Saldo de las políticas públicas aplicadas desde 1983
Falsas promesas, los presidentes sembraron el caos. Para la OCDE, país desigual, pobre y con pocas alternativas. |
“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo: 7.16). Implica al Estado; es decir, culpables, traidores o vendepatrias.
Se trata de los últimos seis presidentes: Miguel de la Madrid, Carlos
Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña.
Sus respectivos gabinetes, funcionarios de las secretarías de Estado, y
los otros poderes reales (legislativo y judicial, fuerzas armadas, e tutti quanti), y los fácticos o grupos de presión económica, asociaciones de empresarios, los partidos políticos, sindicatos, etcétera.
La mediocridad
es de las políticas públicas aplicadas sexenio tras sexenio, durante
más de ¡30 años! ya. En cuatro vertientes: 1) de quien las crea; 2) de
quienes las adoptan; 3) de quienes las operan; 4) de quienes las
padecen. Resulta que los planes de gobierno —México es un caso típico,
ejemplar—, llamados “sexenales” o “nacionales de desarrollo”: como si
fuesen elaborados por extraterrestres o para países distintos.
O lo que es lo mismo, no hay continuidad en las metas y las formas de alcanzarlos; las políticas resultan a contentillo
del presidente en turno conforme a la visión de cada quién, o el
llamado “estilo personal de gobernar”. Lo peor es que ni siquiera esto
último, porque el origen de los problemas apuntan más allá.
Es decir, que las directrices o grandes líneas de las cuales se derivan las políticas públicas de México, devienen como si se crearan
en el exterior. Desde la sede del vecino del norte en Washington, los
Estados Unidos de América, o en su caso las oficinas del Fondo Monetario
Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM).
A simple vista
pareciera como si la oleada neoliberal que iniciaran los presidentes
Ronald Reagan y Margaret Thatcher (en sus países y luego contra
el mundo, a beneficio de los representantes del sistema corporativo
mundial y en última instancia del sistema financiero global), hubiesen
tomado por sorpresa a los gobernantes mexicanos (De la Madrid y
Salinas). Pero no. De la Madrid, fue el primero en suscribir acuerdos
con el FMI en materia de políticas restrictivas (de control de salarios)
y de privatización de empresas públicas para enfrentar pagos de deuda
externa, en 1983.
Las políticas creadas en Washington, sede del
FMI y el BM, siguiendo los principios monetaristas de Milton Friedman o
de liberalización y desregulación económica, como métodos de solución de
las crisis a la inversa de Keynes, fueron adoptadas en México como en
otros países por sus gobiernos, los mencionados para un periodo de más
de tres décadas. Luego Salinas suscribió el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN) para llevar al país al “primer mundo”. Falsas
promesas de los gobernantes.
Ambos presidentes sabían lo que
hacían: entregar buena parte de las riquezas a los amigos o muy cercanos
grandes empresarios, al mismo tiempo que a manos extranjeras —inversión
engañosa, como los llamados capitales golondrinos puesto que al
final de cuentas buscan los mayores beneficios y nunca resolver algo del
país al que se transfieren; van siempre por el más alto rendimiento o
usufructuar con altas tasas de ganancia—, y con ello hipotecar la
soberanía nacional a dichos intereses foráneos, en el sentido que buena
parte de las decisiones comenzarían a tomarse desde el exterior. Desde
Washington. Y así ha sido desde entonces, presidentes fieles a las
exigencias de vender el país.
Porque esos han sido los
resultados de la liberalización, privatización, apertura al exterior —la
desregulación se quedó en el tintero para los empresarios locales—, de
las políticas neoliberales. Primero por la firma con el sector
financiero gringo (BM/FMI), luego la soga al cuello con el TLCAN,
seguido de los compromisos con el Consenso de Washington, porque
se sumó el Tesoro norteamericano. Así, la presunta diversificación de
México con el exterior —la bola de tratados comerciales firmados; al
menos 11 tratados con 46 países en total—, han servido para muy poco
porque el otro extremo de los grilletes del país está en la Casa Blanca.
El ingreso de México a la OCDE en marzo de 1994, igualmente lo gestionó
Salinas, cuando había privatizado la mayoría (casi 1000) de las
empresas importantes del Estado. Las privatizaciones se hicieron con
toda la alevosía y ventaja de gozar de la información PRIvilegiada, por y
para beneficiar a unos pocos. Así destaca la venta de empresas otrora
públicas, pertenecientes al Estado, como: Telmex, Calmex, Anagsa, Dina,
FFCC, Banamex, Multibanco Comermex, Serfin; todos los bancos de la
época, algunas carreteras de cuota, Fertimex, fábrica de carros de
ferrocarril, los aeropuertos, entre otras. Con prestanombres, en muchos
casos, como se rumora de Carlos Slim con Teléfonos de México, Salinas se
enriqueció.
El tema viene a cuento precisamente porque en su
último informe sobre México, la OCDE concluye que, comparado con otras
naciones “los resultados son mediocres en áreas como: educación,
seguridad, reducción de la pobreza y calidad del empleo”. Con caída
generalizada de los ingresos de los hogares desde 2008. El informe mide
el bienestar usando 12 rublos como: ingresos, empleo, vivienda, salud,
acceso a servicios, educación, participación cívica y gobernanza, medio
ambiente, seguridad, conciliación entre vida laboral y personal,
relaciones sociales y satisfacción vital.
Se observa una caída
generalizada de los ingresos de los hogares, sobre todo desde 2008, no
obstante en todo el país —unos más, otros menos— ha aumentado la
desigualdad. Los datos, cualquiera que se analice, abundan siempre en
las mismas disparidades. Es una muestra, una pizca del saldo neoliberal,
aplicado por gobernantes “mediocres”, entreguistas y vendepatrias.
En tanto la misma OCDE, presidida por cierto por uno de los entusiastas
mexicanos, antes flamante integrante del gabinete de Zedillo, José
Ángel Gurría, supone siempre arreglárselas para hablar “bien” de México,
puesto que es un funcionario de esos que tiene mucho que aclarar a los
mexicanos.
Las promesas neoliberales
convertidas en “alta traición a la patria”, uno de los pocos delitos por
los que la Constitución mexicana puede juzgar a un Presidente. Por eso
tanta impunidad —presidentes intocables— porque no hay fincamiento de
responsabilidades. El entreguismo, está tanto en los candados como en
todos los hilos que tiene tendidos, como telaraña, Washington en México.
País del que siempre sacan las multinacionales sus riquezas. ¡Y que no
aparezca alguna propuesta alternativa, porque es tachada de populismo, como si fuera peor a lo que la gente padece!
Súmese a lo anterior, los altos índices de inseguridad por la
violencia. Léase lo que acontece diariamente por causales del
narcotráfico (herencia calderonista), ese boyante negocio también
controlado desde afuera, porque las monumentales ganancias no podrían
estar siempre en manos de los capos. La mafia tiene forma piramidal,
foránea primero, local después. Un México que no avanza: retrocede,
entre la desigualdad y la inestabilidad, incluida su seguridad nacional
(también dañada con la firma de los llamados candados, tratados comerciales). Las redes, tendidas desde el exterior.
@sal_briceo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario