La Jornada

El ataque contra Siria deja claro también que, sin importar quién sea
el presidente en turno de la superpotencia, en ésta prevalece una
actitud de Estado consistente en allanar, imponer sus criterios y abusar
de otros países con absoluto menosprecio por la soberanía y la
legalidad internacional. Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante
la Organización de las Naciones Unidas (ONU), dio ayer una enésima
prueba de esta ceguera arrogante, al apuntar como inevitable la salida
de Assad del poder, una decisión que compete de manera exclusiva a los
ciudadanos sirios.
En el ya deteriorado panorama que atraviesa la región de Medio
Oriente es motivo de alarma para la comunidad internacional; que el
mandatario estadunidense se haya embarcado –o que otras fuerzas lo hayan
orillado– en una línea no sólo violenta e intervencionista, sino que
además pone a Washington y sus aliados en abierta confrontación con Irán
y Rusia, potencias a escala regional y global, respectivamente, que
tienen fuertes intereses en el contencioso sirio y difícilmente
permanecerán impávidas ante la escalada bélica emprendida por Trump.
En este sentido, la respuesta rusa al bombardeo estadunidense –el
desconocimiento de los acuerdos firmados con el ex pre-sidente Obama
para intercambiar información crucial que evitara colisiones
accidentales entre las fuerzas armadas de ambos países destacadas en
Siria– es un recordatorio del peligro de un choque catastrófico, latente
en cada acción militar que cualquiera de los bandos toma en un
escenario con presencia de tantas fuerzas beligerantes.
En suma, sin importar quién esté a cargo –Donald Trump, Barack Obama o
cualquier otra persona–, en Estados Unidos permanece inalterado el
sesgo criminal y belicista de su política exterior, manifiesto en la
negativa de la Casa Blanca y el resto de la clase política a entender
que no tienen ninguna atribución para cambiar gobiernos extranjeros ni
para alterar el comportamiento interno de los existentes. En el caso de
Siria, es imperativo y urgente que tanto Estados Unidos como las demás
fuerzas extranjeras involucradas salgan del país árabe antes de que el
empecinamiento bélico nos acerque a un grave conflicto de escala
mundial.
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