Una cuota de la gran corrupción, entendida ésta como parte del
sistema de gobierno, tiene su origen en la rapacidad de grupos de
empresarios dispuestos a comprar a quien sea con tal de hacer negocios,
los cuales, por lo regular, son sucios o están manchados.
De sobra se conoce la tesis de que es desde la esfera gubernamental
donde se consuma la corrupción. Eso ya lo sabemos. Pero también tenemos
noticias de la avidez de empresarios por entrar en ese sistema de las
“mordidas”, del cual se derivan, por cierto, ilegales apoyos económicos a
políticos. En México se realizan negocios fabulosos al amparo del
gobierno. Baste recordar los rescates bancario y carretero que le
trasladaron al Estado inmensas deudas privadas, las cuales se siguen
pagando a través del presupuesto federal: 40 mil millones de pesos
anuales de intereses, equivalentes al subsidio a la UNAM, la mayor
universidad del país.
Mas la corrupción empresarial, como parte del mismo método de
gobernar, siempre es negada por las organizaciones empresariales, las
cuales, por tanto, no se proponen hacer algo para combatirla.
Cuando López Obrador se refería a integrantes del CMN como “una
minoría rapaz”, estaba obligándose a proponer una salida. Esa es la de
eliminar el sistema de “mordidas” y tráfico de influencias a través del
cual se han generado inmensas fortunas, se ha agudizado la concentración
de riqueza e ingreso y se ha promovido la centralización del capital,
con sus consecuentes estructuras monopólicas. Por el otro lado, México
vive, en contraste, dentro de un creciente mar de pobreza y atraso
social.
Esa ruptura no puede proceder más que del gobierno, es decir, de otro
gobierno. Pero no se trataría de abrir una contienda civil sino de
vincular la acción pública con la observancia de la ley en las
relaciones entre empresas y gobernantes.
Se sabe de sobra que mientras exista el poder del dinero, éste tendrá
influencia en el Estado, directa e indirectamente. Esa es la parte
estructural del problema. Pero también existe el escenario de la
corrupción. No es posible, bajo el sistema actual, acabar por completo
con la presión que se genera desde los cenáculos del gran capital, pero
lo que no se debe admitir es la dependencia y subordinación del gobierno
a decisiones de directivos y ejecutivos de grandes corporaciones
empresariales. Esto debe terminar.
El CMN es el club más selecto del país. Hasta hace poco se denominaba
Consejo de Hombres de Negocios, pero se ha cambiado el nombre porque ya
agrupa a unas cinco mujeres. Es miembro del Consejo Coordinador
Empresarial, (CCE) con derecho de voto, a la par de las grandes
confederaciones y el sindicato empresarial, la Coparmex. Ahí, unos
cuantos pesan más que miles de empresarios, debido a que gozan de
especial influencia entre los líderes cupulares. Algunos de los
integrantes del CMN son líderes de líderes de líderes.
Así es que casi todo el entramado organizativo del empresariado se ha
solidarizado con el CMN, en una suerte de cohesión de clase, en una
fiesta de membretes empresariales firmantes. Pero, ¿cuál es la causa?
López Obrador se refirió a ese club de famosos y súper ricos (ni
siquiera todos sus integrantes), pero no se metió con el CCE ni con la
Coparmex. Sin embargo, muchas cámaras han publicado un desplegado de
varias planas exigiendo “respeto”. “Así, no”, han dicho muy orondas. En
una inexplicada defensa de un club semiclandestino, ajeno por lo demás a
la generalidad del empresariado, se condena la ríspida crítica y la
acometida política, debido a que los más poderosos personajes se sienten
ofendidos y, algo más, reprimidos en el ejercicio de sus “libertades”.
Ninguno de los integrantes del CMN respondió en forma personal, lo cual
habla de su falta de dignidad. Logran que otros los defiendan porque es
más cómodo y menos arriesgado.
Lo que ellos se han embolsado (Fobaproa y largos etcéteras) no se
considera como acto criticable, atacable, combatible, despreciable. La
magia de las privatizaciones tampoco fue un truco sucio. De seguro los
beneficiarios siempre se han sacrificado por la patria o, al menos, son
beneméritos, de tal suerte que figuran, algunos, en el listado de
Forbes.
Los socios y admiradores de ese club, juntos o por separado, no deben
seguir tomando las decisiones trascendentales del país, porque impiden
de esa manera la democracia más formal posible, que es la que existe.
Ese es el planteamiento. Si quieren el poder político, que se postulen y
busquen el voto, conforme a la regla general, pero no podrían utilizar
más dinero en sus campañas que los demás candidatos y candidatas. “Así,
sí”.
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