A la luz del pronunciamiento del candidato de Morena a la
Presidencia de México, Andrés Manuel López Obrador, en el sentido de
dialogar para otorgar una amnistía a los delincuentes tendiente a
garantizar “la paz y la tranquilidad” del país, juristas que
participaron en el acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno de
Colombia sostienen que el modelo de justicia transicional que existe en
su nación puede ayudar al gobierno mexicano a responder a sus víctimas y
a reducir los niveles de violencia. Y aunque no omiten las diferencias
sustanciales entre los dos países, ponderan las virtudes de la vía
colombiana.
BOGOTÁ (Proceso).– El acuerdo de paz que firmaron en noviembre de
2016 el gobierno de Colombia y la exguerrilla de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) es el referente internacional más
inmediato para el proceso “de paz y reconciliación” que propone en
México el candidato presidencial de Morena, Andrés Manuel López Obrador,
y, según juristas que participaron en su elaboración, tiene elementos
“totalmente aplicables” a la realidad mexicana.
Esto, a pesar de que hay claras diferencias entre una guerrilla
alzada en armas con fines políticos y los grupos delictivos que producen
la violencia en las regiones mexicanas con el objetivo de garantizar
sus rentas criminales.
A las FARC, el gobierno colombiano les dio estatus de interlocutor
político, algo que es impensable aplicar en el caso de los cárteles
mexicanos del narcotráfico porque su razón de ser es exclusivamente
delincuencial.
“Esa es una diferencia sustancial, pero sí creo que en el acuerdo de
paz que se firmó en Colombia hay un modelo de justicia transicional
cuyos componentes pueden servir para resolver el conflicto mexicano”,
dice a Proceso el jurista español Enrique Santiago.
El asesor jurídico de las negociaciones de paz entre el gobierno
colombiano y la guerrilla de las FARC y coautor del acuerdo de justicia
entre las partes señala que el elemento más importante a tomar en cuenta
es que nada se puede hacer por encima de las normas internacionales en
materia de derechos humanos.
Esto significa que ningún autor de delitos graves –entre ellos el
asesinato de civiles, genocidio, desaparición forzada, tortura,
violación y secuestro– puede ser beneficiado con una amnistía o un
indulto.
Según el derecho humanitario, ese tipo de crímenes cometidos por la
gran mayoría de capos mexicanos de la droga deben ser investigados,
juzgados y sancionados.
“Esa es una obligación ineludible para cualquier Estado. Una amnistía
a los responsables de esos delitos daría lugar a la intervención de la
Corte Penal Internacional”, afirma Juanita Gobertus, abogada y
exintegrante del equipo del gobierno colombiano que negoció la paz con
las FARC.
Otro elemento central que contiene el acuerdo con las FARC es que su
punto de partida fue garantizar el derecho de las víctimas a la verdad,
la justicia, la reparación y la no repetición.
Este principio, según ha dicho López Obrador, su propuesta de
amnistía también sería la base del acuerdo de pacificación que
impulsaría en México en caso de ganar las elecciones presidenciales del 1
de julio.
El candidato presidencial de Morena se pronunció en diciembre pasado
por un diálogo para otorgar amnistía a delincuentes a fin de garantizar
“la paz y la tranquilidad” de México, donde se han registrado 239 mil
177 homicidios en los últimos 11 años, uno cada 24 minutos en promedio, y
33 mil 605 personas han desaparecido.
Esa iniciativa, que desató controversias en medio de la contienda
electoral porque los adversarios de López Obrador lo acusaron de buscar
la impunidad de delincuentes, se ha transformado en una propuesta “de
paz y reconciliación” que va mucho más allá de una amnistía y que apunta
a la creación de un sistema de justicia transicional.
La iniciativa será lanzada de manera oficial por el candidato de
Morena a finales de este mes o principios de junio, pero sus bases ya
han sido detalladas por Alfonso Durazo, a quien López Obrador mencionó
como su probable titular de Seguridad Pública en caso de llegar a Los
Pinos.
La receta mexicana
El 24 de abril pasado, durante un seminario en El Colegio de México,
Durazo dijo que lo que busca López Obrador es “una receta mexicana” para
pacificar al país y que se hará escuchando a la sociedad, a expertos en
seguridad y a directivos de organismos internacionales como Amnistía
Internacional (AI), Naciones Unidas y la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH).
Esa “receta”, que formaría parte de una nueva estrategia de seguridad
de 10 puntos, incluirá fórmulas como la amnistía, el indulto y un
mecanismo de justicia transicional.
“El objetivo es incentivar a los grupos sociales vulnerados a dejar
la ilegalidad y a participar en los procesos de esclarecimiento de la
verdad y en programas de reconciliación comunitaria”, dijo Durazo.
