El derecho a la intimidad
lasillarota.com
“Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada,
su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra
o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley
contra tales injerencias o ataques”, Artículo 12, Declaración Universal
de los Derechos Humanos.
“Violencia contra las Mujeres: Cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte, tanto en el ámbito privado como en el público”, Párrafo IV, articulo 5, Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida libre de violencia.
UN ESCENARIO EN EL NORTE DEL PAÍS (Septiembre 2015. Monterrey)
Cuando el ex gobernador príista de Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz ofrecía su último informe, la diputada local panista Leticia Benvenutti se puso de pie al lado suyo con una pancarta: “No pasarán las cuentas mochas”, aludiendo a las acusaciones de desvío de recursos contra el gobernador. Unas horas después en redes sociales comenzaron a circular carteles con comentarios ofensivos y las fotos (tomadas hace ocho o nueve años) de la diputada modelando lencería. Antes, Benvenutti ejerció el oficio -legal en México- de modelo.
Benvenutti enfrentó a sus agresores: “Las imágenes son de dominio público”.“Son fotos de las que no tengo por qué avergonzarme. Que se avergüencen los que roban, los que dejan un estado endeudado, los que se llevan el dinero del estado”. “Lo volvería a hacer”. “El cuerpo de la mujer es hermoso”. La “coincidencia” entre el cuestionamiento de la diputada al gobernador y la inmediata exhibición de sus fotos con la intención de dañar, nos deja claro un supuesto que el discurso misógino nutre y sostiene: una mujer que muestra su cuerpo es “indigna”, su conducta es “inmoral”. Esa “inmoralidad” sugerida, no tiene nada que ver con un daño a terceros, ni con la más mínima alteración del orden público, ni con la calidad de su desempeño.
¿De qué se trata entonces? De intimidar, para controlar. Tenemos clara la definición de “hombre público”. En cambio, y aún a las alturas del siglo XX, una “mujer pública” era una trabajadora sexual obligada a soportar todos los estigmas con los que las sociedades han tenido a bien perseguirlas. Esa diferenciación entre “la mujer pública” y “la privada” –tan obsoleta y tan vigente- atravesada por connotaciones sexuales, nos revela una realidad que fue rotunda: para una mujer no había vida “digna” concebible más allá del umbral de su hogar. "Sepa una mujer hilar, coser y echar un remiendo, que no ha menester saber gramática ni hacer versos", Calderón de la Barca.
El espacio de lo público era para una mujer –en sí mismo- el espacio de la trasgresión. El legendario “castigo” a la trasgresión femenina ha sido y al parecer sigue siendo el acoso moral. Intentar descalificar su calidad como persona y su desempeño profesional (y aún su maternidad en muchos casos) a través de insinuaciones que se deslizan hacia el cuestionamiento de sus: “sus costumbres”, “su liviandad”, en pocas palabras: su sexualidad. Consideraciones arbitrarias y ajenas a sus compromisos con su cargo y en este caso, con las personas a quienes representa.
El ataque cayó –más o menos- en el vacío. Los tiempos y las sociedades cambian.
UN ESCENARIO EN EL SUR DEL PAÍS (Octubre 2015. Villahermosa).
Una abogada es nombrada a un puesto público en Tabasco. Apenas transcurrida la toma de posesión comenzaron a circular en redes sociales carteles con fotos que la muestran desnuda. A las imágenes se les agregaron letreros como: “Playboy Tabasco”. No tengo la impresión de que las únicas mujeres que se desnuden en este mundo sean las modelos de revistas para “caballeros”, pero déjenme investigar a fondo. El acoso moral estaba en marcha. La abogada renunció “por motivos estrictamente personales”.
Se ha hecho público que su cédula profesional está aún en trámite lo que explicaría –nos dicen- su retiro del cargo. No creo que este dato disminuya de ninguna manera la vileza, inscrita en el acoso del cual fue objeto. Nadie puede pretender –y menos lograrlo- fragilizar emocionalmente a una mujer violentándola en su intimidad para llevarla hacia un regreso forzado al ámbito de su hogar, del que seguramente algunos opinarán: “jamás debería de haber salido”. La trasgresión en la que incurrió la abogada no fue su desnudez, tampoco fue permitir que la fotografiaran. La trasgresión en esta circunstancia concreta fue asumir su derecho a participar en la vida pública del estado dentro de su ámbito de especialidad.
