Feminismo Francés & Clase obrera
Con los hombres en el frente, las fábricas se llenan de obreras. A principios de 1917, las penurias alimentarias, las condiciones de trabajo y la desigualdad de salarios desencadenan intensos movimientos sociales. En primavera, las francesas se declaran en huelga. |
“Si
las mujeres que trabajan en las fábricas se detuvieran veinte minutos,
los Aliados perderían la guerra”. Esta ocurrencia de Joseph Joffre
[comandante en jefe del ejército francés entre 1914 y 1916], pronunciada
en 1915, anticipa el pavor que va a suscitar un movimiento social que
nadie había visto venir.
En 1917, 430.000 mujeres trabajan en las fábricas de armamento; si bien
Francia y el Reino Unido han conseguido mano de obra de sus respectivos
imperios coloniales, las mujeres constituyen la primera reserva.
De pie de diez a catorce horas diarias, las “munitionnettes” llevan a cabo un trabajo agotador: las leyes de salubridad han quedado en suspenso. Apenas sí resulta más brillante el sector del vestido, que ve florecer el trabajo a domicilio. A estas “cousettes” [“modistillas”] que se consumen sobre sus [máquinas de coser] Singer a 2 francos la jornada las califica de “víctimas más lamentables de la guerra” el alcalde de Lyon, Edouard Herriot. Una precariedad agravada por la explosión del coste de la vida.
El carbón inglés ya no cruza el Canal de la Mancha, cuando estamos en el invierno más frío de la guerra: el Sena queda aprisionado por el hielo, las temperaturas siguen bajo cero hasta en abril. En dos meses se quintuplica el precio de las legumbres frescas; los descampados se convierten en huertos improvisados. Ciertamente, durante mucho tiempo, ante el destino de los “poilus” [“peludos”, apodo popular de los soldados franceses], no era cuestión de quejarse. El feminismo, floreciente en la Belle Epoque, ha puesto entre paréntesis sus ambiciones ante la llamada de la Unión Sagrada, como han hecho, por otra parte, los sindicatos. En enero de 1917, la atmósfera no está para luchas de clases. Un primer movimiento de huelgas se desencadena, sin embargo, en París; en la Panhard-Levassor, los altercados llevan a dos obreras a la cárcel. Estupor.
Igual que en la Renault y en varias casas de costura, las mujeres han llegado a un momento de agitación. Hay que decir que los hombres que no están en el frente son o bien mayores o muy jóvenes, o bien “adscritos especiales” que han evitado las trincheras gracias a sus competencias específicas y no tienen ningún interés en hacerse notar. Los trabajadores coloniales se benefician de salarios bastante más elevados que en sus países de origen. La disparidad salarial entre hombres y mujeres, por contra, está entre un 20 y un 30%. Y llega hasta un 40% en la metalurgia, donde los industriales retienen del salario de las obreras su formación en la maquinaria. En lo más bajo de la escala, las mujeres reciben 4 francos de jornal: el precio de dos docenas de huevos.
Las mujeres apenas son objeto de consideración por parte de los sindicatos, que juzgan que las mujeres tiran de la remuneración hacia abajo; asimismo, el movimiento, espontáneo y no encuadrado, sorprende a todo el mundo. Incómodo, el Gobierno menciona “movimientos aislados”, eleva los salarios mínimos en las fábricas de guerra e instituye comités de arbitraje y delegados de taller. Salta por los aires una prohibición moral: hacer huelga en tiempo de guerra. En esta primera sacudida tiene lugar un episodio del que sacará partido la historiografía militante. El 11 de mayo, las 250 costureras del taller Jenny, en los Campos Elíseos, se enteran de que a su semana se le recortará el sábado por la tarde para compensar la reducción de pedidos.
¿Perder ellas, a las que los ritmos infernales obligan a tomar en una pausa rápida su tentempié de mediodía [“dînette de midi”] – “midinettes” se les llama - media jornada de salario? Inaceptable, pues sus colegas británicas se benefician de un sábado por la tarde festivo y pagado: la “semana inglesa”. Las “Jennys” deciden un paro laboral y se dirigen hacia los Grandes Bulevares, donde arrastran a otras casas de costura. Esta brusca reaparición de la lucha social en la vida parisina, femenina por añadidura, anonada.
L´Humanité lo describe: “Un largo cortejo avanza. Son las modistillas parisinas con sus blusas floridas de lilas y muguete; corren, cantan, ríen; sin embargo, no es Santa Catalina ni el día que marca la mitad de Cuaresma. Es la huelga”. La satisfacción de sus reivindicaciones va a hacer que se echen a a calle todas las profesiones femeninas de la capital, que desfilan juntas con sus signos distintivos improvisados: liga de seda para las corseteras, pluma de avestruz para las plumajeras, impreso de empréstitos de guerra para las de banca. Las comitivas, llenas de sombreros, de cintas tricolores y de flores, son alegres y cantan: “On s´en fout/ On aura la semaine anglaise/ On s´en fout/ On aura nos vingt sous”. [“Qué importa/Tendremos semana inglesa/Qué importa/Tendremos nuestros veinte chavos”].