La última palabra, aclaró, “la tendrán las víctimas y,
posteriormente, el Congreso”, pues cualquier vía que se elija para
buscar la paz tiene que ser puesta en marcha en el marco de una ley que
apruebe el Legislativo.
Eso fue lo que ocurrió en Colombia con el acuerdo de paz con las
FARC, cuya implementación requiere de un conjunto de legislaciones que
debe aprobar el Congreso, entre ellas las que norman el funcionamiento
de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), el sistema de justicia
transicional pactado para poner fin a un conflicto armado de más de
medio siglo.
La JEP, por ejemplo, contempla amnistías e indultos para guerrilleros
desmovilizados que no hayan cometido crímenes graves en el marco de la
guerra.
Esos beneficios sólo los han recibido excombatientes acusados del
delito político de rebelión (enfrentar con las armas al Estado) y de
delitos conexos a la rebelión, como homicidio en combate, portación de
armas y narcotráfico, sólo si se determina que no se cometió para un
lucro personal sino para financiar la guerra.
López Obrador ha dicho que su propuesta de paz no busca beneficiar a
los grandes capos de la droga, sino a los eslabones más débiles de la
cadena delictiva, como los campesinos que siembran amapola a pequeña
escala, a quienes además dirigiría un programa de sustitución voluntaria
de cultivos ilícitos.
En México, una legislación de justicia transicional podría precisar
qué delitos podrían ser amnistiados (la amnistía consiste en perdonar
los delitos cometidos por una persona) y qué tipo de infractores podrían
ser indultados (el indulto consiste en eximir a un condenado de cumplir
la pena que le fue impuesta).
También, como en Colombia, el sistema de justicia transicional podría
contemplar rebajas de penas para delincuentes que hayan cometido
delitos graves, a cambio, por ejemplo, de que entreguen sus armas y
desmantelen sus organizaciones criminales.
“Justicia transicional”
Iván Orozco, abogado y experto en justicia transicional, considera
que es posible hacer un proceso de paz con grupos del narcotráfico al
alero del Derecho Internacional Humanitario (DIH), como fue el caso en
Colombia, siempre y cuando se asuma que tienen estructura jerárquica,
unidad de mando y capacidad para realizar operaciones concertadas y
controlar territorios.
“El DIH no exige que un grupo armado deba tener una naturaleza
política o ideológica, o un proyecto revolucionario, para que ese grupo
sea reconocido como parte de un conflicto. Un cártel de las drogas con
un aparato armado, como los que hay en México, puede cumplir las
condiciones”, dice Orozco.
El exasesor jurídico para el acuerdo de justicia con las FARC señala
que el mismo DIH prevé que, al término de un conflicto, quienes hayan
participado en él puedan acceder a amnistías, o a mecanismos
transicionales en el que reciban rebajas de penas a cambio de aportar
verdad, reparación y garantías de no repetición a sus víctimas.
“En los casos de delitos no amnistiables, habrá que establecer un
mecanismo de juzgamiento para todos aquellos que los hayan cometido. Ahí
se pueden contemplar sanciones que reparen el daño causado, además de
la prisión, y pueden contemplarse rebajas de penas a cambio de un
reconocimiento temprano, completo y exhaustivo de verdad y
responsabilidad”, señala Orozco.
Y añade: “Bajo esos parámetros, podría ser un modelo evidentemente
eficaz para México, y no sólo para juzgar a los narcotraficantes sino a
los agentes del Estado (militares y policías) que cometieron crímenes
graves en el marco de la guerra”.
Según el acuerdo de paz con las FARC, los exintegrantes de esa
desaparecida guerrilla que hayan cometido delitos atroces deberán acudir
a la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y, a cambio de confesar
sus crímenes, podrán recibir sanciones de entre cinco y ocho años de
libertad restringida –no de cárcel– y de trabajo comunitario.
En el proceso de paz que hizo el gobierno colombiano con grupos
paramilitares la década pasada, los jefes de esas organizaciones
recibieron rebajas de penas, pero las sentencias fueron de entre cinco y
ocho años de cárcel efectiva y los jefes de esos grupos, que eran los
mayores capos de la droga de esa época, no fueron reconocidos como
actores políticos.
En ese sentido, la abogada Juanita Gobertus indica que el proceso de
paz con los paramilitares colombianos también puede ser un referente
para México porque los jefes de esos grupos fueron tratados como
delincuentes que eran parte de un conflicto.
A cambio de su desarme, de desmantelar sus estructuras y de responder
a sus víctimas, recibieron penas reducidas en el marco de un sistema de
justicia transicional.
“Podría ser una experiencia útil para México”, señala la exintegrante
del equipo del gobierno colombiano que negoció la paz con la
exguerrilla de las FARC.