Benvenutti, posó –como parte de su trabajo- para fotografías que sabía serían públicas, la abogada en Tabasco fue víctima de un siniestro abuso de confianza. La diferencia en este punto es enorme, por supuesto. En el primer caso hay una elección: las imágenes son públicas. En el segundo caso una imposición. En el caso de Benvenutti el fotógrafo no tiene nada de qué avergonzarse. En el segundo el “fotógrafo” infligió uno de los daños morales más dolorosos: la traición. Las fotos de la abogada fueron tomadas y subidas a las redes hace muchos años (sin mayores consecuencias), pero alguien, justo ahora, se hizo un honor en ir a buscarlas y hacerlas circular.
ACOSO MORAL
“Práctica ejercida en las relaciones personales, especialmente en el ámbito laboral, consistente en un trato vejatorio y descalificador hacia una persona, con el fin de desestabilizarla psíquicamente,” Diccionario de la Real Academia Española.
Ambas vivencias pese a sus muy notorias diferencias convergen en un punto: el acoso moral que se detona en el exacto momento en el que Benvenutti toma la palestra para cuestionar a un gobernador, y el momento en el que la abogada tabasqueña asume un cargo público. ¿Qué intentan sugerirnos? Para comprender sólo tenemos que detenernos en lo que los misóginos consideran un “argumento” de fondo: “una mujer ‘decente’ no se desnuda ni se deja fotografiar”. Porque, ¿cómo les diré? Hay quien todavía pretenda dividir a los millones de mujeres que somos en dos absurdas categorías cortadas además, de tajo: “las decentes” “y las que no”.
¿En qué consiste esta noción concreta de “decencia” que durante siglos ha sido utilizada como una jaula? Es muy confusa, pero es muy clara su utilidad: mantener la sexualidad femenina bajo amenaza. Mantener a las mujeres encadenadas a esa amenaza de “el qué dirán” –no importa cuán falso o arbitrario sea- que tendería a “colocarnos en nuestro sitio”. La historia nos muestra que acotar la sexualidad femenina no se limita a controlar el derecho de las mujeres a ejercer su sexualidad a la manera en que lo elijan, sino que se convierte en una herramienta de intimidación y de poder utilizada para reducir sus espacios de participación.
Que las mujeres obtuvieran derechos tan elementales como el de votar y ser votadas, fue por décadas un escándalo nutrido más o menos de las mismas insinuaciones y “argumentos”: “El libertinaje sexual”, “la disolución de las costumbres”, “la pérdida de la femineidad”, “la decadencia de la dignidad femenina y la familia”. También era un llamado a la “indecencia” y a la “ligereza de costumbres” que una mujer estudiara, aprendiera un oficio, asistiera a una universidad o cualquier otro espacio de aprendizaje compartido con hombres. Los tiempos cambian. Y sin embargo, imaginar la exhibición de un cuerpo femenino desnudo como una manera de dañar la integridad de una mujer para hacerla retroceder en la vida pública nos muestra que los imaginarios de dominio siguen allí, ahora reforzados por el anonimato en las redes sociales.
EL DERECHO A LA INTIMIDAD
El Derecho a la Intimidad es un bien protegido por la Constitución, como nos explica el jurista Miguel Carbonell en su libro Los derechos fundamentales en México. Es –también- un derecho protegido por los acuerdos que México ha firmado ante organismos internacionales como la ONU. Acosar a una persona y estigmatizarla está muy lejos de ser un divertimento sin consecuencias. Significa allanar su espacio privado, como quien entra a su casa pateando la puerta.
“Habrá violaciones al Derecho a la Intimidad por lo menos en los siguientes casos”, afirma Miguel Carbonell en su estudio de Derecho Comparado:
La mayoría de las mujeres nos desnudamos y nos hemos desnudado con objetivos más entrañables que el de deslizarnos en la regadera o ponernos la pijama. Si nos quedara alguna duda, no tenemos más que preguntar alrededor para disiparla. Desnudarse ante el ojo de la cámara tras del cual mira el ojo de un hombre –en su momento- amado, es parte de un juego erótico inscrito en los territorios de la intimidad y de la confianza.
