10/14/2015

El otro Juan Rulfo


Esos muertos del poeta Rilke y que Rulfo reescribió, dieron lecciones de vida como luces en el alma.

lasillarota.com

Juan Rulfo era de esos escritores que le gustaba escribir a mano, de esos de los que ahora hay pocos, que sentía, con el latido de su corazón, con el rasguido de la pluma al tocar el papel, cada una de las palabras que fluían de la tinta, como si fuera sangre, como torrente venida de lo profundo, del sentimiento y el misticismo.

Quedé asombrado cuando tuve en mis manos la traducción que hizo Rulfo en los años cincuenta, del idioma alemán al español, de la poesía de Reiner Maria Rilke de su libro Elegías de Duino, ahora editado en la colección de Poesía Sexto Piso dirigida por el mexicano Ernesto Kavi quien reside en París.

No imaginaba que al joven Rulfo con apenas 28 años le apasionara la lectura de poetas y novelistas, lo mismo de origen francés, anglosajón, danés y nórdico y se diera tiempo para abrigar su afición a la fotografía.

Tuve que leer el libro en voz alta para sentir lo que el poeta Rilke escribía y Juan Rulfo reescribía:

La hostilidad está más cercana a nosotros
que todo. ¿Acaso los amantes no tropiezan
sin cesar, con sus límites, uno en otro?

Nosotros ignoramos el contorno
de la sensación y solo percibimos lo exterior
de su forma.

Juan Rulfo entre 1945 y 1955 tuvo los años más creativos de su vida cuando escribió El llano en llamas y Pedro Páramo y al mismo tiempo tradujo en el difícil alemán: Elegías de Duino. Quienes estuvieron cerca del autor, encontraron en esos escritos el mismo tipo de papel, la misma tinta, en los mismos lugares, como si hubiera trabajado alternadamente para reposarlos y entrelazarlos.

A Rulfo lo arropó la sensación del entorno que relataba Rilke:

Como la hierba matinal del rocío, como
la tibieza que asciende de un manjar caliente, así
se retira de nosotros lo que es nuestro.
Y la sonrisa ¿adónde va? ¡Oh, mirar arrobado:
nueva y ardiente onda escapada del corazón!
Y, sin embargo, desdichado de mí; éstos somos
nosotros. El sabor del cosmos
en el cual nos disolvemos ¿tiene nuestro sabor?

Esa fortuna que tenía Rulfo de describir lo árido de la tierra y la pobreza del campesino, pero también su sentir, lo que estremecía en esa mezcla de vivos y muertos que relataban uno a otro, en el movimiento del tiempo y espacio lo profundo de su ser, lo que los reventaba y hacía existir.

Con Rilke el ser humano trata de matar a la muerte, y son los jóvenes, siguiendo esas lamentaciones quienes encontraron en la oscuridad del no ser, la alegría y ternura:

…hasta la garganta del valle, donde se ve brillar,
Al claro de la luna, la fuente de la Alegría.

Son esos muertos que como metáfora revivieron esos autores. Esa sensación que nos hace renacer día a día; mirar lo que nadie alcanza a ver si no es con el sentido, con la mirilla que da la esencia del ser.  Con esa nobleza atrapada en el devenir de lo superfluo y que salta cuando estamos en el final, en nuestro no ser, que es la afirmación de nosotros mismos.

Esos muertos del poeta Rilke y que Rulfo reescribió, dieron lecciones de vida como luces en el alma.  Esos muertos…

…señalarían tal vez esos amentos
que cuelgan de los avellanos exhaustos,
o bien, nos mostrarían la lluvia que cae sobre
la oscura tierra en primavera

Ernesto Kavi, el editor de la obra, dice que Juan Rulfo tradujo del alemán como si se tratara de una partitura musical. Que ambos poetas, Rilke y Rulfo, convirtieron las palabras escritas en música pura, por su estructura y profundidad. Con su mensaje de amor hicieron preservar lo efímero que hay en nosotros, que se diluye día con día.

Decía Rilke como burlándose de lo superficial de nuestros sentidos:

¡Ah, si nosotros pudiéramos hallar también
una pura y duradera parcela de sustancia humana;
un trozo de tierra fecunda que fuera nuestra
entre el río y la roca!

Juan Rulfo pudo lograr con sus relatos hacer sentir la angustia campesina, la fantasía, la miseria, la tropa que los perseguía, la espera de Macario sentado en la alcantarilla aguardando para que “cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos” porque la madrina no pudo dormir la última noche. La tristeza de la hermana Tacha que su vaca se llevó el río, esa, la de una oreja pinta y otra colorada, dejándola sin dote.

Cuando Rulfo escribía:

“Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor a humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.
Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca”.

Esas palabras, esos versos, cuentos, poesías y traducciones que nos legó, nos remueven el alma, leyendo, releyendo a Juan Rulfo, como préstamo del tiempo.

Del olor a la tierra mojada, esa de nuestro campo, la de las nopaleras y esa hierva que reverdece…

¿Te acuerdas?

Correo: mfuentesmz@yahoo.com.mx  Twitter: @Manuel_FuentesM

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