Por Héctor Tajonar ,
(Proceso).- Dos meses han bastado para
demostrar que muchos de los exabruptos, tuits y órdenes ejecutivas de
Donald Trump no llegan a convertirse en políticas públicas reales, sino
que se quedan en meros desplantes disparatados. A pesar de que el
megalómano mandatario actúa como un autócrata, no logra serlo del todo
debido a que las leyes e instituciones de la democracia estadunidense se
lo impiden. Ello no significa que el personaje deje de representar un
peligro para el mundo, pero sí impone límites a su arbitrariedad.
En el caso de la relación bilateral, eso implica que existe
un espacio para hacer prevalecer el interés de México en la compleja
relación con su poderoso vecino, a pesar de la asimetría y del locuaz
ocupante de la Casa Blanca. La fuerza de la razón debe imponerse porque
en muchos temas el beneficio ha sido mutuo y puede seguir siéndolo.
Abundan los datos duros para demostrar la importancia de México para
Estados Unidos y la conveniencia recíproca de mantener una relación de
cooperación, no de confrontación, menos aun de sometimiento. Menciono
algunos:
-México es el segundo consumidor mundial de bienes
estadunidenses (263 mil millones de dólares en 2015). Ese monto es
superior a la suma de las exportaciones de Estados Unidos a China, Japón
y Alemania.
-El consumidor mexicano promedio compra 17 veces más
productos estadunidenses que el consumidor chino promedio, y el doble de
todos los compradores europeos de ese nivel.
-México es el tercer proveedor más importante de Estados Unidos.
-Muchos de los productos mexicanos que se exportan a Estados
Unidos contienen 40% de valor agregado –trabajo y tecnología–
estadunidense, trátese de automóviles o electrodomésticos. Es decir,
cada dólar de las exportaciones mexicanas contiene 40 centavos de
aportación norteamericana.
-México y Estados Unidos no son sólo socios comerciales, sino que producen de manera conjunta multitud de productos.
-El comercio bilateral se ha sextuplicado de 1993, cuando se
ideó el Tratado de Libre Comercio, alcanzando una cifra de 584 mil
millones de dólares en 2015, equivalentes a más de 1 millón de dólares
por minuto.
-Cinco millones de empleos en Estados Unidos dependen del
comercio con México. Uno de cada 29 empleos allá depende del comercio
con nuestro país.
Gracias al TLC las exportaciones agrícolas y de alimentos
estadunidenses a México y Canadá se han cuadruplicado: de 8.9 mil
millones de dólares en 1993 a 38.6 mil millones en 2015.
Todo ello demuestra que la integración comercial de América
del Norte es irreversible. La geografía y la historia han creado
vínculos económicos que no pueden romperse por decreto. Más vale
afianzarlos poniendo por delante el interés de México, sin menoscabo de
promover la diversificación económica del país para evitar que la
interdependencia comercial se convierta en dependencia a secas.
Por tanto, para mantener la competitividad de Norteamérica
en la economía mundial lo conveniente es actualizar el TLC, como lo
propone Christopher Wilson en un estudio del Instituto de México del
Wilson Center*, titulado Trazando una nueva ruta. Opciones de política
pública para la nueva etapa de las relaciones Estados Unidos-México,
dado a conocer el martes 21 en un seminario sobre la relación bilateral
durante el gobierno de Trump.
Cancelar el TLC, como inicialmente amenazó el demagogo del
norte, aumentaría los precios y la inflación en Estados Unidos, además
de elevar los costos de la industria en la región, poniendo en riesgo
empleos y disminuyendo la competitividad. Como suele ocurrir, el
mandatario matizó su amago diciendo que el tratado debería ser justo
además de libre, lo cual deja la negociación en manos de su secretario
de Comercio, Wilbur Ross, quien tiene ocho plantas automotrices en
México y es partidario de estimular las exportaciones en lugar de
limitar las importaciones.
Sería positivo para ambos países incluir el comercio de
productos digitales que no existían a principios de los noventa,
aprovechar el comercio en línea y hacer más eficiente el cruce
fronterizo para facilitar el transporte de productos, usando como
ejemplo el CBX (el puente que conecta el aeropuerto de Tijuana con San
Diego).
Una renegociación inteligente del TLC abriría la posibilidad
de impulsar una transformación de la economía mexicana para dejar de
ser sólo proveedora de mano de obra barata, reforzar la manufactura de
alto valor y destreza, como la aplicada en las industrias automotriz y
aeroespacial, e ingresar de lleno en la economía del conocimiento. Ya no
sólo construir productos, sino imaginarlos y diseñarlos. Alentar la
participación del país en las industrias creativas significaría ascender
hacia un nuevo estadio del desarrollo económico de México.
Además de economía y comercio, el estudio del Wilson Center
aborda otros temas tanto o más complejos y controvertidos de la agenda
bilateral –seguridad, migración, energía y cambio climático–, con la
idea de repensar la relación desde un enfoque “radicalmente distinto”, a
fin de valorar los logros obtenidos en beneficio de las dos naciones
durante las últimas dos décadas. De lo contrario –advierten los autores–
el futuro de la relación bilateral se pondría en riesgo, dando lugar a
un nacionalismo y hostilidad crecientes en ambos lados de la frontera,
lo cual conduciría a una ruta incierta y peligrosa.
Imposible hacer una glosa completa del estudio en este
espacio. Recomiendo leer el documento completo en el portal del Wilson
Center, no por estar de acuerdo con todo lo que ahí se expone, sino para
sentar las bases de una discusión racional y para atender un llamado a
la sensatez y el rigor analíticos, tan escasos al norte y al sur del río
Bravo.
*Por decisión de Donald Trump, ese centro apartidista de
investigación dejará de recibir fondos federales, igual que otras
instituciones culturales y sociales estadunidenses.
Este análisis se publicó en la edición 2108 de la revista Proceso del 26 de marzo de 2017.
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