Raquel Tibol/I
Remedios Varo en 1958, por Kati Horna. Fotografía tomada del catálogo razonado publicado por Era
El
8 de octubre se cumple medio siglo de la muerte de la pintora Remedios
Varo, figura fundamental en la historia de la plástica mexicana. Para
recordar a la artista, la crítica de arte Raquel Tibol, una de las
voces más autorizadas en el tema, comparte con los lectores de La Jornada un testimonio acerca de la autora de una vasta, compleja y deslumbrante obra. La segunda parte se publicará el domingo próximo
Remedios Varo pertenece a la
generación que vivió de manera consciente y fue marcada por la primera
y la Segunda Guerra Mundial. Llegó a México en 1942 en compañía de
Benjamin Péret, a quien había conocido en 1936 en España, cuando él
decidió ir personalmente a expresar su solidaridad a los anarquistas
concentrados en el frente de Aragón y tratar de unirse a las Brigadas
Internacionales.
Cuando comenzaron a vivir juntos en 1937, ella tenía 29 años de edad
y llevaba cuatro separada de su marido, el pintor Gerardo Lizárraga,
condiscípulo suyo en la Academia de San Fernando de Madrid, con quien
se había casado en 1930. Su unión con Péret, hombre de extrema
izquierda, demuestra que no compartía la filiación política de su
hermano Luis, menor que ella y su adorado compañero de juegos
infantiles, quien militaba en las filas del franquismo. Su hermano
mayor, Rodrigo, era republicano, fue encarcelado por los falangistas y
debió exiliarse en Venezuela para poder ejercer su profesión de médico.
¿Habrá sido Remedios la
gacela perdida en un cine de los bulevares, la que tenía en la mirada picaflores que huían por los espejos, a quien Péret declara su amor en el poema
¡Hola!, publicado en Je sublime justamente en 1936?
En 1937 Remedios y Péret llegan a París pensando tramitar su pronta
salida hacia México, alentados por los planes que desde 1936 venía
elaborando en tal sentido André Breton, quien sí logró partir a fines
de 1937. El 9 de junio de 1938 Péret le escribe angustiado la siguiente
carta a Breton:
Mi querido André: Recibí ayer tu tarjeta postal. Desde hace casi
seis semanas estoy esperando los papeles que necesito para partir.
Fraysse me ha prometido arreglar las cosas en el Quai d’Orsay, de
conseguir un pasaporte a Remedios y de obtener después nuestras visas
diplomáticas. El Quau d’Orsay nos ha hecho dar vueltas de semana en
semana para finalmente negar toda posibilidad alegando que yo deseo ir
allá por razones políticas y que mi pasado en este terreno no le
permite confiar en mí, etc. Ya puedes imaginarlo. Además también han
negado el pasaporte a Remedios y ahora me encuentro con el dinero del
viaje asegurado y en la imposibilidad de partir a causa de este
pasaporte y por la imposibilidad en que estoy de sacar trescientos
dólares para depositar en la aduana mexicana. Telegrafié a Lupe (a
quien escribo al mismo tiempo que a ti) y quien probablemente te ha
hablado de esos telegramas.
Testimonio de aquel difícil tiempo parisino lo encontramos en la Historia del surrealismo de Maurice Nadeau:
Péret, vigilado a su vuelta de España es, algunos meses después de
la movilización, encarcelado por sus actividades revolucionarias.
Evadido durante el éxodo, fue, antes de partir para México, el único
surrealista de nota que residió en París en los años 1940 y 1941.
Siempre el mismo intransigente y el mismo poeta natural y grande.
Varias veces corrió el rumor de su muerte que nunca quisimos creer.
Luego se supo que continuaba su lucha en México.
