En México, a escala nacional, el electorado activo ha conformado,
desde hace años, tres tercios políticos, de tal suerte que quien obtiene
el mayor de éstos se hace presidente del país. Si la izquierda se une y
avanza hacia su electorado vecino próximo, tendrá acceso a Los Pinos en
2018.
El tiempo de una presidencia de izquierda estaba definido en 2006,
después del fracaso de Vicente Fox y su traición a la democracia, como
lo dijo muy bien Andrés Manuel López Obrador. Ocurrieron, sin embargo,
algunos imprevistos y una parte del PRI se fue de plano a apoyar a
Felipe Calderón, quien además hizo algunos “ajustes” electorales en
varios estados, especialmente en Guanajuato, de tal manera que, por
cinco décimas de diferencia, obtuvo la Presidencia de la República,
“haiga sido como haiga sido”, según sus propias palabras.
El acceso al Poder Ejecutivo de un priista convencional en el año
2012 ha estado operando como promisorio factor para que la izquierda se
aproxime a su propio tiempo, ya que no es sencillo para cualquier
gobierno ir tan mal como el de Enrique Peña Nieto: no ha resuelto ningún
problema pero tampoco convoca a resolver alguno. En consecuencia, el
presidente habla sin que se le entienda.
Tenemos dos crisis paralelas, aunque vinculadas a través de múltiples
vasos comunicantes: la de violencia y la de corrupción. Además, la
economía no crece y la angustia invade millones de hogares, lo cual
conforma una tercera crisis, pero ya encallecida durante 35 penosos años
de estancamiento en que se ha concentrado el ingreso como en ningún
otro país.
Los dos partidos que comparten el modelo económico y el sistema
político, es decir, el PRI y el PAN, no han sido capaces de proponer
algo interesante para remontar la tercia de crisis que nos agobia. La
instauración de un Estado democrático y social de derecho, bandera de
las izquierdas mexicanas, sería un camino viable si acaso fuera
acompañada de una condición indispensable: el combate radical contra la
corrupción.
Es aquí donde la historia se vuelve a encontrar con López Obrador,
quien considera que la corrupción es el principal problema político del
país. En esto no se equivoca, aunque la lucha contra ésta tampoco
resolvería por sí misma los problemas sociales de México, los cuales son
de mayor calado. De poco serviría combatir la corrupción sin programa
social y democrático.
Si la izquierda en su acepción más amplia, es decir, el pueblo de
izquierda y el sector proclive a escuchar los llamados políticos y
morales de ésta, no acertara en retomar sus propios pasos de unidad
política, la cual implicaría una sola candidatura a la Presidencia de la
República y unos candidatos comunes al Congreso, se convertiría en una
corriente de espaldas a su propia gente y a su propio país.
En términos más concretos, si el PRD, en su acelerado declive
político y moral, insistiera en repudiar la candidatura de López
Obrador, estaría apostando en favor del fracaso de la izquierda en el
nuevo intento de tomar la Presidencia de la República para buscar otro
rumbo nacional. Cierto que el PRD podría fracasar en impedir que la
izquierda se alzara con la victoria electoral, pero también podría
lograr la obstrucción, con la cual el país sería entonces conducido, una
vez más, al despeñadero que le siguen ofreciendo las derechas, el cual
consiste en no tener rumbo alguno en el marco del resonante fracaso del
neoliberalismo.
Cierto que, llegado el momento, podrían ser pocos quienes votaran por
el PRD, pero a veces –ya lo hemos visto–, unos cuantos sufragios pueden
hacer la diferencia. De cualquier forma, la obligación de todas las
izquierdas, aunque algunas ya sean más nominales que reales, es tener un
solo candidato y tratar de dar una salida al manojo de crisis que vive
el país.
Este es el plano en el que se desenvuelve y va creciendo la
candidatura de Andrés Manuel López Obrador, sujeto a toda clase de
campañas en su contra, las cuales podrían conducir al intento de
invalidar su candidatura en una suerte de nuevo desafuero. Que luego no
se niegue el complot.
Como no se trata de una persona sino de una gran parte de la sociedad
mexicana, lo necesario en el momento actual es definir una opción clara
de candidatura, dejarse de grillas y especulaciones, sentar posición y
tomar parte de un bando en el plano de la lucha política.
Hay que concurrir, por ello, a una gran confluencia de las fuerzas de
izquierda con la candidatura de López Obrador a la Presidencia de la
República, manteniendo abiertas las discusiones sinceras y honradas, así
como la crítica pública, pero sin dejar de tener los pies sobre la
superficie y, ante todo, jugársela con lealtad en los pantanosos
terrenos de la lucha política.
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