Adriana Bermeo*
El 8 de septiembre de 2016 pobladores de
Teteloloya, Nuevo Tenancingo, Plan de Ayala y El Paraíso, pequeñas
localidades enclavadas en las montañas de la Sierra Norte de Puebla
bloquearon la autopista México-Tuxpan, a la altura del kilómetro 164 en
el tramo conocido como Cerro de la Ardilla. Exigían el resarcimiento de
los daños a sus territorios que causó la construcción de esta
supercarretera, así como la construcción de puentes peatonales: demandas
mínimas que deben atender una empresa
socialmente responsablecomo ICA y el gobierno que la autorizó.
Las localidades mencionadas se sitúan en la última porción de 40
kilómetros; una obra compleja de nueve años para evitar la sinuosidad de
la Sierra Madre Oriental. Este tramo se sitúa a lo largo del río San
Marcos, perteneciente a la cuenca del río Cazones; se caracteriza por
una alta diversidad de ecosistemas favorecidos por la humedad del Golfo
de México y por la presencia de pequeñas localidades dispersas, ocupadas
desde hace siglos por comunidades campesinas herederas de la cultura
mesoamericana: nahuas, totonacas y otomíes.
La población indígena serrana desarrolló a lo largo de su historia
territorial estrategias agroecológicas diversas para satisfacer sus
necesidades: milpas que dejan descansar el terreno y
caminande un sitio a otro, respetando una porción de vegetación natural. De acuerdo con el doctor Eckart Boege, es una zona biocultural prioritaria para la conservación in situ de cultivos fundamentales, como maíz, frijol, chiles, tomates y quelites. Es un sitio de origen y diversidad de estos y muchos otros cultivos y territorio de una riquísima cultura agrícola y culinaria que debe cuidarse y apoyarse. Sin embargo, los tomadores de decisiones en nuestro país no valoran los territorios de los pueblos originarios: corazón de la cultura nacional. En lugar de darles la importancia que tienen y apoyar su papel fundamental para el futuro de México, priorizan los designios del capital global.
Es así que la reforma energética se territorializa en esta zona con
un sinfín de proyectos que por su ubicación, sus riquezas hídricas y
minerales atraen capitales que han estado destruyendo el paisaje y
despojando a las comunidades con la construcción de gasoductos,
hidroeléctricas y la presencia cada vez más constante de minas a cielo
abierto.
La construcción de la autopista respondió a la necesidad de estas
obras, y también de agilizar la circulación terrestre entre el noreste y
centro del país. En palabras del doctor Víctor Toledo, es un
atentado contra la vida orgánica de la región, que a pesar de sus carencias y limitaciones mantenía un metabolismo armónico. Es decir, la producción agrícola se hacía respetando los ciclos de recuperación de los ecosistemas, y con ello, sostenían su producción de alimentos sin destruir las montañas y su diversa vegetación.
En 1999 las afectaciones por deslaves e inundaciones fueron notables
en toda la Sierra; en Teziutlán murieron 260 personas. Se hizo evidente
la alta vulnerabilidad social en la temporada de lluvias, debido a la
destrucción de extensas superficies de vegetación, que además no
incorporaron medidas de contención de suelos. También priva una
urbanización destructiva. Esta tragedia no ha parado la devastación de
laderas serranas y la dinamitación del corazón de las montañas en
decenas de kilómetros para la construcción de caminos y gasoductos. En
Cuacuila y Xaltepec, municipio de Huauchinango, a pesar de la pérdida de
vidas humanas, la negligencia estatal y la destrucción continúan.
La ampliación de la infraestructura carretera y energética
nacional en la Sierra Norte de Puebla no sólo pone en riesgo la vida de
los pobladores, sino además impide la reproducción de estas culturas que
dependían del monte y de sus territorios milenarios. De esta manera no
sólo se vulnera su derecho a la alimentación, sino se demerita su
capacidad como guardianes de saberes tradicionales en el manejo
sustentable de diversos ecosistemas y en especial su importante labor de
reproducir semillas nativas (llamadas criollas) in situ.
Los manifestantes exigen puentes para sortear la barrera que impuso
la autopista a comunidades del municipio de Tlacuilotepec. Ahora no
pueden acceder a su Kuojtakiloyan, el monte útil donde anualmente
cultivaban su milpa y cafetales, y también recolectaban plantas útiles.
También exigen el resarcimiento de daños a los 17 pozos de agua
tradicionales destruidos e indemnización a 150 viviendas afectadas. Es
evidente que se han violado los derechos humanos de estos pueblos
totonacas sometidos al riesgo de deslave del cerro e imposibilitados a
producir su propio alimento con sus prácticas milenarias. Ahora ¡más
empobrecidos y obligados a vender su fuerza de trabajo a la misma
empresa que los destruye!
Los atentados contra la vida en la misma zona se repetirán con la
construcción del Gasoducto Tuxpan-Tula por la empresa TransCanada, que
se ha ido imponiendo por la fuerza. Sin embargo, la resistencia
organizada de pueblos conscientes se sostiene para detenerlo. La toma de
conciencia de que los megaproyectos son proyectos de muerte va
creciendo. Las comunidades son engañadas con promesas falsas que nunca
se han cumplido. En cambio, despojan y expulsan a los pobladores
orginales quienes engrosan las filas de los más pobres y explotados de
las urbes.
El reto de conservar la inmensa e invaluable riqueza ambiental y
cultural de México es enorme y urgente. Pasa por oponerse a un modelo de
desarrollo depredador en el cual no tiene cabida real esta riqueza, el
hacer milpa, una forma de producir alimentos sanos y diversos sin destruir los bosques. El modelo que se pretende imponer genera empobrecimiento cultural, natural y humano, y una creciente dependencia a los programas sociales o a las remesas. Es indispensable exigir
la reparación del daño: para ello urge frenar la territorialización de la reforma energética en la Sierra Norte de Puebla y otras zonas de pueblos originarios. De lo contrario se violarán los objetivos de cualquier iniciativa por conservar la biodiversidad y la gran riqueza biocultural de México.
* Candidata a doctora en geografía, UNAM y UCCS AC.
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