Antonio Gershenson
El caso de la violencia
contra Ana Gabriela Guevara ha traído a la atención pública la relación
hombre-mujer. Quiero escribir sobre lo que considero que es un ejemplo
de algo que se debe hacer y que, obviamente, ha sido posible.
Son experiencias mías. Empiezan estando yo como preso político, y en
buena medida en tiempos del movimiento de 1968 y años siguientes. Yo
entré en septiembre de 1967, y ya se había logrado una crujía
exclusivamente para los presos políticos. Me casé en la cárcel con una
visitante, precisamente, de los presos políticos. Nosotros, la mayoría
de los presos de la crujía N, estábamos en
la comuna, en la que nos turnábamos en comisiones de dos o tres, según el número de integrantes de cada momento.
La comisión se encargaba de cocinar y servir las comidas en un patio
que había junto a cada celda, y una celda era de la comuna. A cada quien
y a su comisión le tocaba cocinar y servir la comida durante un día.
La visitante con la que luego me casé me ayudaba, pero al mismo
tiempo ella aprendía a cocinar; era muy joven y casi no sabía cocinar
cuando empezó a llegar a la crujía. Le fui enseñando de todo y fuimos
novios, y luego esposos. Al salir yo de la cárcel, cocinábamos y
hacíamos el trabajo doméstico los dos, y los dos teníamos trabajo en el
exterior. En general, con el paso de los años ambos trabajábamos con
ingresos y hacíamos labor doméstica.
Eso era diferente a lo que yo conocí de la generación anterior. Mis
papás y sus amigos, todos casados, duraron como esposos hasta la muerte.
A menudo con problemas, algunos de los que la mujer se daba cuenta
hasta la muerte de su marido, al revisar los documentos.
En esa época, la mayoría de mis compañeros se habían casado
dos o más veces. Nuestra unión sí empezó a tener dificultades, y terminó
a los 13 años, por acuerdo común y con un abogado amigo de los dos.
Creo que fue el matrimonio que más duró entre conocidos de mi
generación.
Una dentista amiga mía, además de atenderme como paciente, cuando le platiqué del divorcio, dijo en broma:
¿Y por qué no la agarraste a trancazos?Su broma reflejaba una realidad muy extendida en México, a la que nosotros no nos sumábamos.
Mucho más recientemente, se repite, con enormes diferencias, otro
caso de mi relación con una mujer. Pero con algunas cosas en común: los
dos trabajamos con ingresos, los dos cocinamos y hacemos otra
actividades domésticas, aun viviendo cada quien por su lado.
Obviamente, nuestras formaciones son distintas. Cada quien ha
estudiado, y trabajado para diferentes áreas de producción, actividad o
generación, y las hemos compartido; de modo que cada quien tiene el
apoyo del otro o la otra para muy diversos casos o problemas.
Una pareja debe vivir con respeto y reconocimiento mutuos.
Creo que estas experiencias muestran que muchas demandas que se han
expresado relacionadas con el trato entre hombre y mujer no son
simplemente deseos incumplibles. Podrán ser difíciles, pero son
posibles; claro que son viables.
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