En las próximas
elecciones presidenciales, como siempre, los que no voten superarán
probablemente el 35-40 por ciento del patrón a pesar de que esta vez un
sector cuantioso de la población espera que la Diosa Fortuna permita la
victoria electoral de Andrés Manuel López Obrador.
Ese alto
porcentaje incluye los emigrados y expatriados por razones de
supervivencia, los enfermos, los viejos. Pero un buen veinte por ciento
no votará porque no le ve ningún sentido a optar cada tantos años por
los representantes de sus explotadores y opresores buscando el “menos
malo”. Esas decenas de millones de mexicanos sufren todos los días, al
igual que quienes votan, el empeoramiento de sus condiciones de vida, de
sus ingresos, de los servicios públicos, de los derechos civiles y
humanos, de la cultura, de la alimentación, de la más elemental
seguridad, de sus perspectivas de vida y de futuro.
Por
consiguiente, todos los días luchan y protestan, pero en orden disperso,
comunidad por comunidad, colonia por colonia, región por región, sin
unificar las luchas ni coordinarlas. Cada dedo golpea por separado sin
llegar a formar un puño para poder golpear duro y los miles de arroyos
se pierden en un arenal sin poder transformarse en un caudaloso torrente
capaz de arrastrar toda la inmundicia acumulada que les cierra el
camino. Es necesario por lo tanto pasar a un nivel superior y organizar
la resistencia cotidiana al capitalismo antes de cada acción o
movimiento y como saldo de cada lucha.
Pero no basta con
organizarse, con reunir asambleas y discutir en ellas qué hacer y
estudiar los alcances y los inconvenientes o ventajas de cada medida
propuesta. Es necesario un programa común de lucha, un objetivo
compartido por todos, una estrategia consensuada, una dirección para la
lucha que no sea autoelegida y que no pretenda perpetuarse y sirva a sus
mandantes asamblearios quienes deben poder revocarla en cualquier
momento.
Todos los candidatos presidenciales son procapitalistas,
todos ellos son electoralistas, institucionalistas, conservadores,
todos temen como a la peste a los conflictos sociales masivos y ninguno
encara una lucha popular a fondo que debe combatirse en la calle y darse
como objetivo derribar el Estado capitalista para sustituirlo por un
poder de obreros, campesinos y trabajadores. Pero ese poder es el único
capaz de romper la sumisión al imperialismo y de mantener la tan
maltrecha y pisoteada independencia nacional junto con nuestros hermanos
que viven en el vientre del monstruo.
Para organizarse no bastan
los llamados anticapitalistas generales y a la unificación de los
conflictos sociales: es necesario formar en cada colonia, comunidad o
centro de trabajo Comités Unitarios pasando por sobre las burocracias
sindicales procapitalistas y agentes del gobierno e imponiendo plena
democracia en el seno de cada organización estudiantil obrera o
campesina. Esa unificación hay que hacerla en torno a un programa
ecologista, de defensa del agua y del ambiente y social, económico y
reivindicativo y partiendo de la necesidad más urgente en cada comunidad
y de la prioridad de objetivos que fijen los habitantes o trabajadores
en asambleas.
Es necesario un aumento general de salarios para
aumentar el mercado interno. Las pequeñas empresas que no puedan pagarlo
deben ser subsidiadas mediante un Impuesto Nacional de Emergencia a las
grandes empresas y bancos, que nunca ganaron tanto como hoy, y mediante
el cese del secreto bancario para cobrar los impuestos que los grandes
capitalistas evaden y expropiar el dinero lavado.
Hay que
combatir la contaminación ambiental con medidas drásticas, salvar el
agua para la agricultura y las poblaciones impidiendo que la gran
minería la expropie y que los gobiernos la privaticen. Es urgente
defender los bosques, reconstruir prioritariamente las casas destruidas o
dañadas por los terremotos, construir viviendas dignas para quienes las
necesiten.
Es indispensable derogar las leyes antiobreras, la
ley reaccionaria y antisindical sobre la Educación, las leyes que
desmantelaron Pemex, las medidas que asfixian a las escuelas y
Universidades y a las instituciones sanitarias, el TLCNA que Trump
quiere incluso empeorar.
Los asesinos y los ladrones deben ser
juzgados y encarcelados y el corrupto aparato judicial que sólo envía a
la cárcel a los más débiles debe ser desmantelado y sustituido por
sistemas de justicia popular con la colaboración de estudiantes de
Derecho y abogados decentes. Hay que acabar con el feminicidio y la
defensa de las comunidades y las asambleas obreras debe estar a cargo de
grupos de autodefensa para evitar provocaciones ; en cada localidad o
zona es necesario elaborar un plan alternativo de desarrollo económico,
ecológico, social. La autoorganización y la autogestión deben difundirse
en cada rincón de México.
Además, no se
puede pensar en una política anticapitalista que no sea antiimperialista
e internacionalista. El capitalismo es internacional y los grandes
capitalistas de México forman parte del capital financiero internacional
que oprime al país. Cuba y Venezuela están siendo agredidas y
amenazadas no porque en ellas los trabajadores no tengan poder o porque
sus gobiernos hayan cometido muchos errores sino, por lo contrario,
porque esos pueblos y esos gobiernos son antiimperialistas. Cada
comunidad o cada organización debe defender a Cuba y a Venezuela de la
amenaza de nuestro enemigo común, el imperialismo y hay que ayudar a los
trabajadores cubanos y venezolanos a construir e imponer el poder
popular venciendo a las burocracias. Es necesario, por último, discutir
la situación internacional y la política internacional de México en cada
comunidad o lugar de trabajo porque una guerra mundial podría causar la
pérdida de la independencia nacional además de terribles destrucciones
que podrían impedir la subsistencia de la civilización y hasta de la
especie humana. Sólo nuestra acción y claridad política nos salvará.
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