La pretendida evaluación imparcial de los conocimientos –sea
a través de exámenes o entrevistas con presuntos expertos en los temas–
se fortalece como el instrumento para intentar mitigar los impactos
negativos de las cuotas partidistas en la selección y designación de los
integrantes de los órganos de gobierno de organismos autónomos. Sin
embargo, el proceso del organismo electoral no sólo no arroja buenos
resultados, sino que evidencia que seguir por esta vía puede ser más
contraproducente que benéfico.
Por supuesto que los integrantes de los órganos de gobierno
deben conocer la materia de la que tratan, pero salvo en el caso de
instituciones con actividades fundamentalmente técnicas, como el INEGI o
el Coneval, no puede ser el criterio definitorio, porque los
principales problemas que enfrentarán sus integrantes no serán de esa
índole.
En todos los casos las entidades reguladas (partidos,
gobiernos, grandes empresas, sindicatos, etc.) por estos órganos de
control son poderes constitucionales o fácticos, con lo cual el mayor
reto de los titulares de los órganos de gobierno es no sucumbir ante las
presiones de toda índole que enfrentarán repetida y constantemente, y
el objetivo es que sus decisiones y acciones logren someter
especialmente a los más poderosos al imperio de la ley. Y para esto el
conocimiento del tema e, incluso de la normativa vigente, no es el
elemento indispensable, sino la independencia de los regulados, el
carácter y el compromiso democrático, entre otros.
Por consiguiente, cuando el último filtro es la cercanía con
las entidades reguladas, sea directamente –como en el caso del INE,
donde los partidos políticos son los regulados y hacen la designación– o
indirectamente, como en el caso del Instituto Federal de
Telecomunicaciones, a través de la telebancada, el fracaso de los
órganos reguladores está garantizado, pues las autoridades estarán
sometidas a los regulados.
En el caso de la autoridad electoral este problema ya había
aflorado en la designación de los integrantes de los consejos de los
organismos estatales, donde los integrantes de los equipos ejecutivos o
de los consejos de las autoridades electorales acapararon las nuevas
posiciones. Esta tendencia aniquila el sentido de la ciudadanización,
pues lo que sucede es que los profesionales de los procesos electorales
monopolizan todas las posiciones –ciudadanas y profesionales–, con lo
cual no hay equilibrio.
Este problema se extendió ahora al Consejo General del INE.
Ciertamente sus tres nuevos integrantes no son profesionales técnicos,
sino parte de los órganos de gobierno y, por lo tanto, ciudadanizados.
Pero aunque dicha posibilidad no debe cerrarse absolutamente, sí puede
generar dos efectos perniciosos: uno, ser un mecanismo de control de los
partidos políticos sobre los consejeros de los órganos estatales –su
posibilidad de llegar al Consejo General del INE depende de que no
afecten los intereses de los mismos partidos–; y dos, la inevitable
distancia que genera con el ciudadano el hecho de formar parte de estos
órganos públicos –aunque sean organismos autónomos, viven del erario– y
cuando estos ciudadanos se eternizan en dichas instancias, se
burocratizan.
Hoy más de la mitad de los integrantes del Consejo General
del INE han hecho toda su carrera como servidores públicos; es decir que
siempre han vivido del presupuesto (y aquí excluyo a quienes han
trabajado en las universidades o centros de educación superior o
investigación públicos), con lo cual se pierde totalmente el sentido de
ciudadanización que debía tener dicha instancia. El resto de sus
miembros viene de la academia, pero no hay uno solo cuyo origen sea el
sector privado, el ejercicio profesional independiente o las
organizaciones de la sociedad civil.
La evolución del criterio de selección y el proceso de
designación desfiguraron la ciudadanización del Consejo General del INE,
fortalecieron la injerencia de los partidos en el Consejo y en toda la
institución, al jugar con las expectativas de los consejeros de las
instancias estatales y locales para obligarlos a cumplir con sus
solicitudes. Un paso más en la dirección equivocada.
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