Por Jorge Carrasco Araizaga
(apro).- Cuando el principal jefe militar de un país sale a hablar mal de la clase política, cuestiona a los jueces y recibe el apoyo incondicional de los medios de comunicación, el poder civil está obligado a revisar qué tipo de Fuerzas Armadas quiere y para qué las quiere.
Detrás del discurso del hartazgo del general secretario de la Defensa
Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda, está el fracaso de la política de
seguridad del gobierno de Enrique Peña Nieto y las propias ambiciones
de los cuerpos militares.
Su
gran cuestionamiento a la tarea supletoria que están haciendo ante la
ineficacia de las policías civiles, fue directo, por partida doble
contra el secretario de Gobernación, su compañero de gabinete, Miguel
Ángel Osorio Chong.
Como encargado de la seguridad interior y responsable de la Policía
Federal, Osorio fue aludido por el general por la falta de impulso a la
ley de seguridad interior que cubra la actuación de los militares en las
calles y su inacción ante la histórica carencia de una policía civil
profesional.
No es la primera vez que las diferencias entre Cienfuegos y Osorio se
hacen públicas. Ocurrió en mayo de 2015, cuando el secretario de
Gobernación pretendió que el grupo de expertos de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos entrevistara a los integrantes del 27
Batallón de Infantería en Iguala ante los reclamos de los padres de los
43 normalistas desaparecidos. El general salió de inmediato a
rechazarlo.
El desencuentro viene desde el inicio del gobierno, cuando se
disputaron el control de la Gendarmería, el cuerpo que Peña Nieto soñó
para profesionalizar a la fuerza federal y reemplazar a la Policía
Federal unipersonal que heredó de Felipe Calderón.
Los militares querían el control del nuevo cuerpo. Como no pudieron,
se replegaron. Pero ni Osorio ni el entonces comisionado de seguridad,
Manuel Mondragón, pudieron con el proyecto presidencial y la Gendarmería
acabó en una división del cuerpo policial que no quería su jefe.
Ahora, los militares tienen todo los argumentos a su favor para reprocharle a Osorio.
Sí, los militares mexicanos están hartos. Pero no de enfrentar al
narcotráfico, sino de carecer de la protección legal que justifique su
actuación, incluidas las violaciones a los derechos humanos.
Desde hace más de dos décadas, jefes y oficiales del Ejército y la
Armada de México han participado gustosos en cuerpos policiales civiles.
Desde la Policía Federal, hasta policías estatales y municipales.
Pasando, incluso por la Procuraduría General de la República.
El estado de la seguridad pública en el país también es
responsabilidad de ellos. No sólo de los cuerpos civiles que tanto
critican.
El diferendo entre Cienfuegos y Osorio reedita la confrontación que
el sexenio pasado tuvo el general ahora retirado, Guillermo Galván, como
secretario de la Defensa Nacional, con el entonces poderoso secretario
de Seguridad Pública, Genaro García Luna.
Como Calderón, Peña Nieto descansó en los militares a cambio de
impunidad, sin que ninguno de los dos haya impulsado contrapesos a la
actuación militar. Mucho menos, la reflexión si se quiere un ejército de
guerra para el exterior o uno de intervención para la seguridad
interior, cualquier cosa que eso signifique.
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