En Santa María Suchixtlán, en la Mixteca
Alta oaxaqueña, se trabaja a contracorriente de un liderazgo mexicano
global. México ya es el segundo país del mundo donde la población deja
su territorio para vivir y trabajar en otra nación, sólo después de
India, y ambos países encabezan esa fuga del miedo y la escasez, que es
la otra cara de la globalización.
En el amplio cuerpo geográfico mexicano se multiplicaron las zonas
del miedo rurales y urbanas y que contaminan por igual a manos
laboriosas que a mentes educadas. Las zonas de miedo: un cáncer que
erosiona desde muchos frentes a los hábitats de la gente común.
Violencia, vacíos de trabajo y apoyos a los productores, fracturas de la
convivencia y los tejidos sociales.
La huida parecía un destino implacable y erizado de riesgos, pero con
algún margen de éxito hasta antes que llegara Trump. ¿Qué se hará con
estas poblaciones que el actual orden expulsa, si México se convierte en
una gigantesca trampa sin salida? Como ocurre en muchas otras
comunidades, pueblos y barrios del país, en Santa María Suchixtlán,
comunidad del municipio de San Andrés Xinastla, en la Mixteca Alta, se
trabaja desde hace años para evadir ese destino. Combinan, como en
muchos otros casos, sus recursos históricos con los nuevos saberes y
herramientas. Emplean a fondo sus usos y costumbres y se alían con
especialistas en ecodesarrollo, en historia y en restauración. Ya son el
primer geoparque que reconoce la Unesco en México, reservorios
geológicos, arqueológicos y de paisaje, y se proponen rescatar uno de
sus más fuertes símbolos de identidad y pertenencia, una iglesia y una
capilla con sus cuatro óleos sobre tela y 22 esculturas datadas del
siglo XVII.
A contracorriente del vendaval que obliga a migrar, muchos pelean por
arraigarse, y en ello juega un papel importante el rescate de los
patrimonios culturales que recuperan los símbolos de identidad con sus
territorios. Con ello, entre otras cosas se vacunan contra la metástasis
que por varios frentes desarma a esos arraigos. Son las múltiples
luchas y resistencias que atraviesan pueblos, regiones, organizaciones
populares e instituciones. Pequeñas y grandes gestas que restablecen la
posibilidad humana de vivir dignamente en común, y que combinan el
rescate de lo que hay con rasgos de los mundos que se podrán vivir en el
futuro inmediato. En esos esfuerzos pequeños y cotidianos se abren
paso, sin embargo, grandes cosas, por ejemplo, hacer posible y deseable
la lucha por restablecer a los territorios como espacios para la vida a
lo largo y a lo ancho de esta nación vasta.
Pero al revés de lo que ocurre en Santa María Suchixtlán, el
gobierno federal no supera el pasmo, una atmósfera de incertidumbre y
pasividad que avanza, cuando debería acompañar los esfuerzos populares y
rehacer el tejido social y productivo de la nación en esta situación de
grave riesgo.
Por ejemplo, a la muy noble institución federal encargada de esos
patrimonios culturales la tienen sin cabeza directiva desde el 15 de
agosto a la fecha, ya casi cuatro meses. Y también va para un mes de
silencio ante una carta contundente de los 30 investigadores y
profesores eméritos del INAH enviada el 15 de noviembre, en la que
señalaban precisamente la urgencia de designar a la brevedad a su
director general con el perfil y la experiencia que lo valide y legitime
como defensor del patrimonio de la nación plural y diversa que somos.
Es lo mismo que defienden sus sindicatos de trabajadores que integran a
las especialidades dedicadas a tan importante labor para preservar
identidades y valores de cohesión. Y se tiene ahora una carta fuerte
para cubrir ese puesto directivo, la del antropólogo Diego Prieto, quien
se ha distinguido por dar consistencia a la tarea primordial de la
institución creada por el presidente Cárdenas el 31 de diciembre de
1939: su compromiso hacia el cuidado de los patrimonios.
El INAH tiene la estructura territorial descentralizada y las
atribuciones legales para coadyuvar con las muy diversas poblaciones en
ese su esfuerzo por vacunarse contra la incertidumbre, el mied
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