¿Quién correría un riesgo tan “descabellado?”, escribieron por allí. Cualquier mujer que jamás alcance a imaginar que ese hombre en el que depositó su confianza podría traicionarla. ¿Se equivocó? Casi todas/os nos hemos equivocado en nuestra elección amorosa alguna vez. ¿Qué tiene de dudoso o de extraño que una mujer pose desnuda? Es un acto que corresponde a la vida privada: Como parte de un juego erótico, o porque ella se toma selfies frente al espejo, o porque tomaba el sol en una playa nudista. ¿Quizá a ella le gusta de esa manera indagar su femineidad?
Imagínense si los millones de mujeres que somos tuviéramos que dormir disfrazadas de buzo, por miedo a que una cámara traidora nos atrape mientras dormimos. Aún casadas por varias leyes. ¿Una nunca sabe lo que vendrá en el futuro? Me permito nombrar ese escenario paranoico y absurdo, porque así de absurdo es lo que sucedió en Tabasco. Colocar las “culpas” del lado de la mujer es legitimar el acoso y sus técnicas intimidatorias.
Quien está en cuestión es la primera persona que hizo pública una foto privada, quien fue capaz -con fines revanchistas- de un abuso de confianza de ese tamaño. Quienes están en cuestión son las personas que justo llegado el momento del nombramiento, decidieron ir por ellas y exhibirlas. “Esta mujer tiene un ‘pasado’”, algo así parecen decirnos, pero con tonos sórdidos como de telenovelas de las de antes.
En los culebrones de antaño, las mujeres tenían “algo que ocultar”, un “secreto infamante” que de saberse “destruiría su honorabilidad”. “Un pecado”. No, no eran delincuentes de cuello blanco, ni abusadoras de niños y ancianos, ni asesinas en serie. No se trataba de circunstancias “inmorales” en el sentido verdadero: el daño a terceros. Esas referencias al “pasado femenino” se reducían a los dimes y diretes que señalaban sus vidas sexuales. Ella, la mujer en cuestión tenía que sufrir, y hacerse “perdonar”.
No hay nada de que “hacerse perdonar”, no vivimos ya en un mundo de “perdones” que se dispensan, ni de “pecados que no debimos haber cometido”, sino en un mundo de derechos que se respetan. No toleramos un discurso en el que se cosifique a una mujer intentando denigrarla con el arma de su desnudez. En el que la sexualidad femenina siga siendo un tabú y un arma (exhibida de manera vil y a deshoras), para acotar las posibilidades de cada una de vivir en paz y de participar en la escena pública.
QUE LA DIFERENCIA SEXUAL NO SE TRADUZCA EN DESIGUALDAD
Se han dado casos de denuncias (que se han hecho muy públicas) relacionadas con la “vida privada” en el caso de hombres que han ocupado y/o ocupan cargos públicos: Un ministro de la Suprema Corte denunciado por no pagar la pensión alimenticia. Un ex gobernador denunciado por retener a sus hijos a pesar de que la custodia fue concedida a la madre de los niños y de que existía contra él una orden de aprehensión internacional. Un candidato denunciado por violencia doméstica.
La diferencia es muy clara: Ninguno de ellos fue “exhibido” en su sexualidad, sino denunciado en hechos relacionados con el incumplimiento de la ley. El doble rasero de lo femenino y lo masculino. ¿Por qué? Porque ¿quién se detendría a cuestionar el derecho de un hombre a su sexualidad, a condición, claro, de que ese hombre cumpla las reglas de la heteronormatividad?
No son las épocas de la sabana sancta por suerte para casi todos. El amor, la ternura, la sexualidad, ya tienden a estar en otro lado. Más respetuoso, más equitativo. Más lúdico. Cada vez nos liberamos más de aquellos silencios obligados: “Si te agreden, baja la mirada y sufre en silencio, porque aunque la víctima del acoso seas tú, te pueden culpar y excluir”. Un desplegado en apoyo a la abogada tabasqueña despertó una oleada de firmas de mujeres y hombres en dos días. Ya no es –tampoco- época de apelar “a la caballerosidad” y al “piensa que podría ser tu hija, tu madre o tu hermana”.
