Marta Lamas
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- La semana pasada en Brasil entró en vigor la ley que
equipara a las/los empleados del hogar en derechos laborales con el
resto de los trabajadores asalariados. Con ello da cumplimiento al
Convenio 189, promovido por la Organización Internacional del Trabajo
(OIT). Aunque México ya votó a favor del Convenio 189, falta que el
Senado lo ratifique para que empiece a ser una realidad que las/los
trabajadores del hogar tengan lo que la OIT califica como “trabajo
decente”.
En Brasil se mejorarán las
condiciones laborales de 7.2 millones de trabajadores: las personas que
hacen la limpieza, las niñeras, las lavanderas y planchadoras, los
jardineros y los choferes particulares (con datos del Instituto
Brasileño de Geografía y Estadística). A partir de la semana pasada hay
que establecer un contrato laboral que regule prestaciones como las
vacaciones, el permiso de maternidad y el aguinaldo.
Además, la jornada laboral se fija en 44 horas semanales,
y se instaura el pago de las horas extras. También se garantiza un
seguro por accidentes de trabajo y un subsidio gubernamental por
despido injustificado. Finalmente, también implica la inscripción de
las/los trabajadores en el Sistema de Seguridad Social, lo que supone
la posibilidad de jubilarse y recibir pensión. Esta decisión generó una
durísima polémica ente los brasileños porque muchos de los patrones
(incluso algunos miembros del gabinete de Rousseff) alegaron que no
podían pagar la cotización de 8% del sueldo del trabajador al Fondo de
Garantía de Tiempo de Servicio (FGTS).
Este fondo es precisamente el
que protege a los empleados en caso de despido, o cuando llegan a tener
una enfermedad grave o si requieren apoyo para comprarse una vivienda.
No hay que olvidar que Brasil tiene una gran población de
origen africano, y que la esclavitud marcó durante mucho tiempo ciertos
usos y costumbres que sectores de la población han conceptualizado como
“naturales”. Las familias ricas han tomado a estos trabajadores como
servidumbre en el sentido literal de la palabra: siervos que pertenecen
a un amo. Por ello hubo momentos en que la discusión pública sobre la
transformación de estos “esclavos modernos” a trabajadores asalariados
fue álgida y desagradable. Pese ello, persistió la voluntad política de
Rousseff y hoy Brasil empieza a sacar de la vulnerabilidad e
irregularidad laboral a más de 7 millones de personas.
¡Pero ojo! Esta ley no ha sido una graciosa concesión
del gobierno sino una merecida victoria de la Federación Nacional de
Trabajadoras Domésticas y de las asociaciones ciudadanas que han
acompañado esta larga y difícil lucha. La misma lucha que en nuestro
país da el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar A.C.
de México, que dirige Marcelina Bautista (a quien este año el Conapred
premió por su labor en contra de la discriminación) respaldada por la
Confederación Latinoamericana y del Caribe de Trabajadoras del Hogar
(Conlactraho).
La transformación de la manera en que valoramos el
trabajo en el hogar, tanto el de las empleadas como el de las amas de
casa, representa uno de los desafíos más importantes en la construcción
de un país más justo. En México no se ha ratificado el Convenio 189,
tal vez porque dicha acción requiere alinear la legislación y hacer
ajustes en las políticas públicas. Pero mientras nuestros legisladores
y gobernantes aterrizan lo necesario para alcanzar el horizonte de
justicia laboral al que debemos llegar, hay varias cosas que los
ciudadanos “de a pie” podemos hacer. Aunque todavía la ley no lo
obliga, sí podemos inscribir voluntariamente a la empleada en el Seguro
Social. No es un trámite que muchas personas estén dispuestas a hacer,
pero cada vez es más frecuente, al menos en el medio universitario en
que me muevo.
En ciertos sectores de la población no sólo hay
resistencia a mejorar las condiciones laborales de las empleadas sino
que se dan vergonzosas actitudes clasistas y racistas. Es impresionante
cómo persiste la arcaica discriminación clasista, el trato despectivo,
la falta de respeto. Por eso otra cuestión, esa sí para nada
burocrática, pero simbólicamente muy importante, es la de transformar
la manera en que nombramos a estas trabajadoras. Hay mucho por cambiar,
pero la manera en que se las llama marca un giro significativo.
En un artículo anterior aquí en Proceso (31 marzo de
2014) expliqué ampliamente por qué ellas prefieren que se les diga
empleadas del hogar en vez de trabajadoras del hogar o trabajadoras
domésticas. Lo resumo: también las amas de casa trabajan en el hogar y
el término “doméstica” tiene la connotación de domesticada. En cambio,
el término empleada hace explícito de que se trata de un empleo, lo
cual conlleva, al menos en el imaginario, a pensar en condiciones de
trabajo (vacaciones, aguinaldo, etcétera.).
Claro que el problema de fondo no se resuelve sólo con
llamarlas de distinta manera, sino con tratarlas como corresponde a una
empleada. Pero las palabras tienen peso y a la larga producen efectos.
Y aunque a muchísimas personas, incluso supuestamente progresistas, les
va a costar trabajo dejar de hablar de “muchachas” o de “sirvientas”,
el llamarlas empleadas es un recordatorio constante de sus derechos
laborales.
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