Miguel Lorente Acosta
Quizás
recuerden la anécdota que se contaba hace años de un maestro que
ensañaba a leer a una clase de niños y niñas en un pueblo perdido de la
sierra. Para ello escribía en la pizarra con letras grandes la sílaba
“MO” y les pedía que la repitieran en voz alta, a lo que toda la clase
decía al unísono “¡MO!”. Después escribía la otra sílaba de la palabra,
también en letras mayúsculas, “TO”, y del mismo modo les decía que la
dijeran en alto, a lo que el grupo respondía, “¡TO!”. El maestro,
contento del resultado escribía entonces la palabra completa en la
pizarra, “MOTO”, e indicaba al grupo que ahora debían leerlo todo junto;
la clase, atenta a la pizarra, decía entonces en voz alta “¡A-MO-TO!”.
Y eso es lo que pasa cuando la idea que se tiene sobre el significado de la realidad es mucho más fuerte que los propios hechos que la definen.
El machismo es cultura, y como tal tiene dos grandes formas de condicionar la realidad, por un lado es capaz de determinar todo lo que sucede
para hacer que las cosas sean “como tienen que ser” a partir de las
ideas, valores, principios, costumbres… que define como normales; y por
otro, da significado a todos los acontecimientos, especialmente cuando se alejan de lo que previamente ha determinado. De esa forma todo encaja,
lo que es como tiene que ser porque lo es, y lo que se aparta de lo
esperado porque se considera ajeno a la normalidad, y se presenta como
producto de circunstancias excepcionales o patológicas. Lo vemos
habitualmente en violencia de género. Cuando las lesiones no son graves
se entiende como algo “normal” en las relaciones de pareja, y cuando es
tan grave que termina por asesinar a la mujer, entonces se dice que es
un problema debido al alcohol, las drogas o los trastornos mentales. Al
final lo que sucede es que en ningún caso se cuestiona la realidad que
da lugar a que esa violencia maltrate cada año a 600.000 mujeres, a más
de 800.000 niños y niñas, y termine por asesinar a una media de 60
mujeres.
Con la violencia sexual sucede lo mismo, es una realidad que sufre el 11% de las mujeres de la UE
(FRA, 20124), situación que lleva a que todos los años se interpongan
miles de denuncias, aunque sólo representan un 15-20% del total y las
condenas son mínimas, no muy distinto a lo que sucede con la violencia
contra las mujeres en las relaciones de pareja. Pero en lugar de abordar
esta situación para corregir los problemas que dan lugar a sus
consecuencias, se vuelve a recurrir al “manual” impuesto por la cultura machista para echar mano de los estereotipos y mitos,
y se piensa que son denuncias falsas, que la mujer provoca, que dice no
cuando en realidad significa sí, que no opuso resistencia, que el
hombre no sabía que era no…
La educación con perspectiva de género abre la mirada para ver la realidad en sus tres dimensiones: la de los acontecimientos, la del significado y la de las justificaciones. El machismo es el tuerto en el reino de la ceguera,
no porque la gente no pueda ver, sino porque ha ocultado esa realidad y
la ha presentado plana y sin perspectiva para que tropecemos con ella
una y otra vez. Es un problema de cultura, y por ello afecta a
quien juzga, a quien cura, a quien hace leyes, a quien gobierna, a quien
vende en un supermercado o a quien trabaja en la construcción…
Por eso se trata de un problema social, como eran los mitos que
impedían a las mujeres realizar determinadas tareas y actividades cuando
tenían la regla por las graves consecuencias que podían acarrear para
su salud o la tarea, o lo mismo que ocurría cuando los valores de la
sociedad presentaban la homosexualidad como un vicio y una desviación y
la Medicina tomaba el testigo para decir que se trataba de una
enfermedad… Todo lo impregnado por el machismo es más un problema de conciencia que de conocimiento técnico,
aunque la primera debe llevar al segundo para evitar la subjetividad y
romper con la voluntad de quienes quieren permanecer en sus posiciones
de privilegio dadas por la desigualdad.
Dejar que todo siga tal y como está ahora es posicionarse a favor de las referencias y el significado que el machismo ha establecido para definir la realidad, y permitir que sean sus mitos, estereotipos, ideas, valores… los que juzguen los hechos desde su perspectiva. No hay neutralidad, no modificar estos elementos es hacer del machismo “juez y parte”,
pues será la interpretación dada por sus referencias las que se
utilicen para definir la realidad, tanto a la hora de probar los hechos
como en el momento de otorgar trascendencia y gravedad a lo sucedido,
tal y como se observa en la sentencia de “la manada”.
Pero no es sólo un problema de esta sentencia, lo
venimos viendo todos estos años atrás cuando, por ejemplo, entre un
20-30% de las mujeres asesinadas por violencia de género lo son tras
denunciar, cuando algunas de ellas son asesinadas sin haber adoptado los
instrumentos existentes para protegerlas, cuando todavía se duda de su
palabra… o cuando se vuelve a presentar, como se ha conocido estos días,
que el estado de shock de una menor no es razón para
entender una posible intimidación en el agresor sexual que mantuvo
relaciones con ella, y se le condena por abuso, no por violación.
Los responsables políticos de la Administración de Justicia, el CGPJ, la FGE y demás operadores jurídicos deben entender que la sociedad ha cambiado gracias al feminismo y al movimiento de mujeres,
y que ese cambio ha introducido la Igualdad en las calles y en las
conciencias para hacer la convivencia más justa. La consecuencia es
directa: si la sociedad es más justa la Justicia no puede ser más injusta.
Si yo fuera juez exigiría formación en género, no trataría de enrocarme en mis circunstancias, pues la independencia no significa conocimiento, ni la separación de poderes debe traducirse en distancia a la realidad.
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