No estamos hablando – sobre todo cuando se trata de personas desprovistas de respeto y de empatía como los agresores de la abogada- de graciosas concesiones, sino de derechos adquiridos. Como suele decir Marta Lamas: “La diferencia sexual no tiene por qué traducirse en desigualdad”. Ni en desigualdad, ni en el profundo dolor que provoca la injusticia.
La conciencia de una urgencia de equidad y de respeto a los derechos de las mujeres se han deslizado de tal manera en nuestra cotidianidad, que resulta difícil encender una computadora, mirar los memes que descalifican a una mujer (con el “argumento” de su sexualidad) y no sentirnos indignadas/os ante esos discursos decimonónicos y rudimentarios que insisten en repetirse. Como si se conservaran entre bolitas de naftalina. Exhibir un cuerpo femenino como arma de insulto es cosificarlo. Es pretender perpetuar esa voluntad de poder y de dominio.
La andanada en contra de la abogada fue tan grave, que si ella así lo deseara y obtuviera su cédula (suponiendo que realmente no la tenga) una propuesta justa sería solicitar al gobernador que la convoque –si le es posible- a reconsiderar su renuncia. Sentar así un precedente importante para el estado: Los ataques misóginos no pueden continuar volando como guillotinas –impunes- sobre las cabezas de las mujeres. Que los talentos, la formación, los compromisos y el desempeño de una mujer pública, sean analizados desde donde corresponde: los resultados de su trabajo. Su conocimiento del tema, su honestidad, su capacidad de ser justa, su eficacia.
No subestimemos el daño que provocan las conductas misóginas: Estigmatizar es ejercer violencia.
@Marteresapriego
“Violencia contra las Mujeres: Cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte, tanto en el ámbito privado como en el público”, Párrafo IV, articulo 5, Ley General de Acceso de las Mujeres a una vida libre de violencia.
UN ESCENARIO EN EL NORTE DEL PAÍS (Septiembre 2015. Monterrey)
Cuando el ex gobernador príista de Nuevo León, Rodrigo Medina de la Cruz ofrecía su último informe, la diputada local panista Leticia Benvenutti se puso de pie al lado suyo con una pancarta: “No pasarán las cuentas mochas”, aludiendo a las acusaciones de desvío de recursos contra el gobernador. Unas horas después en redes sociales comenzaron a circular carteles con comentarios ofensivos y las fotos (tomadas hace ocho o nueve años) de la diputada modelando lencería. Antes, Benvenutti ejerció el oficio -legal en México- de modelo.
Benvenutti enfrentó a sus agresores: “Las imágenes son de dominio público”.“Son fotos de las que no tengo por qué avergonzarme. Que se avergüencen los que roban, los que dejan un estado endeudado, los que se llevan el dinero del estado”. “Lo volvería a hacer”. “El cuerpo de la mujer es hermoso”. La “coincidencia” entre el cuestionamiento de la diputada al gobernador y la inmediata exhibición de sus fotos con la intención de dañar, nos deja claro un supuesto que el discurso misógino nutre y sostiene: una mujer que muestra su cuerpo es “indigna”, su conducta es “inmoral”. Esa “inmoralidad” sugerida, no tiene nada que ver con un daño a terceros, ni con la más mínima alteración del orden público, ni con la calidad de su desempeño.
¿De qué se trata entonces? De intimidar, para controlar. Tenemos clara la definición de “hombre público”. En cambio, y aún a las alturas del siglo XX, una “mujer pública” era una trabajadora sexual obligada a soportar todos los estigmas con los que las sociedades han tenido a bien perseguirlas. Esa diferenciación entre “la mujer pública” y “la privada” –tan obsoleta y tan vigente- atravesada por connotaciones sexuales, nos revela una realidad que fue rotunda: para una mujer no había vida “digna” concebible más allá del umbral de su hogar. "Sepa una mujer hilar, coser y echar un remiendo, que no ha menester saber gramática ni hacer versos", Calderón de la Barca.
