Arturo Alcalde Justiniani
En
estos días ha corrido mucha tinta alrededor del tema de los salarios
mínimos: éste creció a tal grado que obligó a los representantes de los
distintos sectores a pronunciarse. Se han dado múltiples opiniones
sobre el monto del salario y el método para incrementarlo y todas
coinciden en que el primer paso es reformar las distintas leyes que lo
incluyen como instrumento de medida para otros fines. El gobierno
federal en un inicio consideró el tema con cierta apertura, pensando
seguramente que sería un asunto pasajero. Al darse cuenta de que fue
creciendo su popularidad y que se tomaba en serio, optó por tomar
distancia y para ello acudió al viejo recurso de convocar a los
sectores productivos para plantear su oposición, señalando que debía
cumplirse con condiciones previas: productividad y respeto al espacio
institucional de decisión, o sea la Comisión Nacional de los Salarios
Mínimos.
En la discusión pública, se repiten hasta la saciedad los argumentos
para mantener la política de caída o estancamiento salarial que ha
prevalecido en los últimos 30 años, y se advierte sobre los riesgos de
caer en las crisis económicas de años anteriores, como si la política
salarial hubiese sido la causante de los problemas y no al revés. Otras
opiniones señalan que una recuperación en los salarios es favorable no
sólo a la población, cuyo bienestar debería ser el centro de cualquier
política pública, sino también para superar la parálisis económica y
resolver de fondo los problemas de la seguridad pública y la
criminalidad. Cada día se enriquece el debate con nuevos análisis, que
exhiben que los pingües salarios que se cubren en México responden a
una estrategia deliberada de despojo social que ha permitido que un
pequeño sector, con 50 familias a la cabeza, haya generado 70 millones
de pobres. Sólo basta reflexionar sobre el dato de que 60 por ciento de
los asalariados ganan menos de 6 mil pesos al mes. Imaginemos para qué
alcanzan estos recursos y en qué condiciones vive una familia con ese
salario.
A pesar de que crecen las voces que reclaman un viraje inmediato a
la política salarial, quienes defienden la contención vigente se apoyan
en mitos que han sido desmentidos hasta por los analistas más cercanos
al sector privado. El propio economista en jefe de BBVA Bancomer,
Carlos Serrano, declaró esta semana que la economía mexicana puede
resistir el incremento en los salarios mínimos sin tener afectaciones
en el empleo ni generar inflación. Recomendó incluso la mejora para
reducir la pobreza y la marginación.
En dos mitos se apoyan los defensores de la miseria salarial actual:
vincular el incremento a la productividad y reclamar que el tema sea
resuelto en el ámbito de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos.
Es un mito señalar que el incremento en los salarios debe diferirse
hasta que exista más productividad. Se pierde de vista el carácter
básico de esta remuneración, que los cálculos de productividad se
vinculan a salarios promedio y que ella depende básicamente del
desarrollo tecnológico, infraestructura, inversión de capital y de las
políticas públicas existentes. Una prueba de que en México los salarios
no se vinculan a la productividad se acredita en los periodos en que
ésta se incrementó y tal mejora no se reflejó en aumentos salariales;
ahora que el salario mínimo se encuentra artificialmente deprimido, sin
huesos y sin sangre, se le exige productividad, factor que en todo caso
puede relacionarse con empleos de mayor remuneración o vinculados a
resultados. Los trabajadores lo viven año con año, cuando las empresas
tienen grandes ganancias y se comprueba una alta productividad laboral,
ésta no se refleja en los aumentos salariales que se otorgan, basta
observar cómo en las revisiones contractuales dichos incrementos se
reducen a niveles cercanos a la suerte del salario mínimo. En otras
palabras, nada importan las utilidades de las empresas, el nivel de
productividad ni las diferencias en el costo de mano de obra que
existen entre una rama de industria o servicios y otra: es bastante
falsa la afirmación de que
estamos en el mismo barco.
Para
confirmar la falta de correspondencia entre productividad y salario,
habría que revisar el caso del sector manufacturero, el cual, los
últimos siete años, creció en 10 por ciento, sin embargo el personal
ocupado lo hizo en uno por ciento y los salarios se incrementaron en
1.7 por ciento en términos reales; quedarían debiendo 8.3 por ciento.
En comparación con otros países, resulta que México tiene la tercera
parte de la productividad de España y la mitad de Corea del Sur, sin
embargo, el salario español es casi siete veces mayor al nuestro y el
de Corea 7.5 veces. En cuanto a la intensidad del trabajo se refiere,
los trabajadores mexicanos laboran en promedio 10 horas diarias, 500
horas anuales más que el promedio de países con economía similar, y aun
así se tienen los salarios más bajos.
Un mito adicional está relacionado con el espacio en el cual debe
decidirse la suerte de los minisalarios; quienes se oponen a la mejora,
exigen que sea en el ámbito de la Comisión Nacional de los Salarios
Mínimos. Es obvio que esta instancia es tan sólo una simulación,
producto del tripartismo inoperante en nuestro país. Es conocido que
sus decisiones las somete a las consignas de la Secretaría de Hacienda
y el Banco de México. Se trata de un simple parapeto para hacer creer
que en nuestro país existe concertación o diálogo social entre
sectores. Ello explica el porqué el gobierno defiende que este sea el
espacio para atender la creciente exigencia de que los salarios mínimos
se incrementen desde este mismo año. Jonathan Heat, en su columna
económica del periódico Reforma, la define en pocas palabras
... Urge cambiar o eliminar la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos por ineficaz, inútil y contraproducente... la comisión no ha funcionado ni siquiera para mantener el poder adquisitivo y no produce estudios relevantes al respecto.... es uno de muchos ejemplos de cómo el gobierno federal desperdicia recursos a lo bruto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario