Lydia Cacho
Plan b*
Había escuchado anécdotas como esta, que parecían sacadas del sketch
humorístico de una mente genial que se burlaba de los farsantes
millennials, hasta que, hace cinco meses, conocí bien a una
#FMillennial. Llegó a nuestras vidas para darnos una lección laboral de
primera clase.
Las y los millennials (término acuñado en los Estados Unidos), son
personas nacidas entre 1981 y 1995 porque crecieron en el boom económico
y llegaron a la vida adulta rodeados de tecnología antes del cambio de
siglo. Según la revista Forbes, 30 por ciento de la población de América
Latina pertenece a esa generación y para 2025 representarán 75 por
ciento de la fuerza laboral. Aparentemente son expertos nativos
digitales, aunque casi cualquiera podría refutar esa aseveración.
Es una la chica millennial vestida de negro, tenis de moda de rigor,
actitud arrasadora, celular como extensión de su mano. Nació y creció en
México, pero habla spanglish. La mitad de su léxico consiste en la
utilización de palabras anglosajonas para todo lo relacionado al trabajo
porque es Global Shaper. Se presenta, a los treinta años, como CEO de
dos empresas inexistentes (acrónimo de Chief Executive Officer), no, no
es directora ejecutiva, el español es demasiado vulgar para alguien tan
sofisticada. Asegura que sólo come alimentos orgánicos, pide agua tibia
en los restaurantes, aunque el mezcal y la cerveza sí pueden estar
fríos.
Su currículo en internet asegura que es una líder internacional,
emprendedora ganadora de premios (no hay rastro de un sólo
reconocimiento), que estuvo catalogada entre las líderes millennial
resilientes (no hay una sola historia pública que demuestre su
resiliencia). No tiene oficina y su asistente te cita en los cafés y
restaurantes más chics de la ciudad; llega a todas sus citas treinta
minutos tarde como mínimo.
Se expresa en lenguaje saturado de fórmulas hechas para la comunicación
de chats, sus cartas oficiales vía e-mail carecen de estructura, pero no
recibe bien la crítica, porque según ella lo de hoy es hablar con
naturalidad, expresarte frente a tus clientes tal y como eres. Considera
la comunicación estructurada, clara y precisa, una suerte de floritura
literaria anticuada.
Lo interesante, me dice, no es que sepa hacer de todo, sino que sabe
conseguir lo que otros necesitan (aunque nunca lo logre). Quieres que
entienda un proyecto cinematográfico y, faltaba más, lo googlea y plagia
íntegra la explicación de Wikipedia y ¡voilá! ya es productora.
Asiste a citas en nombre de la agrupación que la ha contratado y primero
presenta sus propios proyectos, no sabe vender, pero se presenta como
especialista en captación de fondos; eso no le preocupa, ya que está
convencida de que en su vida los compradores o donantes son responsables
de consumir. Si no lo hacen seguramente son estúpidos, pues ella sólo
elige proyectos geniales que “prácticamente se venden solos”, por eso
pide ochenta mil pesos mensuales como salario.
Al ser cuestionada sobre ética laboral su respuesta es muy sencilla: no
es poco ético plagiar ideas, robar clientes o donantes, no se llama
mentir sino soñar lo que está por hacerse; a ella le enseñaron que éste
es un mundo de competencia, si estás allí toma todo lo que puedas. Para
ella y miles de #FMillennials la palabra ética es simplemente el sufijo
de Est-(ética): lugar donde se corta el cabello y hace mani-pedi.
Sólo se rodea de hombres y mujeres que piensan como ella y tengan
Instagram, de preferencia que se muevan en el mismo círculo, que den
like sin leer, que odien las noticias (porque la realidad les impide
tener paz interior), y que sufran más por las elecciones norteamericanas
que por las mexicanas, porque allá está la cultura que les interesa.
No tiene tiempo para leer libros, ese tipo de #FMillennials son lo que
imaginan, e imaginan lo que son; aseguran que todo está en la actitud,
la aptitud y el esfuerzo son lo de menos, siempre hay alguien por allí
que lo sabe mejor que tú y a quien puedes robarle la idea. Esos
#FMillennials desprestigian a una buena parte de jóvenes brillantes de
su generación que en realidad se han preparado y se esfuerzan. Por
desgracia los farsantes van por allí dominando la política, fingiendo
avasallar el mundo empresarial.
Se creen nativos digitales porque sólo saben comunicarse por chat y usar
Keynote en su Mac, pero no hay forma en que sepan cómo se elabora la
justificación filosófica de un proyecto o los procesos de programación
para plataformas digitales. Ignoran todo sobre seguridad y memoria
cibernética, tanto así que no recuerdan que basta googlear su nombre
para descubrir que son lo que son: una faramalla, que se define, según
la RAE, como “cosa de mucha apariencia y poca entidad”. La interacción
humana profunda y el conocimiento adquirido son un aburrimiento para el
que no tienen tiempo. Si usted se ha topado con uno de ellos, seguro
reconocerá esta historia.
* Plan b es una columna cuyo nombre se inspira en la creencia de que
siempre hay otra manera de ver las cosas y otros temas que muy
probablemente el discurso tradicional, o el Plan A, no cubrirá.
Imagen retomada del sitio ClickOnline360
Por: Lydia Cacho
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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