El espacio de lo público era para una mujer –en sí mismo- el espacio de la trasgresión. El legendario “castigo” a la trasgresión femenina ha sido y al parecer sigue siendo el acoso moral. Intentar descalificar su calidad como persona y su desempeño profesional (y aún su maternidad en muchos casos) a través de insinuaciones que se deslizan hacia el cuestionamiento de sus: “sus costumbres”, “su liviandad”, en pocas palabras: su sexualidad. Consideraciones arbitrarias y ajenas a sus compromisos con su cargo y en este caso, con las personas a quienes representa.
El ataque cayó –más o menos- en el vacío. Los tiempos y las sociedades cambian.
UN ESCENARIO EN EL SUR DEL PAÍS (Octubre 2015. Villahermosa).
Una abogada es nombrada a un puesto público en Tabasco. Apenas transcurrida la toma de posesión comenzaron a circular en redes sociales carteles con fotos que la muestran desnuda. A las imágenes se les agregaron letreros como: “Playboy Tabasco”. No tengo la impresión de que las únicas mujeres que se desnuden en este mundo sean las modelos de revistas para “caballeros”, pero déjenme investigar a fondo. El acoso moral estaba en marcha. La abogada renunció “por motivos estrictamente personales”.
Se ha hecho público que su cédula profesional está aún en trámite lo que explicaría –nos dicen- su retiro del cargo. No creo que este dato disminuya de ninguna manera la vileza, inscrita en el acoso del cual fue objeto. Nadie puede pretender –y menos lograrlo- fragilizar emocionalmente a una mujer violentándola en su intimidad para llevarla hacia un regreso forzado al ámbito de su hogar, del que seguramente algunos opinarán: “jamás debería de haber salido”. La trasgresión en la que incurrió la abogada no fue su desnudez, tampoco fue permitir que la fotografiaran. La trasgresión en esta circunstancia concreta fue asumir su derecho a participar en la vida pública del estado dentro de su ámbito de especialidad.
Benvenutti, posó –como parte de su trabajo- para fotografías que sabía serían públicas, la abogada en Tabasco fue víctima de un siniestro abuso de confianza. La diferencia en este punto es enorme, por supuesto. En el primer caso hay una elección: las imágenes son públicas. En el segundo caso una imposición. En el caso de Benvenutti el fotógrafo no tiene nada de qué avergonzarse. En el segundo el “fotógrafo” infligió uno de los daños morales más dolorosos: la traición. Las fotos de la abogada fueron tomadas y subidas a las redes hace muchos años (sin mayores consecuencias), pero alguien, justo ahora, se hizo un honor en ir a buscarlas y hacerlas circular.
ACOSO MORAL
“Práctica ejercida en las relaciones personales, especialmente en el ámbito laboral, consistente en un trato vejatorio y descalificador hacia una persona, con el fin de desestabilizarla psíquicamente,” Diccionario de la Real Academia Española.
Ambas vivencias pese a sus muy notorias diferencias convergen en un punto: el acoso moral que se detona en el exacto momento en el que Benvenutti toma la palestra para cuestionar a un gobernador, y el momento en el que la abogada tabasqueña asume un cargo público. ¿Qué intentan sugerirnos? Para comprender sólo tenemos que detenernos en lo que los misóginos consideran un “argumento” de fondo: “una mujer ‘decente’ no se desnuda ni se deja fotografiar”. Porque, ¿cómo les diré? Hay quien todavía pretenda dividir a los millones de mujeres que somos en dos absurdas categorías cortadas además, de tajo: “las decentes” “y las que no”.
¿En qué consiste esta noción concreta de “decencia” que durante siglos ha sido utilizada como una jaula? Es muy confusa, pero es muy clara su utilidad: mantener la sexualidad femenina bajo amenaza. Mantener a las mujeres encadenadas a esa amenaza de “el qué dirán” –no importa cuán falso o arbitrario sea- que tendería a “colocarnos en nuestro sitio”. La historia nos muestra que acotar la sexualidad femenina no se limita a controlar el derecho de las mujeres a ejercer su sexualidad a la manera en que lo elijan, sino que se convierte en una herramienta de intimidación y de poder utilizada para reducir sus espacios de participación.