El 20 de noviembre de 1941, con la ayuda de varios amigos y vía
Casablanca parten Remedios y Péret hacia el Nuevo Mundo. Por la
militancia política de él no pueden ingresar a Estados Unidos y se
acogen al único destino posible: México, donde ella, se ganará la vida
diseñando publicidad para la industria farmacéutica Bayer, decorando
paredes y muebles para restaurantes y residencias y restaurando
cerámica prehispánica. Por su parte Péret hace traducciones y da clases
de francés en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura de la
Secretaría de Educación Pública y en otros lugares. En una nómina de
esa escuela, de marzo de 1944, el nombre de Péret figura junto al de
Esteban Francés, el pintor que en 1934 iniciara a Remedios en los
movimientos vanguardistas al invitarla a participar en el grupo
Logicófoboque él había organizado en Barcelona. Figuraban también en la nómina Diego Rivera, Germán Cueto (primo mexicano de Marie Blanchard), dos artistas que habían despertado el interés de Antonin Artaud: el escultor Luis Ortiz Monasterio y la pintora María Izquierdo, y Frida Kahlo, la pintora cuya contribución al arte de nuestra época había sido señalado por Breton como
llamada a tomar, entre las diversas tendencias pictóricas que se abren camino, un valor de participación muy particular.
Cuales no serían mi sorpresa y mi alegría –escribió André Breton– al
descubrir, al llegar a México, que su obra, concebida en toda
ignorancia de las razones que han podido hacernos actuar a mis amigos y
a mí, florecía con sus últimas telas en pleno surrealismo. En el punto
actual del desarrollo de la pintura mexicana que es, desde principios
del siglo XIX, la que mejor se ha sustraído a toda influencia
extranjera, la más profundamente prendada de sus recursos propios,
volvía yo a encontrar en el otro extremo del mundo esa misma
interrogación espontáneamente brotada: ¿a qué leyes irracionales
obedecemos, qué signos subjetivos nos permiten a cada instante
dirigirnos, qué mitos están en potencia en tal amalgama de objetos, en
tal forma de acontecimientos, qué sentido atribuir a ese dispositivo
del ojo que nos hace aptos para pasar del poder visual al poder
visionario?
El cuadro que Frida Kahlo de Rivera estaba terminando entonces –Lo que el agua me ha dado– ilustraba sin saberlo la frase que recogí en otro tiempo de labios de Najda:
Soy el pensamiento sobre la tina en la pieza sin espejos. No falta ni siquiera en este arte la nota de crueldad y de humorismo que es la única capaz de unir los raros poderes afectivos que entran en composición para formar el filtro cuyo secreto tiene México [...] Me he visto llevado a decir, en México, que no había, en el tiempo y en el espacio, pintura que me pareciese mejor situada que ésta. Añado que no la hay más exclusivamente femenina en el sentido de que, siendo la más tentadora, consciente de buen grado en hacerse alternativamente la más pura y la más perniciosa. El arte de Frida Kahlo de Rivera es una cinta alrededor de una bomba.
Antonin Artaud había llegado a México en febrero de 1936. Los días
26, 27 y 29 de febrero, patrocinado por el Departamento de Acción
Social de la Universidad Nacional Autónoma de México, impartió tres
conferencias en el Anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional
Preparatoria, teniendo a sus espaldas el mural La Creación, pintado por Diego Rivera en 1922. Las conferencias versaron sobre
Surrealismo y revolución,
El hombre contra el destinoy
El teatro y los dioses. Para la publicidad se habían divulgado unos resúmenes escritos por el propio Artaud. El referido al surrealismo decía:
Mostraremos en esta conferencia el nuevo estado de espíritu de la
juventud de Francia. Diremos lo que piensa del surrealismo y diremos
cómo ha evolucionado. Hablaremos del materialismo histórico y
dialéctico de Karl Marx y de Lenin. Trataremos de definir la situación
de los intelectuales franceses con respecto al proletariado y a la
cuestión social en conjunto. Describiremos la inquietud de la juventud
frente a todas las grandes cuestiones que agitan al mundo. Diremos,
para concluir, que en Francia una idea nueva sobre el hombre está a
punto de constituirse. En cierto modo, un humanismo que no es ya del
siglo XVI.
