Carlos Bonfil
La Jornada
Fotograma del dramático cuarto largometraje del realizador
Rodrigo Plá, basado en el relato de la escitora Laura Santullo
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Intentemos, por un
instante, entender los razonamientos de una misoginia que gana terreno
en nuestras sociedades al tiempo que se desgasta, de modo acelerado, ese
dique de contención que solía ser la corrección política. Una mujer
asiste impotente al drama de ver que su marido gravemente enfermo no
recibe una atención médica oportuna ni un apoyo eficaz de las
aseguradoras. Por el contrario, todo conduce, de modo fatal, al
agravamiento de la enfermedad del paciente y a un deterioro, sin
paliativos, de su calidad de vida. La mujer se rebela frente a ese
insensible aparato burocrático y a sus intereses creados, y emprende una
lucha sin cuartel en contra no de un individuo en particular, sino de
todo el sistema que la ignora y que con premura condena a su esposo, ese
resto de vida humana para ellos tan prescindible. Esa frialdad de las
aseguradoras, su contubernio con un poder médico, y la lucha de la
esposa por hacer más llevadera la agonía de su pareja o por procurarle
una esperanza posiblemente inútil, es el asunto central de Un monstruo de mil cabezas, cuarto largometraje del realizador Rodrigo Plá (La zona, La demora), basado en un relato de la escritora Laura Santullo, su guionista preferida.
Retomando el tema de la misoginia, no sorprendería que de haberse
cambiado los papeles y haber sido el marido quien emprendiera una lucha
similar contra el sistema de las aseguradoras para proteger a su esposa,
se entendiera y justificara cabalmente la violencia de su empeño y los
extremos a que ello pudiera orillarle. En el caso que presenta la
guionista Laura Santullo, es una mujer, Sonia Bonet (Jana Raluy), quien
protagoniza esa violencia desesperada y se enfrenta a dilemas tan duros
como el tener que exponer en el intento la vida de su hijo adolescente. Y
no son pocas las voces que califican su actitud de radical, exagerada o
sencillamente histérica. De este modo, el monstruo de mil cabezas del
título no sólo sería ese sistema inclemente que sacrifica al marido,
sino también esa parte sustancial de una opinión pública que descalifica
o condena a toda mujer que rompe con el rol de género asignado para
asumir una combatividad inusual o agresiva. Y al respecto abundan los
ejemplos: desde el muy reciente papel que interpreta la brasileña Sonia
Braga en Aquarius, de Kleber Mendonça Filho, quien lucha con
denuedo en contra de la voracidad de la empresa inmobiliaria que busca
su desalojo, hasta el empeño solitario y tenaz de una enfermera que
atiende al hombre desahuciado a quienes todos ignoran lamentablemente en
el sistema burocrático de corrupción generalizada que presenta la cinta
rumana La muerte del señor Lazarescu, de Cristi Puiu.
La pareja de cómplices creadores Rodrigo Plá y Laura Santullo
refrenda, en su nueva cinta, su gran solvencia narrativa y artística
para sugerir una atmósfera opresiva y mantener un trepidante ritmo de
suspenso en lo que ahora es abiertamente una apuesta de thriller con un cuestionamiento social. En La zona era
ya inquietante ver en la parábola de un microcosmos social de
enfrentamientos clasistas los síntomas de una descomposición moral
colectiva; y, más tarde, en La demora, los extremos de indefensión y abandono a que podía llegar un anciano en un sistema que le escatima un digno espacio vital. Un monstruo de mil cabezas alcanza
en su crítica social un punto de exasperación que desemboca en una
rebeldía desesperada. Que ese ánimo combativo lo asuma esta vez, de modo
tan contundente, una mujer de una clase media duramente golpeada por la
crisis y las contradicciones del dogma neoliberal, es algo que confiere
a la cinta un toque de actualidad y una gran pertinencia.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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