
Mario Campa
El patriotismo también está presente en el discurso de Claudia Sheinbaum, anclado a las vigas cimentadas por López Obrador.
Transcurrió en los Estados Unidos otro 4 de julio, Día de la Independencia. Los republicanos, galvanizados por Trump en la Casa Blanca, hondearon banderas de las barras y las estrellas y celebraron bajo el fulgor de la pirotecnia importada de China. Para el resto, que podría ser una mayoría, el día transcurrió sin mayores motivos de celebración. Washington explica la historia. Según una encuesta reciente de Gallup, sólo el 36 por ciento de los demócratas se consideran “extremadamente” o “muy” orgullosos de ser estadounidenses, un desplome desde el 62 por ciento en 2024 para tocar mínimos históricos. El 4 de julio sirvió para recordar que el nacionalismo de unos es excluyente con otros.
El significante “patriota” está hoy día capturado por las derechas. El término proliferó desde que las trece colonias disputaron la Independencia frente a los “leales” a la Corona británica. Tan sobrevivió que uno de los equipos más populares del futbol americano, los Patriotas de Nueva Inglaterra (Boston), adoptaron el nombre por el peso histórico de la región. Mel Gibson, actor conservador y embajador en Hollywood del presidente, protagonizó la controversial película El patriota (2000). Y si al presente vamos, republicanos de Florida registraron el partido Patriota en las horas más bajas de Trump. Su hija Ivanka elogió en plena toma del Capitolio (2021) a los insurrectos, llamándolos “Patriotas americanos”. Es indudable que los republicanos se apropiaron del significante patria, sin intención de prestarlo.
Las izquierdas ensayan una disputa semántica. Por ejemplo, Zohran Mamdani, joven candidato demócrata a la Alcaldía de Nueva York, escribió el 4 de julio con motivo de las fiestas patrias: “Estados Unidos es hermoso, contradictorio, inacabado. Estoy orgulloso de nuestro país, aunque nos esforzamos constantemente por mejorarlo, por proteger y profundizar nuestra democracia, por cumplir su promesa para todos y cada uno de los que lo consideran su hogar. Feliz Día de la Independencia. No hay reyes en Estados Unidos”. Mamdani encarna el patriotismo de izquierdas, uno que no venera a los Estados Unidos y lo concibe como proyecto inacabado. En especial, los ideales de libertad, igualdad y solidaridad son ajenos a los más humildes. Luego, un acto patriota, lejos de legitimar abusos entre naciones, promueve el bienestar colectivo al interior y al exterior.
No sólo en Estados Unidos hay intentos de resignificación. Desde la guerra contra Francia de 1808, la idea de patriotismo en España ha estado atada a pulsiones chovinistas, asociadas a las derechas. La irrupción de Podemos en el 2014 como partido de izquierdas planteó lo que Javier Olloqui (2016) llama —a partir de Staub (1991,1997)— un patriotismo “constructivo”, antítesis del patriotismo “ciego”. Su líder, Pablo Iglesias, empleaba el lenguaje en sentido figurado para enfatizar aspectos sociales o populares y, en cambio, diluir concepciones etnocéntricas. La soberanía nacional o el Estado del Bienestar fueron de especial relevancia para disociar al patriotismo del chovinismo. En España, dos manifestaciones del nacionalismo imperial son la Corona y el castellano, defendidos hoy día de manera incondicional por las derechas.
Para resignificar el patriotismo, Podemos empleó diversas metáforas. “La patria es tu gente” sirvió para identificar a las personas con el Estado. Otra estrategia destacada fue la conceptualización de la patria como un fenómeno económico: “Los ricos sólo tienen una patria, su dinero… nuestra patria no es una marca”. Asimismo, la asociación entre la patria y la accesibilidad de los servicios públicos fue otro pilar discursivo: “La patria es poder llevar a tus hijos pequeños a una escuela pública. La patria es que el Gobierno garantice que a los enfermos de hepatitis se les da la mejor medicación. La patria es que si tu abuelo está muy mayor, va a haber alguien que le cuide. La patria es derecho a que te atiendan en un hospital”. En la definición de un “nosotros contra ellos”, todo acto contra el Estado de Bienestar —como las políticas de austeridad o la evasión de impuestos— es considerado antipatriota.
En México, la resemantización del patriotismo es un proceso inconcluso. “La patria es primero”, frase atribuida a Vicente Guerrero, evoca la idea de sacrificio, compromiso y amor a la nación. Su aplicación soberanista reemerge cuando las agresiones de Estados Unidos despiertan lo que Lorenzo Meyer llama un nacionalismo “defensivo”. En esa misma familia discursiva, Benito Juárez ensalzó ideales de soberanía e independencia con dichos como “el amor a la patria es una pasión superior a todas las pasiones”. Esa tradición de imbricar el patriotismo a episodios históricos perdura. En el léxico popular, un “vendepatrias” es quien antepone las utilidades del capital extranjero sobre el interés general.
El patriotismo también está presente en el discurso de Claudia Sheinbaum, anclado a las vigas cimentadas por López Obrador. La frase “México no está en venta, la patria no se vende, la soberanía no se negocia” pronunciada por la Presidenta converge en el gran cauce del patriotismo “constructivo”. Cuando discursea que los migrantes en Estados Unidos son “héroes de la patria”, Sheinbaum ata el patriotismo a pequeños grandes actos de solidaridad, como el envío de remesas a la comunidad. Asimismo, el programa Tejedoras de la Patria informa sobre las acciones y las políticas de género, como la Pensión Mujeres Bienestar. Sin soltar la tradición revolucionaria, la mandataria hermana la justicia social a la idea de patria. Pero es una excepción a la regla.
El patriotismo de izquierdas enfrenta duras pruebas ante la ola chovinista que recorre el mundo. En los Estados Unidos, tiene como tarea titánica sobreponerse al ultranacionalismo que enarbola símbolos de poderío militar y económico: los tanques, el dólar y la supremacía tecnológica son ejemplos. Para el resto del mundo, la resistencia frente a los intereses de Washington y la búsqueda de economías morales es indispensable para despertar al patriotismo que integra, no al que excluye. Sólo así adormecería al patriotismo ciego que hondea banderitas cada 4 de julio sin construir a diario una nación para todos. Sólo así brotarían legiones de patriotas con sentido del deber y amor a la gente, apartados de la romantización vacía de país.
Mario Campa
Mario A. Campa Molina es economista político e industrial, graduado del MPA de la Universidad de Columbia (2013-2015). Colabora como columnista y panelista en diversos medios y es editor contribuyente en español de la revista de ideas Phenomenal World, del Jain Family Institute (NY). Tiene experiencia laboral en el sector financiero, energético, público y académico.
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