Dependencia México-Estados Unidos
Históricamente el
capitalismo imperialista ha construido coordenadas y parámetros
geopolíticos y estratégicos de su actuación en el espacio mundial. Las
primeras definen la ubicación y posición en distintos puntos y espacios
de la tierra donde generalmente se establecen bases militares para
custodiar y reproducir sus intereses. Los parámetros son aquellos que
guían la acción imperialista en términos del cumplimiento de los
objetivos estipulados en las coordenadas. Lo anterior viene a colación
para insistir en la idea de que el sistema imperialista no se reduce a
la acción de un país, tal puede ser Estados Unidos, Alemania, Francia o
Inglaterra, de un bloque (OTAN) o de una región (UE); sino que, más
bien, corresponde a un sistema global dentro de la propia estructura de
funcionamiento del modo de producción capitalista histórico en su fase
actual que podemos caracterizar como neo-imperialista.
En este
contexto, insistimos en que, independientemente del personaje que ocupe
la Presidencia Imperial, particularmente en Estados Unidos, el
presidente en turno debe moverse en el estricto marco que determinan los
parámetros y las coordenadas de un sistema imperialista que para
reproducirse, necesariamente tiene que hacerlo cumplimentando las
acciones de despliegue de las inversiones, de apropiación de
territorios, invasión de países, imposición de políticas de cualquier
signo (proteccionistas o librecambistas), reservándose en cualquier
momento recurrir al uso de la fuerza y, en última instancia, a la
guerra.
Un caso paradigmático en la actualidad es justamente
Siria donde se debate el proyecto imperialista comandado por Estados
Unidos y las fuerzas terroristas frente al gobierno legítimo del
presidente Bashar Háfez al-Ásad que con el apoyo militar, logístico y
estratégico que le presta Rusia como potencia aliada se encamina a
exterminar a los grupos extremistas y liberar el territorio en favor de
la nación árabe. En este caso, evidentemente es completamente secundario
si la Presidencia Imperial estuviera ocupada por Obama, Clinton o,
finalmente, por el presidente electo. Lo único que cambia, a lo sumo, es
"el estilo de gobernar", pero dentro de este contexto estructural de
los intereses geopolíticos y militares que lo sobredeterminan. Es por
todo ello que es una ilusión, por decir lo menos, pensar que el curso de
la historia habría de cambiar si en vez de haber sido elegido como
presidente Trump, lo hubiera sido Clinton u otra persona. En ambos
casos, no variaría, ni el comportamiento de Estados Unidos, por ejemplo,
en América Latina en materia de intento de derrocamiento de los
llamados gobiernos progresistas (Venezuela, Bolivia y Ecuador) al amparo
de que ya lo han hecho en Argentina y, mediante el reciente golpe de
Estado parlamentario, en Brasil en beneficio de los intereses
norteamericanos, del FMI y del BM.
Una situación candente,
intensa, en Siria que, como muestra un botón, en los momentos en que el
gobierno de ese país ha proclamado estar a punto de vencer a las fuerzas
terroristas en Alepo, Estados Unidos y la ONU plantean un "cese al
fuego", lo que lógicamente oculta la intención de utilizar esa tregua
para reagrupar y fortalecer a dichas fuerzas que, para el Departamento
de Estado, representan a "la oposición", de la misma manera que bajo
este epíteto cobija a las fuerzas contrarrevolucionarias de la derecha
venezolana esquizoidemente empeñada, sin éxito, en derrocar al gobierno
bolivariano de ese país. O el hecho de fortalecer los lineamientos
financieros del capital en todo el mundo con el objetivo de apropiarse
de valor y de plusvalía que terminan reproduciendo las arcas del capital
internacional y, en especial, de Estados Unidos.
Otro ejemplo
es la embestida racista y xenófoba del presidente electo contra la
mayoría de los trabajadores migrantes y, en especial, contra los
mexicanos indocumentados a quienes ha llenado de insultos mofándose de
pertenecer a una clase burguesa blanca frente a indios, drogadictos,
criminales y violadores a quienes ha amenazado con expulsarlos de su
territorio. A la par también amenaza desconocer el mal llamado "Tratado
de Libre Comercio de América del Norte" obviamente comandado, desde su
fundación, por las grandes empresas trasnacionales predominantemente
norteamericanas, enseguida canadienses y, tal vez, con la participación
de algunos lumpen-empresarios mexicanos completamente subordinados a sus
intereses y mandatos. A este respecto se han levantado toda una serie
de preocupaciones, alarmas y augurios lacrimosos que aseguran que en el
caso de que llegara a desaparecer dicho tratado de naturaleza
pan-americanista, todo el mundo entraría en una situación de caos y
anarquía, al mismo tiempo que en la descomposición del sistema
(capitalista). Cuestiones que revelan hasta donde están implicados los
intereses del gran capital internacional que invierte e interactúa en
ese ominoso tratado. Obviamente que en la promoción de este escenario
calamitoso desempeñan un papel central los medios de comunicación
hegemónicos con asiento en los países desarrollados del capitalismo
avanzado y los correspondientes a los países subdesarrollados
generalmente dependientes y promotores de las ideologías dominantes.