Gobertus dice que la justicia transicional es un conjunto de
mecanismos judiciales y extrajudiciales para hacer frente a un pasado de
atrocidades. Su finalidad, señala, es satisfacer los derechos de las
víctimas y permitir a la sociedad resolver largos periodos de violencia.
“Puede haber comisiones de la verdad, programas de reparación de
víctimas, procesos de depuración de fuerzas militares, tribunales
especiales y ordinarios, sanciones alternativas, indultos, amnistías y
juicios puros y duros”, explica.
Para Gobertus, quien es maestra en derecho de la Universidad de
Harvard y diputada electa por la Alianza Verde, dos preguntas obligadas
en México son: ¿es posible desmovilizar a grupos del crimen organizado e
incorporarlos en la vida civil?, y ¿qué objetivo tendría un proceso de
esa naturaleza?
López Obrador ya ha dicho que lo que busca es la pacificación y
reconciliación del país, donde en los últimos dos sexenios la violencia
ha producido “1 millón de víctimas”.
Un mentís para Ricardo Anaya
El jurista español Enrique Santiago sostiene que México necesita un
sistema de justicia transicional que le permita pasar “de una situación
política en la que las instituciones democráticas han estado
absolutamente penetradas por organizaciones criminales, a un modelo de
estabilización democrática donde las instituciones del Estado respondan
exclusivamente al estado de derecho”.
De acuerdo con Santiago, la justicia transicional es el mejor
mecanismo para evitar la impunidad porque “en ningún lugar del mundo
donde ha habido un conflicto con un número muy elevado de víctimas es
posible hacer justicia pretendiendo procesar, uno a uno, en
procedimientos ordinarios, a todos los responsables”.
Santiago, quien en abril pasado asumió como secretario general del
Partido Comunista de España, considera que, bajo esos parámetros, podría
ser un modelo eficaz que ayude a México a responder a sus víctimas y a
reducir los niveles de violencia.
Como resultado de los acuerdos de paz con las FARC, unos 12 mil 500
guerrilleros de ese grupo dejaron las armas. La mitad de ellos fueron
indultados, 5 mil 541 se postularon para ser juzgados por la
Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y el resto eran prisioneros que
obtuvieron su libertad condicionada. Unos 400 siguen en prisión.
Además de los exguerrilleros, mil 824 militares y policías que cometieron delitos graves en la guerra se postularon a la JEP.
El historiador y abogado Mario Aguilera afirma que los procesos de
paz con las FARC y con los grupos paramilitares han servido para
aminorar la violencia en el país.
El acuerdo de paz con la exguerrilla, que entró en vigor el 1 de
diciembre de 2016, hizo de 2017 el año menos violento de la historia
moderna de Colombia. La cifra de homicidios se ubicó en 11 mil 781, un
60% por abajo de los reportados en 1991 y 32% menos que los de hace una
década.
También el acuerdo de paz con los paramilitares se tradujo en una
reducción de la violencia la década pasada. En 2002, en Colombia hubo 28
mil 777 homicidios, 68.3 por cada 100 mil habitantes en promedio –la
más alta tasa en Latinoamérica–, y para 2010 esa cifra cayó a 15 mil
459, equivalentes a 26.8 por cada 100 mil habitantes.
En el debate de candidatos a la Presidencia realizado en México el
pasado 22 de abril, el aspirante panista Ricardo Anaya aseguró que “la
amnistía” a delincuentes que propone López Obrador es una fórmula que
“se intentó en Colombia hace 25 años y fue un absoluto desastre” ya que
“aumentó más la violencia”.
Lo cierto es que hace 25 años, en 1993, Colombia no aplicó ninguna
amnistía a criminales. Lo que hizo entre 1990 y 1992 el presidente
colombiano de la época, César Gaviria, fue expedir decretos para
propiciar el sometimiento a la justicia del capo del Cártel de Medellín,
Pablo Escobar, y de sus hombres, a cambio de rebajas de penas.
Escobar se entregó en 1991, pero un año después se fugó de la cárcel y
en diciembre de 1993 fue abatido por la policía en una casa de
Medellín. Los decretos de Gaviria fueron una herramienta importante para
incentivar a criminales a entregarse y dar información sobre el capo.
Contrario a lo que afirma Anaya, la violencia en Colombia registró un
descenso a partir de 1993. Ese año se produjeron 28 mil 255 asesinatos,
67.2 por cada 100 mil habitantes. Dos años después, la tasa cayó a 52
homicidios por cada 100 mil habitantes, y ese delito se mantuvo en ese
rango hasta 2002, cuando volvió a repuntar.
Este reportaje se publicó el 6 de mayo de 2018 en la edición 2166 de la revista Proceso.
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