Por: Cynthia Híjar Juárez*
Hace un año, decenas de miles de mujeres salimos a las calles. Exigimos
nuestros derechos, ocupamos el espacio público, nos reconocimos. En las
ruedas de prensa se nos cuestionó acerca de la invitación a marchar que,
se suponía, debíamos extenderla a los hombres. Se nos llamó violentas. A
las marchas de diversos estados se sumaron hombres que habían agredido a
compañeras y en la Ciudad de México. Muchos hombres con afán
protagónico terminaron invadiendo el espacio delantero de la marcha que,
acuerdo mediante, se había establecido como un espacio exclusivo de
mujeres.
El backlash (el contragolpe) antifeminista vino a decirnos de inmediato todo lo que habíamos hecho mal. Vimos un despliegue de aleccionamiento mezclado con reproches y banalización de nuestra acción política. De alguna manera quedó claro que una acción tan contundente como la de reunirnos era demasiado para este país feminicida y violador.
A casi un año de nuestra primavera violeta, estamos en medio de atrocidades inimaginables. Además de los casos de feminicidio, desaparición forzada y tortura sexual normalizados por una cultura profundamente misógina, hemos recibido golpes contundentes que, al atentar contra la vida y los derechos de las mujeres de forma ejemplar, nos recuerdan que la violencia estructural no ha cambiado.
El 8 de marzo, por ejemplo, todo se paralizó. Mientras en las calles y oficinas se gestaba un paro internacional de labores, en Guatemala una parte del Hogar Seguro Virgen de la Asunción se quemaba con niñas dentro. Niñas que habían intentado escapar de la tortura y esclavitud sexual, de los maltratos que les otorgaba el “hogar seguro”. Han muerto 19 niñas, luego otras 21, una más… nos dijo la prensa.
“Es que ellas provocaron el incendio”, “es que ellas incendiaron el lugar en una revuelta”. Seis horas sin servicios sanitarios, en condiciones de hacinamiento, y luego morir a merced del siempre disciplinador de las mujeres, el fuego, y cuando decimos que las mató el Estado no es algo simbólico. Fueron asesinadas después de ser esclavizadas ante el posible destape de los tratos que los hogares seguros, albergues y orfanatos dan a las y los menores en nuestros países de esta nuestra patria/patriarca grande.
Las niñas de Guatemala fueron asesinadas el 8 de marzo cuando conmemorábamos a las obreras de las textileras de Nueva York que murieron de la misma manera. Y desde luego, nadie marchó por ellas. Nadie exigió justicia aún como lo hicimos con Ayotzinapa.
Luego vino el asesinato de la periodista Miroslava Breach en Chihuahua, mismo estado que en 2010 brilló por su ineptitud de carácter volitivo ante el asesinato de la activista Marisela Escobedo, que ocurrió justo en frente del palacio de Gobierno.
Días después, nos enteramos que se ha otorgado un amparo a Diego Cruz, uno de los 4 hombres que agredieron sexualmente a Daphne en Veracruz en 2015. La noticia se difundió de inmediato en las redes sociales: el juez Anuar González Hemadi, haciendo gala de las violaciones graves de derechos humanos que le son permitidas a los funcionarios misóginos en este país, se burló de los protocolos de género obligatorios para la justicia en México dados los acuerdos internacionales que el país ha firmado y que, por tanto, obligan a transversalizar la perspectiva de género en todas las instituciones, sobre todo en las funciones del poder judicial.
La evidente incompetencia del juez Anuar, que desde luego no merece ser comparado con los cerdos (ya que estos animales jamás lastimarían a alguien por dinero), se debe precisamente a que su condición de género y clase se lo permiten, como lo permiten a diario, en todas partes, en miles de casos de los que no tenemos conocimiento. Sin embargo, al hacerse visible su misoginia, muchos de los comentarios en redes sociales apuntaban a que, al tener hijas y esposa, quizás también a ellas debían violarlas para que él entendiera los derechos humanos de las mujeres.
Fuego que se quiere apagar con más fuego: para defender a una mujer, muchas personas piden violaciones para otras.
En un despliegue de lágrimas de machista, Anuar González declaró que los “medios masivos de comunicación” lo estaban atacando, y que su único conflicto de interés en el caso era la exhibición en redes por parte de su familia. Ante todo la insensibilidad y la cobardía de los patriarcas.
Por otra parte, también están las que sobrevivimos y que somos castigadas por ello. Por ejemplo la periodista Tamara de Anda que reaccionó ante una agresión sexual en la calle denunciando ante el Ministerio Público. El despliegue de reproches ante su color de piel, su tono de voz y su sentido del humor devinieron amenazas de muerte y violación. Porque claro, nada molesta más en un país feminicida que una mujer que está sobreviviendo.
Hace un año la primavera fue violeta. Hoy en las calles las jacarandas y las buganvilias nos invitan a tomar las calles otra vez, a colorear el mundo de violeta. La primavera llegó y hace calor y lluvia y todos esos bichos coloridos de la estación salen a tomar las calles y regalarles vida. Sí compañera, la primavera volvió. Aunque por alguna razón hoy todo, absolutamente todo, me parece gris.
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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