10/12/2017

Des-romantizar la solidaridad y politizar la respuesta colectiva

Dirce Navarrete
En el contexto de las movilizaciones del #24A del 2016 en México, algunas feministas del área metropolitana (por no generalizar las experiencias en toda la república), experimentamos una especie de idealización de “la manada” y romantización de la “sororidad”. Es decir, la respuesta a la convocatoria superó lo que en ese momento imaginábamos posible, lo cual nos dio mucha felicidad e hizo sentir que por fin se hacía realidad el “nunca más solas”, el estar todas juntas con todo lo que implica la diversidad al interior del movimiento y a pesar de las dificultades en el exterior.
Este momento de felicidad, mezclada con la digna rabia en un grito que parecía unísono de “estamos hartas, pero estamos juntas”, tuvo su dolorosa caída cuando en los días, semanas y meses siguientes, nos dimos cuenta que quizá habíamos idealizado un poco… solo un poco, nuestro movimiento feminista. Tuvimos que acordarnos de todas aquellas situaciones complicadas que siempre habían estado allí, que no dejaron de estar en la movilización y que seguían luego de ésta, tales como las divisiones confrontativas entre nosotras, violencias en nuestros espacios ejercidas por nosotras y nuestras pocas herramientas para gestionarlo.
Nos dimos cuenta de lo peligroso y doloroso que es romantizar la idea de “sororidad”, sin atender el clasismo, la discriminación, la violencia que nosotras mismas ejercemos y que pone en riesgo nuestros procesos organizativos. Estar con y para las otras, movidas por esta idealización, hace de nuestra sororidad un adorno o una justificación.
Dudé mucho en poner como referencia este proceso, para hablar de la romantización de la solidaridad luego de los sismos de septiembre, pero he decidido hacerlo ya que, desde mi lugar, experimenté una serie de sensaciones y emociones muy parecidas en ambos casos.
No necesito describir una vez más la respuesta ciudadana que se dio ante la catástrofe que vivimos, pues lo hemos visto reiteradamente en medios de comunicación y redes sociales. El dolor y la pérdida parecían sentirse menos cuando, al mismo tiempo, sentíamos que regresaba la esperanza de estar juntas y juntos, haciendo algo por las demás personas, la tan aclamada: solidaridad. Por días experimentamos el ¡Sí se puede! ¡Fuerza México! ¡El pueblo unido! Incluso el ¡Es lo más parecido al anarquismo! Hasta el sentirnos culpables, por no ser “útiles” y estar apoyando en todos lados.
Conforme pasaron los días, el apoyo fue disminuyendo, las manos empezaron a escasear y llegaron más malas noticias de las que, de por sí, ya había. Resulta que durante esos días no dejó de existir todo lo demás que nos afecta como sociedad, ni siquiera en los espacios de rescate y acopios. No dejó de existir el autoritarismo ni la corrupción ejercida desde las instancias gubernamentales, no dejó de existir la mentira en los medios masivos de comunicación.
El Ejército y la Marina no dejaron de ser violentos y prepotentes, no dejaron de seguir instrucciones que ponen en riesgo la vida de las personas y la seguridad de las familias. Hubo voluntarios que se tentaron el corazón para ir a mover escombros pero no dejaron de acosar y violar. Las mujeres no dejaron de desaparecer y los casos de feminicidio siguieron ocurriendo, recordándonos que, en efecto, vivimos en una zona de emergencia, de desastre, igual que hace años.
Aquí fue donde algunas experimentamos el ¡Oh, gran decepción!  Nos sentimos envueltas en un cerco que Televisa supo vender muy bien, desgastadas física y emocionalmente, por hacer una parte de la chamba que no solo no nos tocaba hacer,  ya que es la obligación del gobierno atenderlo, sino que estábamos sirviéndoles también a ellos, llevándoles de comer, asegurándoles agua y bebidas, consiguiéndoles herramientas, resolviéndoles todo y sintiéndonos orgullosas de conformar conjuntamente lo que llaman “El Estado”.
Luego en la recuperación… Pienso en la importancia de darnos cuenta que en efecto, podemos y necesitamos atender de manera colectiva muchas cosas que nos aquejan y que nos cobran muchas vidas diariamente. Sentirnos igualmente capaces y responsables de atender conjuntamente problemáticas como la corrupción, la injusticia, la violencia feminicida.
Pienso en lo doloroso y peligroso que resulta quedarnos en la respuesta desde la histeria colectiva que exacerba el patriotismo, pero lo trascendental  y urgente que es responder con la fuerza de la comunidad, sin dejar de ver, señalar y denunciar la incapacidad y falta de voluntad de las instancias gubernamentales y de darnos cuenta de que no, no los necesitamos, pero que tampoco podemos hacer frente de manera desorganizada.
Nunca dejar de mirar, cuestionar y luchar en contra de la violencia machista, el racismo, el clasismo propio y de las demás personas, pues aportar sin cuestionar es asistencialista, es neoliberal. Juntarnos, para reconstruir el tejido social y no solo en forma de unidades habitacionales, que aportan a inmobiliarias voraces que le hacen juego a las políticas urbanas capitalistas.
Politizar, cuestionar, proponer, des-jerarquizar, hacer comunidad. Y ponerlo claro ¡la reconstrucción será feminista! Lucharemos para no quedar excluidas de este proceso de de-construir desde nuestra política en femenino, pensar y hacer desde nosotras el porvenir. ¿Podemos?
*Dirce Navarrete Pérez es politóloga feminista @agateofobia_
17/DNP/LGL

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