A partir del mes de mayo de 1936 Artaud comienza a colaborar en
varios periódicos mexicanos, principalmente en el diario gubernamental El Nacional. Por la crítica implícita al surrealismo, interesa recordar algún párrafo del artículo
La pintura francesa joven y la tradicióndonde afirmaba:
En la pintura francesa actual hay una reacción antisurrealista
marcada. Esta reacción está representada sobre todo por el joven pintor
Balthus, quien fatigado de una pintura de larvas, trata de organizar su
mundo, un mundo suyo, pero aprovechando los profundos sondeos que el
auténtico pensamiento surrealista ha realizado en el mundo del
inconsciente. La pintura surrealista era una negación de lo real, una
especie de descrédito fundamentalmente arrojado sobre las apariencias.
El mundo surrealista no niega los objetos, pero los desorganiza.
Introduce en el primer plano de la concepción de las cosas un divorcio
entre los sinfines y la razón. En él no existe diferencia entre el
mundo de los sueños y el de la razón aplicada.
De los artistas mexicanos activos entonces, fue la pintora María
Izquierdo quien despertó el máximo interés de Artaud. A ella le dedicó
dos artículos y un poema por su
inspiración verdaderamente indianay por su
pintura sincera, espontánea, primitiva, inquietante, aunque aclaraba:
Esta pintura es espontánea, pero no pura: aquí y allá, en ciertas
obras, puede encontrarse una influencia directa del arte moderno
europeo. Este es el peligro: se diría que, a medida que se desenvuelve
la actividad pictórica de María Izquierdo, está cada vez más influida
por las técnicas modernas de Europa y, en ciertas telas, hasta por el
espíritu. Y esto es aún más lamentable.
Como Rimbaud en África y Gauguin en Tahití, Antonin Artaud buscaba
en México un mundo aborigen incontaminado y creía percibir esencias de
ese mundo en las obras de María Izquierdo:
El espíritu de la raza india habla tan fuerte en ella que aun
inconscientemente repite su voz [...] Toda la pintura de María
Izquierdo se desarrolla en este color de lava fría, en esta penumbra de
volcán. Y esto es lo que le da su carácter inquietante, único entre
todas las pinturas de México, lleva el destello de un mundo en
formación, de un mundo que se funde. Sus ruinas no evocan un mundo en
ruinas, evocan un mundo que se rehace.
A diferencia de Artaud, Breton no llegó a México para descubrir lo
incontaminado, sino a divulgar y reafirmar sus ideas. Prueba de ello
son opiniones suyas publicadas el 14 de mayo de 1938 en la revista Hoy,
referidas a la situación de la literatura francesa del momento, a la
posición de los intelectuales franceses ante los avances del fascismo,
a las causas del fracaso del gobierno del frente popular y también a la
situación de la pintura en Francia.
En París acaba de celebrarse una exposición internacional del
surrealismo que siguiendo a las de Londres, de Copenhague, de New York,
reunía las obras de sesenta artistas, originarios de quince países
diferentes [uno de los sesenta fue Remedios Varo]. La reputación
mundial de Max Ernst, de André Masson, de Joan Miró, de Yves Tanguy, de
Salvador Dalí, encontró en esta manifestación su consagración
definitiva, al mismo tiempo que se revelaban con un brillo particular
Wolfgang Paalen y Kurt Seligmann y que se descubría el más
admirablemente dotado de todos los jóvenes pintores –tiene veintitrés
años de edad–, Matta Echaurren. También aquí, como en el dominio de la
poesía, me agradaría hablar de tendencias nuevas –exteriores al
surrealismo– si esas tendencias existieran, pero forzoso es reconocer
que todo lo que se desenvuelve al margen de este movimiento es de
naturaleza puramente regresiva.
