Cristina Pacheco
La Jornada
Ollitas de barro, latas con engrudo, tijeras, hojas de periódico, papeles de colores inundan la mesa frente a la que Itzel y Carolina decoran piñatas miniatura.
Itzel: –Las monjitas quieren que les entreguemos el pedido a más
tardar el viernes. (Mira hacia la ventana.) Se me hace buena onda que
les hagan cena de Navidad a los chamacos asilados. Cuando salen
formaditos a la iglesia casi lloro de pensar que son huérfanos. (Cesa la
música navideña que salía de la radio.) ¿Por qué lo apagaste?
Carolina: –Llevan horas poniendo villancicos. ¿No tendrán otra música?
Itzel (mirando de reojo a su amiga): –Por si no te has enterado, ya va a ser Na-vi-dad.
Carolina: –¿Crees que no lo sé? Mis gemelas no hablan de otra cosa.
Itzel: –Lógico, son niñas. ¿Qué vas a hacer para la cena?
Carolina: –¡Corajes!
Itzel: ¿Y eso? (Escucha la cumbia que anuncia una llamada en el celular de su amiga.) Es tu teléfono. ¡Contesta!
Carolina: –No. De seguro es Javier para que le diga si ya hablé con
mi mamá. (Saca de su bolsa el telefonito, lo apaga y lo deja en la
mesa.) Quiere que le llame para decirle que nos vamos a Taxco y no
tendremos cena.
Itzel: –¿Me creerás que nunca he ido a Taxco? Dicen que es precioso. Allá la van a pasar muy bien.
Carolina: –Es que no vamos a ir a Taxco ni a ninguna parte. Cenaremos
en mi casa, pero Javier inventó lo del viajecito porque no quiere que
mi mamá cene con nosotros. Según él, este año le toca a mi suegra
visitarnos.
Itzel: –¿Doña Clara y tu mamá no se llevan?
Carolina: –No, y todo porque un día de mi cumpleaños Javier no me
regaló nada. Mi mamá, que ya te he dicho cómo es, muy sonriente como que
se lo reprochó. Doña Clara le dijo:
Consuegra: acuérdese que entre marido y mujer, nadie se debe meter.¿Crees que mi madre se iba a quedar callada? No, ni en sueños. Lo que se dijeron las dos mejor ni te lo cuento. El caso es que hasta la fecha no pueden verse ni en pintura.
Itzel: –¿Y qué vas a hacer?
Carolina: –Todo, menos desinvitar a mi madre. Anoche volví a
decírselo a mi esposo, pero él insiste. Dice que si mamá viene a la cena
él nada más no se presenta. ¿Adónde piensa ir? ¡No sé ni me importa!
Itzel: –¿Y cómo vas a explicarles a tus gemelas que su papá no las acompañe a cenar?
Carolina: –Pues diciéndoles que Javier se quedó a trabajar en el
restorán. Otras veces ha pasado, así que van a entenderlo. (Sonríe
orgullosa.) Son listísimas, y eso que todavía están chiquitas. Les digo
mis bebésaunque hayan cumplido cinco años. (Escucha golpes en la ventana.) Es la madre Consuelo. Da una lata...
II
Carolina (se aleja de la mesa y contempla las piñatas
decoradas): –Quedaron bien bonitas. A los niños les van a encantar ¿no
crees? (No obtiene respuesta.) ¿Me oíste?
Itzel: –Sí, pero estaba pensando en tu cena.
Carolina: –Ya te dije que para mí no será ningún problema. Si Javier
no quiere asistir, lástima, porque se va a perder mis romeritos. (Ve la
expresión de Itzel.) ¿Sigues preocupada?
Itzel: –Por tus hijas. Nunca olvidarán que su padre no las acompañó esta Nochebuena.
Carolina: –A su edad, todavía no se dan cuenta bien, bien, de las cosas.
Itzel: –Te equivocas. Lo sé por experiencia. (Ordena los papeles de
colores.) Fíjate que cuando yo tenía más o menos la edad de tus gemelas
nos fuimos a vivir a San Luis Potosí. Mi papá nos alquiló una casa toda
amolada donde lo único presentable era el comedor. Los dueños nos lo
dejaron equipado con una mesa grande, seis sillas y dos trinchadores. No
creo que hayan sido nada del otro mundo, pero esos muebles a nosotros
nos parecieron maravillosos. Además, la puerta de madera tenía de la
manija para arriba vidrios biselados, cosa que nunca habíamos visto.
Carolina:–¡Qué precioso!
Carolina: –Estábamos encantados, felices. El día 24, muy temprano, mi
padre nos dijo que tenía que salir a cobrar un dinero y a comprarnos
regalos, que regresaba en la tardecita. Mi madre quiso darle una
sorpresa y me llevó al mercado a comprar un pollo, flores, dulces,
fruta, pan y una botella de sidra.
Carolina: –Todo para una cena en forma.
Itzel: Sí, en la mesa no faltó nada, lástima que mi padre no haya
llegado en toda la noche. (Junta las manos a la altura del pecho.) Ya
pasaron añísimos de y sin embargo jamás he olvidado la silla vacía, la
cena enfriándose en la mesa y mis ganas de llorar.
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