El Salón Rojo
Casi Treinta (Dir. Alejandro Sugich)
Si hay algo que reconocerle a Casi Treinta, la ópera prima
del sonorense otrora economista y ahora cineasta Alejandro Sugich, es
su extraordinaria habilidad para ser consistentemente fallida en
prácticamente todos los aspectos en los que una película puede serlo.
Y no estamos siendo irónicos ni mucho menos, baste para quien no lo
crea hacerse de valor, no tener empacho en tirar 60 pesos del costo de
la entrada al cine y así corroborar, con sus propios ojos, cuán
lamentable y lastimosa puede ser esta película.
Heredera directa del cine de Issa López (Efectos Secundarios, 2006; Ladies Night, 2003), Martha Higareda (Te presento a Laura, 2010; Cásese quien Pueda, 2014) y en distante pero menor medida de la madre de este tipo de cintas: Sexo Pudor y Lágrimas (Serrano, 1999); Casi Treinta
retoma (por enésima vez en el cine mexicano) la supuesta problemática
que se vive al alcanzar dicha edad donde -según el cliché- uno debería
sentar cabeza, olvidarse de la adolescencia, afrontar un proyecto de
vida, casarse y tener hijos. Ese proceso de maduración -asegún estos
cineastas- es tan doloroso como definitorio para la vida de cualquier
habitante del circuito Roma-Condesa-Polanco (al parecer los miedos
respecto a los treinta jamás aquejan a la clase baja, suponemos porque
están muy ocupados en banalidades como pagar la renta y esas cosas).
Así, el protagonista de esta historia, Emilio (monótono Manuel
Balbi), es un exitoso profesionista al que le dan aumentos de sueldo
cual si fueran palomitas y que se la vive en importantes viajes de
negocios, pero que sufre ante la terrible realidad de haber tenido que
cambiar sus Converse rojos por “zapatos italianos”, todo en pos del
cochino dinero que nada vale.
Pronto conoce a Cristina (Eiza González), guapa adolescente
y bailarina de ballet que le hace ver a Emilio el error de abandonar
sus sueños. Si lo suyo es escribir -le dice la sabia Cristina de apenas
18 años- debería renunciar a todo y dedicarse a ello.
Emilio no puede abandonar su estilo de vida y mejor entrega el
anillo a los seis meses de relación con la más centrada y convencional Lucía
(Sara Maldonado), para luego embarcarse a una despedida de soltero en
su natal Ciudad Obregón donde el contacto con sus amigos lo hará -ahora
si- replantearse su vida.
Con la profundidad propia de una galleta de la suerte y una
chabacanería francamente grosera, el director y también guionista
pretende que su público haga suyo el drama de un grupo de juniors cuyo
principal trauma es padecer la crueldad de sus padres quienes
-¡horror!- pretenden heredarles los jugosos negocios familiares siendo
que ellos, ¡que caray!, sólo quieren ser DJ’s, o rockeros, o
escritores, o arquitectos y no unos sucios agricultores con cientos de
miles de hectáreas. Qué oso wei.
La puesta en imágenes es de una torpeza que lastima; abusando de
tomas extendidas (que no planos secuencia, ya quisieran), un uso
innecesario de planos cerradísimos, falta absoluta en su manejo del
espacio (no pocas veces vemos secuencias donde la imagen de quien habla
queda fuera de cuadro), cortes hechos con los dientes y una estética de
Instagram que nos hace recordar cualquier anuncio que hayan visto antes de autos, cervezas, seguros o celulares.
Aunque eso sí, el director se da su tiempo para hacer una escena en ralentí “homenajeando” el famoso inicio de Reservoir Dogs (Taratino, 1992) cuando a la vez no es capaz siquiera de armar un simple campo-contracampo libre de errores.
Carente de profundidad argumental, cutre en sus imágenes, cursi en su tratamiento y barata en su armado, Casi Treinta se
erige por méritos propios como el claro puntero en la carrera por el
título a la peor película de 2014. Muchas felicidades a todos los
involucrados.
0 de 5 estrellas.
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