Estas declaraciones pueden tomarse como el preludio para la versión
mexicana de la Exposición Internacional del Surrealismo que, alentada
por André Breton, organizaron en enero-febrero de 1940 Wolfgang Paalen
y el pintor y poeta peruano César Moro para la Galería de Arte
Mexicano. Hubo dibujos, pinturas, fotografías, objetos, collages,
reproducciones. Diego Rivera prestó piezas de arte prehispánico y
máscaras de danzantes. Paalen aportó obras de arte tribal de Nueva
Guinea y otros lugares. Entre originales de Max Ernst, Óscar Domínguez,
Yves Taguy, Eva Sulzer, Paalen, Francis Picabia, Man Ray, Gordon Onslow
Ford, Esteban Frances, Henry Moore, Joan Miró, Matta, Masson, Magritte,
Klee, Kandinsky, Alberto Giacometti, Víctor Brauner, Salvador Dalí,
Frida Kahlo (que presentó Las dos Fridas y La mesa herida, este
último infelizmente inlocalizable), De Chirico, Delvaux, Alice Rahon,
Diego Rivera, Kurt Seligmann, Carlos Mérida, Moreno Villa y otros de
aquí y de allá, surrealistas o no. Remedios (que entonces no usaba
apellido) figuró con Recuerdo de la walkyria, pintura de 1935.
Entre
los mexicanos seleccionados no estuvo María Izquierdo, la pintora
preferida de Artaud y considerada después como figura de primer rango
dentro del surrealismo mexicano, el cual nunca llegó a constituirse en
grupo o en movimiento. Las afinidades fueron planteadas por críticos e
historiadores, no por los artistas. Hay, sí, muchas obras catalogables
como surrealistas después de someterlas a examen según la metódica
clasificación hecha por el norteamericano Alfred H. Barr y recogida por
Jorge Romero Brest: imagen simple compuesta, doble imagen, perspectiva
fantástica, animación de lo inanimado, metamorfosis, aislamiento de
fragmentos anatómicos, confrontación de cosas incongruentes, milagros,
anomalías, abstracciones orgánicas, máquinas fantásticas, pinturas de
sueño, creación evocativa del caos, pinturas y dibujos automáticos o
casi automáticos, objetos transformados, alegoría, neorrealismo
fantástico. Antes de 1940 María Izquierdo ya combinaba con certeza en
sus telas elementos incongruentes, perspectivas fantásticas y cosas
fragmentadas.
En la presentación de la Exposición Internacional del Surrealismo,
escrita en noviembre de 1939, César Moro entonaba un ditirambo
desmedidamente publicitario:
Por primera vez en México, desde siglos, asistimos a la combustión
del cielo, mil signos se confunden y se distinguen en la conjugación de
constelaciones que reanudan la brillante noche precolombina. La Noche
purísima del Nuevo Continente en que grandiosas fuerzas de sueño
entrechocaban las formidables mandíbulas de la civilización en México y
de la civilización en el Perú. Países que guardan a pesar de la
invasión de los bárbaros españoles y de las secuelas que aún persisten,
millares de puntos luminosos que deben sumarse bien pronto a la línea
de fuego del surrealismo internacional. La pintura surrealista es la
ventura concreta por excelencia. Es el salto que aplasta las cabezas
babosas y amorfas de la canalla intelectual (...) Naturalmente todavía
quedan espectadores para el largometraje de telas anecdóticas,
decorativas o simplemente sucias. El espectador de la pintura
surrealista puede encontrarse bruscamente ante sí mismo y esto es lo
que muchos no perdonan. La libertad de pintar como Picasso, para los
que alegremente sostienen que es muy fácil pintar así, queda inaugurada
(...) El surrealismo muestra sus armas terribles: la palabra, una tela,
colores, humo, cola. Lo que durante siglos cretinizó al hombre, está
ahora en manos del hombre y no en las manos de fantasmas académicos.