Que las mujeres obtuvieran derechos tan elementales como el de votar y ser votadas, fue por décadas un escándalo nutrido más o menos de las mismas insinuaciones y “argumentos”: “El libertinaje sexual”, “la disolución de las costumbres”, “la pérdida de la femineidad”, “la decadencia de la dignidad femenina y la familia”. También era un llamado a la “indecencia” y a la “ligereza de costumbres” que una mujer estudiara, aprendiera un oficio, asistiera a una universidad o cualquier otro espacio de aprendizaje compartido con hombres. Los tiempos cambian. Y sin embargo, imaginar la exhibición de un cuerpo femenino desnudo como una manera de dañar la integridad de una mujer para hacerla retroceder en la vida pública nos muestra que los imaginarios de dominio siguen allí, ahora reforzados por el anonimato en las redes sociales.
EL DERECHO A LA INTIMIDAD
El Derecho a la Intimidad es un bien protegido por la Constitución, como nos explica el jurista Miguel Carbonell en su libro Los derechos fundamentales en México. Es –también- un derecho protegido por los acuerdos que México ha firmado ante organismos internacionales como la ONU. Acosar a una persona y estigmatizarla está muy lejos de ser un divertimento sin consecuencias. Significa allanar su espacio privado, como quien entra a su casa pateando la puerta.
“Habrá violaciones al Derecho a la Intimidad por lo menos en los siguientes casos”, afirma Miguel Carbonell en su estudio de Derecho Comparado:
- Cuando se genere una intrusión en la esfera o en los asuntos privados ajenos.
- Cuando se divulguen hechos embarazosos de carácter privado.
- Cuando se divulguen hechos que suscitan una falsa imagen del interesado a los ojos de la opinión pública.
- Cuando se genere una apropiación indebida para provecho propio del nombre o de la imagen ajenos.
- Cuando se revelen comunicaciones confidenciales, como las que se pueden llevar a cabo entre esposos, entre un defendido y su abogado, entre un médico y su paciente o entre un creyente y un sacerdote”.
La mayoría de las mujeres nos desnudamos y nos hemos desnudado con objetivos más entrañables que el de deslizarnos en la regadera o ponernos la pijama. Si nos quedara alguna duda, no tenemos más que preguntar alrededor para disiparla. Desnudarse ante el ojo de la cámara tras del cual mira el ojo de un hombre –en su momento- amado, es parte de un juego erótico inscrito en los territorios de la intimidad y de la confianza.
¿Quién correría un riesgo tan “descabellado?”, escribieron por allí. Cualquier mujer que jamás alcance a imaginar que ese hombre en el que depositó su confianza podría traicionarla. ¿Se equivocó? Casi todas/os nos hemos equivocado en nuestra elección amorosa alguna vez. ¿Qué tiene de dudoso o de extraño que una mujer pose desnuda? Es un acto que corresponde a la vida privada: Como parte de un juego erótico, o porque ella se toma selfies frente al espejo, o porque tomaba el sol en una playa nudista. ¿Quizá a ella le gusta de esa manera indagar su femineidad?
Imagínense si los millones de mujeres que somos tuviéramos que dormir disfrazadas de buzo, por miedo a que una cámara traidora nos atrape mientras dormimos. Aún casadas por varias leyes. ¿Una nunca sabe lo que vendrá en el futuro? Me permito nombrar ese escenario paranoico y absurdo, porque así de absurdo es lo que sucedió en Tabasco. Colocar las “culpas” del lado de la mujer es legitimar el acoso y sus técnicas intimidatorias.
Quien está en cuestión es la primera persona que hizo pública una foto privada, quien fue capaz -con fines revanchistas- de un abuso de confianza de ese tamaño. Quienes están en cuestión son las personas que justo llegado el momento del nombramiento, decidieron ir por ellas y exhibirlas. “Esta mujer tiene un ‘pasado’”, algo así parecen decirnos, pero con tonos sórdidos como de telenovelas de las de antes.