Un cuadro pastoral que seduce hasta a la Acción Francesa, la cual, a despecho de ser alérgica a toda forma de alboroto obrero, ¡habla de una “bonita” huelga! La prensa saluda la gracia y el estilo de las manifestantes, de las que se decreta que son “encantadoras” y “simpáticas”. Este movimiento de enternecimiento un poco paternalista es bruscamente reprendido cuando la fiebre llega a provincias – Rennes, Burdeos, Tours, Marsella – y, sobre todo, a las fábricas de armamento. Las modistillas no daban miedo; las municioneras, ya es otra cosa. A principios de junio, la censura tacha todo artículo sobre las huelgas en Citroën. Un informe de los servicios de inteligencia hace sonar la alarma. Los lemas han cambiado: “Los patrones, al frente”, “Más obuses…nuestros peludos”. Se entona La Internacional en Toulouse. Minoritarios, los hombres son considerados “animadores“, tan inimaginable resulta que las mujeres se organicen solas: 390 detenciones en dos meses.
La prensa reaccionaria busca desesperadamente la mano del extranjero. En L´Action Française, Léon Daudet explica que las huelgas de modistillas degeneran ·bajo la influencia de elementos pro boches” [termino despectivo para los alemanes]. Le Bavard, semanario satírico marsellés, adelanta, chistoso, que las obreras siempre encuentran, curiosamente, dinero para su maquillaje. El puñado de pacifistas e internacionalistas no modificará el movimiento, pero su simultaneidad con los motines [entre las tropas] y la Revolución Rusa siembra el pánico.
El ministro del Interior, Louis Malvy, confesará que se habían apostado tropas en las proximidades de París, “listas para intervenir en caso de que la situación lo hubiera demandado”. Este gran temor de las autoridades contribuye a dramatizar los acontecimientos. Los movimientos siguen siendo más corporativos que políticos y menguan una vez alcanzado su objetivo. El 29 de mayo, la Cámara de Diputados vota a favor de la semana inglesa en el sector del vestido. Se crean guarderías y personal especializado –superintendentes de fábrica- en los talleres.
La igualdad salarial tendrá que esperar, pero esta irrupción femenina después de tres inviernos de guerra, tan imprevista, quedará como una experiencia inédita de autonomía y de emancipación.
[Sugerencias de lectura: Para saber más sobre este año de
ruptura, puede consultarse el cuarto tomo del fresco de Jean-Yves Naor
sobre la Gran Guerra: 1917.La paix imposible(Perrin, 2015). Para conocer
mejor los movimientos sociales durante la guerra: Les ouvriers, la
patrie et la révolution, de Jean Louis Robert (Les Belles Lettres,
1995).]De pie de diez a catorce horas diarias, las “munitionnettes” llevan a cabo un trabajo agotador: las leyes de salubridad han quedado en suspenso. Apenas sí resulta más brillante el sector del vestido, que ve florecer el trabajo a domicilio. A estas “cousettes” [“modistillas”] que se consumen sobre sus [máquinas de coser] Singer a 2 francos la jornada las califica de “víctimas más lamentables de la guerra” el alcalde de Lyon, Edouard Herriot. Una precariedad agravada por la explosión del coste de la vida.
El carbón inglés ya no cruza el Canal de la Mancha, cuando estamos en el invierno más frío de la guerra: el Sena queda aprisionado por el hielo, las temperaturas siguen bajo cero hasta en abril. En dos meses se quintuplica el precio de las legumbres frescas; los descampados se convierten en huertos improvisados. Ciertamente, durante mucho tiempo, ante el destino de los “poilus” [“peludos”, apodo popular de los soldados franceses], no era cuestión de quejarse. El feminismo, floreciente en la Belle Epoque, ha puesto entre paréntesis sus ambiciones ante la llamada de la Unión Sagrada, como han hecho, por otra parte, los sindicatos. En enero de 1917, la atmósfera no está para luchas de clases. Un primer movimiento de huelgas se desencadena, sin embargo, en París; en la Panhard-Levassor, los altercados llevan a dos obreras a la cárcel. Estupor.
Igual que en la Renault y en varias casas de costura, las mujeres han llegado a un momento de agitación. Hay que decir que los hombres que no están en el frente son o bien mayores o muy jóvenes, o bien “adscritos especiales” que han evitado las trincheras gracias a sus competencias específicas y no tienen ningún interés en hacerse notar. Los trabajadores coloniales se benefician de salarios bastante más elevados que en sus países de origen. La disparidad salarial entre hombres y mujeres, por contra, está entre un 20 y un 30%. Y llega hasta un 40% en la metalurgia, donde los industriales retienen del salario de las obreras su formación en la maquinaria. En lo más bajo de la escala, las mujeres reciben 4 francos de jornal: el precio de dos docenas de huevos.