Se pueden confrontar con esta verborrea autocomplaciente unas
declaraciones hechas por Benjamin Péret, poco después de su arribo a
México, al reportero Ulises Monferrer:
Los surrealistas aspiramos a traducir, en cifra de arte, lo más
característico del hombre, a presentarlo tal como no se le conoce,
buscando la expresión de su subconsciente. Todas las imágenes son
expresión de un proceso reactivo de tipo subconsciente (...) La
afluencia de preocupaciones surrealistas en la pintura más moderna es
de sobra conocida. Tanto en la pintura como en la literatura del
pasado, los atisbos más geniales de pintores, escritores y poetas
fueron surrealistas. Goya, el Greco y tantos otros ¿no fueron
surrealistas? Orozco tiene muchas cosas de tipo surrealistas y también
Diego Rivera. En nuestro tiempo se necesita un lenguaje nuevo y una
manera de ver e interpretar al hombre y al mundo muy diferente de la
que está en uso. ¿Cómo se podría dar una imagen o un trasunto de la
vida actual, si no es por medio del surealismo? Guerras, revoluciones,
angustia sin fin: los prodigios de la técnica empleados para aniquilar
a los pueblos y desatar por todas partes el caos y la destrucción. Un
enorme cambio se está produciendo (...) Una honda y enorme revolución
camina hacia su meta en todos los continentes. El parto del futuro es
siempre doloroso, pero nunca lo ha sido tanto como ahora. Un mundo se
hunde envuelto en sus propias contradicciones.
Poco se ha insistido en la profunda lesión que la Guerra Civil
Española primero y la Segunda Guerra Mundial después provocaron en el
alma de Remedios Varo. En sus primeros años mexicanos se retrajo, dejó
de pintar, frecuentó a pocas personas. Tuvo una sola amiga fraterna:
Leonora Carrington, la escritora y pintora inglesa que entró al círculo
surrealista al unirse en 1936 a Max Ernst. En 1940 él es internado en
un campo de concentración y ella sufre un colapso sicológico. Es
enviada a un hospital siquiátrico en Santander, España. A los seis
meses se escapa, viaja a Lisboa y se refugia en el Consulado de México.
Conoce al periodista y poeta mexicano Renato Leduc, con quien contrae
matrimonio. Viven un tiempo en Portugal y durante un año en Nueva York.
Cuando en 1943 llegó a México quiso Remedios que Leonora compartiera
con ella su precaria vivienda. Desde entonces hasta su muerte fue su
hermana espiritual. Leonora adquirió la nacionalidad mexicana, paso que nunca dio Remedios, quien conservó su nacionalidad española, aunque jamás quiso regresar a su tierra natal. Cuando en 1947 Péret decide volver a París, Remedios prefiere la separación definitiva. Nunca más pisaría los escenarios de sus angustias juveniles.
Poco importa para atar cabos en torno a la estética de Remedios lo
que pudo haber ocurrido con el surrealismo en México entre 1947 y 1953,
año de su reincorporación a la pintura, cuando la convivencia con
Walter Gruen, hombre culto, discreto y de gran finura de trato, la
induce a una concentración intelectual que no había logrado recuperar
durante una larga década. Pero quizá resulte muy ilustrativo conocer lo
que en 1953 pensaba uno de los grandes protagonistas del surrealismo:
Luis Buñuel, llegado a México en 1947. En una entrevista que le hice
mientras filmaba La ilusión viaja en tranvía expresó:
Yo ya no soy surrealista porque no pertenezco a ningún grupo. El
cambio de la vida y las necesidades han hecho que no me interese
pertenecer a ningún grupo. La reacción surrealista correspondió a
determinada realidad; ahora comprendo que no se puede enfrentar la
realidad exclusivamente con el surrealismo. Pero aunque ya no
pertenezco a grupo alguno, la educación, la disciplina surrealista
están en mí. El surrealismo fracasó como revolución –una revolución no
la pueden hacer treinta y tres individuos–, pero se integró a la vida
en general. El surrealismo no es algo inexistente que se agrega a la
realidad, no inventa la realidad, la ve más completa; no es algo que
haya que buscar, está ahí. La Academia nos acostumbró a pensar
racionalmente, pero el hombre no es racional. Freud ha puesto al
descubierto su condición irracional. La razón es un elemento de
contacto social, una cláusula de convivencia; pero el subconsciente
existe; por eso hoy podemos afirmar que el surrealismo era lo que
faltaba para completar nuestra visión de la realidad, ya que ésta
encierra un sentido terrible y extraordinario que hay que descubrir. No
soy surrealista porque el surrealismo como escuela ha cumplido su
cometido, ya ha dejado su huevo. Es una contribución al conocimiento
humano y seguirá existiendo hasta el final del hombre. El surrealismo
nació como fuerza del humor, se fundamentó en el humor como fuerza
liberadora. Siendo el último elemento poético subversivo en la sociedad
actual, y por lo mismo un producto de alta civilización, el humor forma
parte de él, lo integra fatalmente. Pero no hay que confundir humor con
ironía. La ironía es un elemento parcial, individual, aislado. Es
decorativa, puede acentuar. Yo estoy contra la ironía. El humor es
tremendo, violento y liberador.
