4/10/2017

Trump, el halcón


La Jornada 
Con el bombardeo lanzado la semana pasada por Estados Unidos contra una base aérea del Ejército sirio y la amenaza de tomar nuevas acciones armadas contra el gobierno de Bashar Assad en cualquier momento que la administración estadunidense lo considere necesario, Donald Trump se ha desenmascarado como continuador de la histórica política injerencista y belicista que caracteriza a su país. Con este violento desfiguro, el magnate se presenta como un halcón tradicional de la clase política de Washington, independientemente de que la agresión referida sea –como lo señalan algunos analistas– una suerte de fuga hacia adelante tras los sonoros fracasos en política interna que supusieron los rei-terados vetos judiciales a los decretos migratorios de carácter anticonstitucional y xenófobo que buscaban impedir la entrada de viajeros musulmanes, la falta de respaldo parlamentario a la reforma que habría desmantelado el sistema de salud vigente y el empantanamiento en que se encuentra su amenaza de construir un muro a lo largo de toda la frontera con México.
El ataque contra Siria deja claro también que, sin importar quién sea el presidente en turno de la superpotencia, en ésta prevalece una actitud de Estado consistente en allanar, imponer sus criterios y abusar de otros países con absoluto menosprecio por la soberanía y la legalidad internacional. Nikki Haley, embajadora de Estados Unidos ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), dio ayer una enésima prueba de esta ceguera arrogante, al apuntar como inevitable la salida de Assad del poder, una decisión que compete de manera exclusiva a los ciudadanos sirios.
En el ya deteriorado panorama que atraviesa la región de Medio Oriente es motivo de alarma para la comunidad internacional; que el mandatario estadunidense se haya embarcado –o que otras fuerzas lo hayan orillado– en una línea no sólo violenta e intervencionista, sino que además pone a Washington y sus aliados en abierta confrontación con Irán y Rusia, potencias a escala regional y global, respectivamente, que tienen fuertes intereses en el contencioso sirio y difícilmente permanecerán impávidas ante la escalada bélica emprendida por Trump.
En este sentido, la respuesta rusa al bombardeo estadunidense –el desconocimiento de los acuerdos firmados con el ex pre-sidente Obama para intercambiar información crucial que evitara colisiones accidentales entre las fuerzas armadas de ambos países destacadas en Siria– es un recordatorio del peligro de un choque catastrófico, latente en cada acción militar que cualquiera de los bandos toma en un escenario con presencia de tantas fuerzas beligerantes.
En suma, sin importar quién esté a cargo –Donald Trump, Barack Obama o cualquier otra persona–, en Estados Unidos permanece inalterado el sesgo criminal y belicista de su política exterior, manifiesto en la negativa de la Casa Blanca y el resto de la clase política a entender que no tienen ninguna atribución para cambiar gobiernos extranjeros ni para alterar el comportamiento interno de los existentes. En el caso de Siria, es imperativo y urgente que tanto Estados Unidos como las demás fuerzas extranjeras involucradas salgan del país árabe antes de que el empecinamiento bélico nos acerque a un grave conflicto de escala mundial.

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