Las mujeres apenas son objeto de consideración por parte de los sindicatos, que juzgan que las mujeres tiran de la remuneración hacia abajo; asimismo, el movimiento, espontáneo y no encuadrado, sorprende a todo el mundo. Incómodo, el Gobierno menciona “movimientos aislados”, eleva los salarios mínimos en las fábricas de guerra e instituye comités de arbitraje y delegados de taller. Salta por los aires una prohibición moral: hacer huelga en tiempo de guerra. En esta primera sacudida tiene lugar un episodio del que sacará partido la historiografía militante. El 11 de mayo, las 250 costureras del taller Jenny, en los Campos Elíseos, se enteran de que a su semana se le recortará el sábado por la tarde para compensar la reducción de pedidos.
¿Perder ellas, a las que los ritmos infernales obligan a tomar en una pausa rápida su tentempié de mediodía [“dînette de midi”] – “midinettes” se les llama - media jornada de salario? Inaceptable, pues sus colegas británicas se benefician de un sábado por la tarde festivo y pagado: la “semana inglesa”. Las “Jennys” deciden un paro laboral y se dirigen hacia los Grandes Bulevares, donde arrastran a otras casas de costura. Esta brusca reaparición de la lucha social en la vida parisina, femenina por añadidura, anonada.
L´Humanité lo describe: “Un largo cortejo avanza. Son las modistillas parisinas con sus blusas floridas de lilas y muguete; corren, cantan, ríen; sin embargo, no es Santa Catalina ni el día que marca la mitad de Cuaresma. Es la huelga”. La satisfacción de sus reivindicaciones va a hacer que se echen a a calle todas las profesiones femeninas de la capital, que desfilan juntas con sus signos distintivos improvisados: liga de seda para las corseteras, pluma de avestruz para las plumajeras, impreso de empréstitos de guerra para las de banca. Las comitivas, llenas de sombreros, de cintas tricolores y de flores, son alegres y cantan: “On s´en fout/ On aura la semaine anglaise/ On s´en fout/ On aura nos vingt sous”. [“Qué importa/Tendremos semana inglesa/Qué importa/Tendremos nuestros veinte chavos”].
Un cuadro pastoral que seduce hasta a la Acción Francesa, la cual, a despecho de ser alérgica a toda forma de alboroto obrero, ¡habla de una “bonita” huelga! La prensa saluda la gracia y el estilo de las manifestantes, de las que se decreta que son “encantadoras” y “simpáticas”. Este movimiento de enternecimiento un poco paternalista es bruscamente reprendido cuando la fiebre llega a provincias – Rennes, Burdeos, Tours, Marsella – y, sobre todo, a las fábricas de armamento. Las modistillas no daban miedo; las municioneras, ya es otra cosa. A principios de junio, la censura tacha todo artículo sobre las huelgas en Citroën. Un informe de los servicios de inteligencia hace sonar la alarma. Los lemas han cambiado: “Los patrones, al frente”, “Más obuses…nuestros peludos”. Se entona La Internacional en Toulouse. Minoritarios, los hombres son considerados “animadores“, tan inimaginable resulta que las mujeres se organicen solas: 390 detenciones en dos meses.
La prensa reaccionaria busca desesperadamente la mano del extranjero. En L´Action Française, Léon Daudet explica que las huelgas de modistillas degeneran ·bajo la influencia de elementos pro boches” [termino despectivo para los alemanes]. Le Bavard, semanario satírico marsellés, adelanta, chistoso, que las obreras siempre encuentran, curiosamente, dinero para su maquillaje. El puñado de pacifistas e internacionalistas no modificará el movimiento, pero su simultaneidad con los motines [entre las tropas] y la Revolución Rusa siembra el pánico.
El ministro del Interior, Louis Malvy, confesará que se habían apostado tropas en las proximidades de París, “listas para intervenir en caso de que la situación lo hubiera demandado”. Este gran temor de las autoridades contribuye a dramatizar los acontecimientos. Los movimientos siguen siendo más corporativos que políticos y menguan una vez alcanzado su objetivo. El 29 de mayo, la Cámara de Diputados vota a favor de la semana inglesa en el sector del vestido. Se crean guarderías y personal especializado –superintendentes de fábrica- en los talleres.
La igualdad salarial tendrá que esperar, pero esta irrupción femenina después de tres inviernos de guerra, tan imprevista, quedará como una experiencia inédita de autonomía y de emancipación.
Sobre el autor: Timothée Vilars periodista del semanario francés L´Obs. Titulado del Instituto Superior de Periodismo de Lille, trabajó anteriormente para el diario económico Les Echos, para Presse Océan y el Canal Académie del Institut de France.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario