De lo perdido, lo que aparezca
Uno se esfuerza por encontrar la joya oculta y, en el mejor de los casos, descubre curiosidades. Como Viva Riva!, uno de los raros ejemplos festivaleros de cine africano sin una agenda política o un contenido folklórico/musical. Producida en la República Democrática del Congo y dirigida por el debutante Djo Tunda Wa Munga, la cinta se inscribe en el género gansteril, al centrarse en un bribón llamado Riva que, al robarse un cargamento cotizado, se vuelve blanco de un capo de Kinshasa y unos hampones de Angola. No se trata de droga sino de gasolina, al parecer un combustible muy escaso por esos lares. Las cosas se complican cuando el protagonista se enamora de la bella amante del capo. Entre ambientes sórdidos, una manifiesta carga erótica y un alto conteo de cadáveres, el director consigue un tono pulp que Mickey Spillane no hubiera despreciado.
También interesante ha sido Essential Killing, coproducción polaca-noruega-húngara-irlandesa, segunda película en el regreso inopinado de Jerzy Skolimowski a la actividad cinematográfica. Un guerrillero talibán (Vincent Gallo) logra escapar tras ser capturado por el ejército estadunidense y se interna en un paisaje nevado, que podría ser la estepa rusa, mientras elude a sus perseguidores. Con diálogos sólo incidentales y apenas algunos acentos de música, Skolimowski filma con rigor esta historia de supervivencia en un entorno agreste, sin caer en la aventura heroica u otras convenciones hollywoodenses. En su lectura política, Essential Killing ilustra la tenaz resistencia tercermundista de quienes se han opuesto a la invasión de las superpotencias.
Una realización desnuda de adornos como la de Skolimowski contrasta con el dispendio de recursos en una película de época. Lope, por ejemplo. Esta coproducción hispano-brasileña, dirigida por el carioca Andrucha Waddington, supone la vida del dramaturgo Lope de Vega en los primeros años de su prolífica carrera, cuando se debatía entre dos amores. Según corresponde a la moda, todo se ve mugroso en la Madrid del siglo XVI, los personajes siempre están desaliñados, las uñas sucias. Ese realismo no aporta empero mucha convicción al desapasionado retrato de una figura que se plantea tan dado a los galanteos y duelos de espada como Errol Flynn (¿Os cae?). En tres películas, Waddington no ha desarrollado algo que pueda ser confundido con una personalidad y esa especie de pusilanimidad la vuelve perfecta para recoger falso prestigio. No extraña que la academia española la haya elegido como una de las tres candidatas a la nominación al Óscar.
Ya haciendo las cuentas finales, se reporta que la venta de películas ha sido exitosa en el 35º aniversario del festival Ese lado de la industria, por lo menos, sí cumplió.
El edificio en que vive la joven Paloma (Garance Le Guillermic, 11 años, alma de filósofa, temprana vocación de suicida) es tan ostentosamente convencional y tan conservador en sus manías de urbanidad, que parece concentrar varias décadas de una tradición rancia. Mucho más de lo que la sensible y perspicaz Paloma puede soportar. Habiendo planeado poner fin a los 12 años a una existencia sin alicientes ni sentido, la joven tendrá su prueba de fuego existencial al entrar en contacto amistoso con Renée (Josiane Balasko), una portera malhumorada, lectora voraz de Tolstoi, y con un impecable inquilino japonés, Kakuro Ozu (Togo Igawa), quienes paulatinamente, y casi sin proponérselo, contribuirán vigorosamente a la educación sentimental de Paloma.
El encanto del erizo ofrece en su trama sencilla la materia y sustancia de un cuento moral. Cuidadosamente evita el trazo grueso de la comedia urbana (El destino fabuloso de Amélie Poulain, Jean Pierre Jeunet, 2001), y sus detalles surrealistas y su fresco social tan nostálgico de las añejas virtudes de la Francia profunda, para concentrarse de modo muy fresco y muy distinto en tres personajes cuyos destinos se entrecruzan en tres niveles de un mismo edificio, confundiendo nacionalidades y clases sociales en un sutil comentario social. La portera Renée se ha integrado de modo radical al inmobiliario que cuida celosa y metódicamente. Luego de la pérdida de su esposo, ausencia que nadie en el edificio llega a notar o a echar de menos, la viuda naufraga en la desazón moral y el completo desaliño de su persona. Ella es un ser tan práctico para el funcionamiento del edificio como prescindible socialmente: una persona-objeto, un accesorio más del inmobiliario que la gente cruza sin tomar en cuenta. Renée vive así enclaustrada en su minúsculo apartamento de portera, rodeada de una biblioteca secreta, acompañada de un gato fiel y perezoso.
La cinta describe el encuentro de la inteligentísima niña suicida y la empleada autodidacta y misteriosa, un encuentro propiciado por un japonés seductor y maduro que guarda la clave de una posible liberación venturosa. ¿Cómo se relacionan estos personajes? ¿De qué manera triunfa el gusto por el arte y la literatura sobre la indolencia, el fatalismo y una bajísima autoestima? Josiane Balasko, experimentada humorista del grupo parisino Le Splendid en los años 80, también protagonista, guionista y realizadora de La amante de mi mujer (Gazon maudit, 2005), una de sus múltiples comedias populares con que quiso rivalizar con el sarcasmo provocador de Bertrand Blier (Les valseuses, 1974), da un giro importante en su carrera artística con esta vigorosa interpretación de Renée, la portera espiritualmente extraviada en su minúscula conserjería de planta baja. El resultado es atractivo: una película melancólica, cargada de humor y de ironía, sobre el presentimiento y significado de la muerte, las revelaciones sorprendentes de una existencia gris, y los talentos celosamente resguardados que protegen de la mezquindad moral.
Próximas exhibiciones: Cinemanía, 24 de septiembre, Cinematógrafo del Chopo, 1º de octubre, FES Acatlán, 11 de octubre. Mayor información sobre el ciclo: www.tourdecinefrances.net.
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