La decisión del diario Norte
de Ciudad Juárez de terminar su edición impresa, anunciada ayer en ese
rotativo por su director, Óscar Cantú Murguía, no sólo es un hecho
lamentable por lo que conlleva la pérdida de una publicación periódica
en papel –dispersión de sus lectores, cierre de una fuente de trabajo,
empobrecimiento de la oferta noticiosa local– sino también un suceso que
ilustra a cabalidad las dificultades que enfrentan los medios
informativos que buscan operar en forma independiente de los grandes
grupos empresariales y a las tutelas encubiertas desde diversas
instancias del poder público.
Es claro que para los medios de circulación o cobertura local las
amenazas contra la vida de sus colaboradores es actualmente, como señaló
el director de Norte,
el ingrediente principalde las citadas dificultades. La referencia tiene nombre y apellido: Miroslava Breach Velducea, corresponsal de La Jornada en Chihuahua y colaboradora del periódico ahora clausurado, asesinada el pasado 23 de marzo en una agresión que, según todos los indicios disponibles, fue una respuesta criminal a su trabajo informativo.
El homicidio contra Miroslava Breach, escribió Cantú, lo llevó a la conclusión de que
no existen las garantías ni la seguridad para ejercer el periodismo críticoy, en consecuencia, a la decisión de cerrar el matutino tras 27 años de circulación.
Una razón adicional para cerrar Norte fue
el irresponsable incumplimiento de las administraciones públicas de los tres niveles de gobierno, los cuales se han caracterizado por una
soberbia negativa de pagar los adeudos contraídos por la prestación de servicios.
Tal situación tampoco es privativa del diario juarense, sino que la
enfrenta la generalidad de los medios independientes –impresos o
digitales– de los poderes políticos y económicos: éstos siguen poseyendo
una perversa capacidad de golpear las publicaciones que les resultan
incómodas mediante la asignación inequitativa y arbitraria de
presupuestos de comunicación social –los cuales son dinero público y
cuyo ejercicio debiera, por ello, estar sujeto a una regulación y una
normatividad verificable– y, más aún, por medio de atrasos y regateos en
los pagos por compra de espacios publicitarios.
En tales circunstancias, las amenazas permanentes a la
integridad física de los informadores y a la viabilidad financiera de
sus medios tienden a cerrar los espacios del periodismo independiente,
crítico y profesio- nal en el país y a dejar el panorama informativo en
manos de entidades que no se conducen en primera instancia por el rigor
de la ética periodística ni por líneas editoriales independientes sino
por intereses mercantiles o por lineamientos emitidos en la sombra desde
oficinas públicas de distintos ámbitos. Contaminada de esa forma por
intereses ajenos, la labor informativa termina convertida en uno más de
los poderes fácticos que, por desgracia, proliferan en el país.
Tales tendencias sólo pueden ser explicadas por una falta de
compromiso de las autoridades de los tres niveles con el estado de
derecho y por su carencia de entendimien- to de la transparencia y la
libertad de expresión como valores irrenunciables de la democracia. En
ese sentido, el lamentable cierre de Norte debiera ser visto
por los habitantes de Ciudad Juárez, los de Chihuahua y los del país en
general, como un llamado de alerta sobre la degradación de la vida
pública que se desarrolla en el México contemporáneo.
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