En los culebrones de antaño, las mujeres tenían “algo que ocultar”, un “secreto infamante” que de saberse “destruiría su honorabilidad”. “Un pecado”. No, no eran delincuentes de cuello blanco, ni abusadoras de niños y ancianos, ni asesinas en serie. No se trataba de circunstancias “inmorales” en el sentido verdadero: el daño a terceros. Esas referencias al “pasado femenino” se reducían a los dimes y diretes que señalaban sus vidas sexuales. Ella, la mujer en cuestión tenía que sufrir, y hacerse “perdonar”.
No hay nada de que “hacerse perdonar”, no vivimos ya en un mundo de “perdones” que se dispensan, ni de “pecados que no debimos haber cometido”, sino en un mundo de derechos que se respetan. No toleramos un discurso en el que se cosifique a una mujer intentando denigrarla con el arma de su desnudez. En el que la sexualidad femenina siga siendo un tabú y un arma (exhibida de manera vil y a deshoras), para acotar las posibilidades de cada una de vivir en paz y de participar en la escena pública.
QUE LA DIFERENCIA SEXUAL NO SE TRADUZCA EN DESIGUALDAD
Se han dado casos de denuncias (que se han hecho muy públicas) relacionadas con la “vida privada” en el caso de hombres que han ocupado y/o ocupan cargos públicos: Un ministro de la Suprema Corte denunciado por no pagar la pensión alimenticia. Un ex gobernador denunciado por retener a sus hijos a pesar de que la custodia fue concedida a la madre de los niños y de que existía contra él una orden de aprehensión internacional. Un candidato denunciado por violencia doméstica.
La diferencia es muy clara: Ninguno de ellos fue “exhibido” en su sexualidad, sino denunciado en hechos relacionados con el incumplimiento de la ley. El doble rasero de lo femenino y lo masculino. ¿Por qué? Porque ¿quién se detendría a cuestionar el derecho de un hombre a su sexualidad, a condición, claro, de que ese hombre cumpla las reglas de la heteronormatividad?
No son las épocas de la sabana sancta por suerte para casi todos. El amor, la ternura, la sexualidad, ya tienden a estar en otro lado. Más respetuoso, más equitativo. Más lúdico. Cada vez nos liberamos más de aquellos silencios obligados: “Si te agreden, baja la mirada y sufre en silencio, porque aunque la víctima del acoso seas tú, te pueden culpar y excluir”. Un desplegado en apoyo a la abogada tabasqueña despertó una oleada de firmas de mujeres y hombres en dos días. Ya no es –tampoco- época de apelar “a la caballerosidad” y al “piensa que podría ser tu hija, tu madre o tu hermana”.
No estamos hablando – sobre todo cuando se trata de personas desprovistas de respeto y de empatía como los agresores de la abogada- de graciosas concesiones, sino de derechos adquiridos. Como suele decir Marta Lamas: “La diferencia sexual no tiene por qué traducirse en desigualdad”. Ni en desigualdad, ni en el profundo dolor que provoca la injusticia.
La conciencia de una urgencia de equidad y de respeto a los derechos de las mujeres se han deslizado de tal manera en nuestra cotidianidad, que resulta difícil encender una computadora, mirar los memes que descalifican a una mujer (con el “argumento” de su sexualidad) y no sentirnos indignadas/os ante esos discursos decimonónicos y rudimentarios que insisten en repetirse. Como si se conservaran entre bolitas de naftalina. Exhibir un cuerpo femenino como arma de insulto es cosificarlo. Es pretender perpetuar esa voluntad de poder y de dominio.
La andanada en contra de la abogada fue tan grave, que si ella así lo deseara y obtuviera su cédula (suponiendo que realmente no la tenga) una propuesta justa sería solicitar al gobernador que la convoque –si le es posible- a reconsiderar su renuncia. Sentar así un precedente importante para el estado: Los ataques misóginos no pueden continuar volando como guillotinas –impunes- sobre las cabezas de las mujeres. Que los talentos, la formación, los compromisos y el desempeño de una mujer pública, sean analizados desde donde corresponde: los resultados de su trabajo. Su conocimiento del tema, su honestidad, su capacidad de ser justa, su eficacia.
No subestimemos el daño que provocan las conductas misóginas: Estigmatizar es ejercer violencia.
@Marteresapriego
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