Como representante de los intereses de las fracciones del capital
industrial de Estados Unidos, el Presidente electo ha planteado impulsar
una suerte de proteccionismo, incluso, amenazando con sancionar y
gravar con impuestos a los empresarios que pretendan invertir y llevar
sus fábricas al exterior, en particular hacia México donde los salarios
reales por hora en dólares son entre 10 y 14 veces más bajos que los de
los Estados Unidos. Lo ilusorio de esta política no consiste tanto en
que no se pueda concretar en la realidad, como lo muestra la historia
del capitalismo en distintos momentos de su desarrollo, sino en el hecho
de que esta proclama, con cierta dosis de demagogia proveniente de un
empresario-presidente proclive al liberalismo, se hace en un momento en
que el capitalismo global se encuentra sumergido en una profunda crisis
estructural que no es sólo comercial, financiera, cambiaria y monetaria,
sino una crisis de naturaleza mucho más compleja y profunda que se
expresa en la cada vez mayor dificultad que presenta ese sistema para
producir el valor y la plusvalía suficientes como para poder revertir
las fases actuales de la recesión económica y, al mismo tiempo,
garantizar una nueva etapa de crecimiento de la economía mundial1
—aunque fuera muy por debajo de la que dibujó en el período posterior a
la segunda guerra mundial (los llamados "treinta años gloriosos")— y
que hoy presenta un tenebroso cuadro de cuasiestancamiento, sólo
solventado por las economías dinámicas como China y la India que, sin
embargo, también presentan dificultades en los últimos meses que
preocupan a los círculos monetarios y financieros y a los hombres de
negocios de Occidente.
Éste es, pues, el escenario de la crisis
capitalista en el que habrá de desenvolverse por los próximos cuatro
años el gobierno norteamericano bajo la presidencia del presbiteriano D.
Trump y que, al parecer, no va a ser sólo ésta la situación para este
gobierno, sino también para los demás gobiernos conservadores de Europa,
de Japón y los de América Latina, particularmente, en donde se han
revertido drásticamente los derechos y las conquistas sociales en contra
de los trabajadores y del pueblo como en Argentina y Brasil.
La
crisis en México no está dada solamente por las incertidumbres y
sacudimientos que en el sistema monetario y financiero nacional ha
causado la elección del presidente de Estados Unidos — y que beneficia
especialmente a especuladores y rentistas— sino, fundamentalmente, por
la condición histórico estructural de dependencia del país de la
dinámica del ciclo de la economía norteamericana la cual subsume
prácticamente todas las variables macroeconómicas mexicanas a sus
designios. A tal grado que en la actualidad el patrón de acumulación de
capital manufacturero-exportador depende en más de 80% de las
importaciones norteamericanas, para lo que bastaría con que el gobierno
de la potencia del norte dificultara las transacciones comerciales entre
ambos países en una suerte de boicot a la cubana para sumergir a la
economía nacional en un profundo foso difícilmente superable bajo las
vicisitudes de la vigencia de las políticas neoliberales impulsadas
ampliamente por el régimen de gobierno encabezado por el PRI y la
partidocracia mexicana. Y es justamente este último régimen la variable
fundamental para que las cosas no cambien independientemente de los
cambios ocurridos en el sistema político norteamericano; muy por el
contrario, las autoridades mexicanas inermes frente a las declaraciones
del nuevo gobierno de ese país se han apresurado a tomar una serie de
medidas fundamentalmente enmarcadas en las llamadas reformas
estructurales para privatizar las empresas públicas, particularmente las
energéticas, y afectar los derechos y las condiciones de vida y de
trabajo de la población mediante el recorte en los presupuestos sociales
en materia de educación, vivienda salud, jubilaciones y pensiones para
solventar las dificultades desencadenadas por la crisis económica
profunda del país así como para preservar sus intereses en cuanto país
dependiente y subdesarrollado y como clases dominantes frente al poderío
del nuevo bloque de poder imperialista encabezado por el presidente
Trump.
Todo indica, pues, que una vez que el presidente electo
tome las riendas del gobierno de Estados Unidos y asuma sus funciones en
enero del próximo año, el gobierno y la lumpenburguesía empresarial de
México mantendrán su status dependiente y subordinado a los intereses
estratégicos del imperialismo. En este escenario obviamente que es muy
probable que la situación política y social del país, a la par que se va
a hacer mucho más compleja, por supuesto, será aún más problemática
para la enorme mayoría de la población.
La entrega paulatina y
subrepticia de territorio mexicano a las transnacionales en materia
energética, minera, del agua, de los recursos naturales, de la
infraestructura, etc., agrega a la ya tradicional dependencia
histórico-estructural del país un nuevo status neocolonial
enteramente favorable a los intereses geopolíticos y
estratégico-militares de Estados Unidos que, como decimos, bajo la
permanencia de esta condición de subordinación dependiente del país, no
hará sino extenderse y profundizarse bajo los auspicios del próximo
gobierno que encabezará el presidente Trump en los próximos cuatro años
y, probablemente, durante otros cuatro años más, hasta el año 2025, si
es que es reelegido por el College of Electors una vez que concluya su primer mandato.
Nota:
1 Planteamos esta tesis en nuestros libros: Crisis capitalista y desmedida del valor: un enfoque desde los Grundrisse , coedición Editorial ITACA-UNAM-FCPyS, México, 2010 y Los rumbos del trabajo . Superexplotación y precariedad social en el Siglo XXI , coedición Miguel Ángel Porrúa-FCPyS-UNAM, México, 2012.
Adrián Sotelo Valencia. Sociólogo e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) de la FCPyS de la UNAM.
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