes es identificado como uno de los más fuertes candidatos a suceder a Norberto Rivera.
-José Luis Chávez Botello, obispo de Oaxaca, está en el
centro de otro escándalo por proteger a Gerardo Silvestre Hernández y a
Carlos Franco, señalados como abusadores de decenas de niños. Ahí está
el documental recientemente estrenado y producido por Cristina Sada e
investigado por el periodista Diego Osorno.
-Víctor Sánchez Espinoza, obispo de Puebla, es identificado
como el auténtico “delfín” de Norberto Rivera para sucederlo en la
Arquidiócesis, pero formó parte de esta red de protección cuando estuvo
como obispo auxiliar en la Ciudad de México de 2004 a 2009. Como
Norberto, Sánchez Espinoza abanderó las posiciones contra el matrimonio
igualitario y de la reforma constitucional de Peña Nieto.
-Ramón Castro, actual obispo de Cuernavaca y exobispo de
Campeche (2006-2013), otro de los posibles sucesores de Norberto,
también ha sido señalado de encubrir a sacerdotes de Campeche, quienes
durante dos años abusaron del misionero Luis Felipe Yzquierdo, cuando
tenía 16 años. El caso llegó, incluso, a un exhorto del Poder Judicial
del estado peninsular a las autoridades de Morelos para llevar a cabo
las diligencias necesarias y emplazar al obispo como acusado.
En otras palabras, ninguno de los actuales obispos que han
sido mencionados como sucesores de Norberto está libre de tirar la
primera piedra en este tema que constituye la quintaesencia de la crisis
de liderazgo moral de la Iglesia católica.
El único de los aspirantes que no se ha vinculado como
protector de pederastas es el exobispo coadjutor de Papantla, Jorge
Carlos Patrón Wong, muy cercano al Papa Francisco, quien lo nombró como
secretario de la Congregación del Clero para los Seminarios, es decir,
el principal responsable de la formación de los futuros sacerdotes.
Patrón Wong, de origen yucateco, conoce muy bien las
dimensiones del problema humano, político y económico de la pederastia.
Participó en 2011 como representante de El Vaticano en un simposio sobre
el combate a la pederastia y en mayo de 2012 elaboró un proyecto de la
Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) para evitar los abusos
sexuales contra menores de edad.
Según una entrevista que dio a la agencia Notimex en
aquella ocasión, Patrón Wong adelantó que este proyecto “se caracteriza
por el énfasis que pone en la prevención de posibles abusos y la
selección de los candidatos al sacerdocio. Y tiene además en cuenta
todos los aspectos de la legislación civil mexicana”.
El documento, afirmó Patrón Wong, menciona las “líneas guía”
que asumirá la Iglesia mexicana para enmendar los errores cometidos en
el pasado y evitará la “discrecionalidad” con que se manejaban este tipo
de abusos.
“Se impondrá la cultura de la transparencia” por encima de
la “cultura del silencio”, muy difundida en el pasado y cuyo máximo
exponente fue Marcial Maciel, admitió Patrón Wong ante la agencia
informativa.
Justo esa “cultura del silencio” y de la complicidad que
llevaron al cardenal Norberto Rivera al desprestigio y a dejar su legado
de 18 años en la Ciudad de México manchados por su opción preferencial
por el encubrimiento.
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