Es un escape para producir sensaciones
subversivas y desagradables a través de la risa (...) Lo sentimental es
lo contrario del humor. Lo sentimental es conformista, agrada al hábito
emocional de la gente. Todo el público entra por lo sentimental. El
surrealismo, en cambio, es mezcla de ternura y crueldad, y en esa
mezcla justamente reside su calidad. Es una ternura que el público
agradece porque la que espera es más oficial. Yo le doy enorme alcance
a la ternura. Ternura por ambivalencia, por oposición a la crueldad. La
ternura como efusión humana. El sentimiento en cuanto a emoción es
valioso, muy distinto por cierto a la expresión lloricona, aunque no
debemos olvidar que hay lágrimas subversivas (...) La cosa poética es
lo que me interesa, es un manto que se extiende sobre todo, y no puede
haber poesía sin humor. Mi línea estética no es tal, sólo reconozco una
línea moral. La estética me viene floja. Renuncio a lo estético o a lo
bonito. Persigo una finalidad moral; pero esa moral no es la
consuetudinaria. El buen o el mal gusto me da igual. Por instinto me
acerco más al mal gusto que es de por sí antiartístico. El mal gusto me
atrae, como me atrae la pugna entre dos seres humanos, sus deseos, sus
odios, sus amores, la reacción ante la sociedad que los rodea, su bien,
su mal, su patria, su familia (...) Lo que busco es dejar a la gente
completamente intranquila, demostrarle lo falso de su actual seguridad.
Lo ideal para mí sería provocar una desconfianza absoluta en el público
respecto de sus sentimientos, su economía y sus relaciones
fundamentales. Por eso es que no le puedo dar ninguna importancia a la
opinión de la gente, porque me opongo al conformismo, a la certeza de
su seguridad y su serenidad, certeza que niega toda rebelión.
Estas opiniones de Luis Buñuel permiten constatar hasta qué punto
fueron divergentes las plataformas estéticas de los dos surrealistas
españoles afincados definitivamente en México. Remedios no miró el
entorno de su país de adopción. Nada más lejos de su impulso inventivo
que la subversión crítica de Los olvidados, Subida al cielo o La ilusión viaja en tranvía.
Creo que fui la única periodista que logró tener con Remedios Varo
un atisbo de entrevista. Fue en 1957, a más de un año de su primera
exposición individual (25 de abril al 15 de mayo de 1956) en la muy
pequeña galería Diana de Rosita Bal y Gay, esposa del conocido
musicólogo de esos apellidos. Remedios vivía entonces en un humilde
departamento de la avenida Álvaro Obregón, al que me costó mucho llegar
porque la dueña de la galería se negaba a darme sus señas. Seguramente
su excesivo cuan calculado celo llevó a Remedios a buscar otro
representante. Fue Juan Martín, con quien hizo el resto de sus
exposiciones y que se convirtió en su perpetuo acompañante. La primera
exposición estuvo integrada por dos dibujos y diez pinturas: Flautista, Hallazgo, Prestidigitador, Ruptura, Ermitaño, Roulotte, Revelación, Trasmundo, Tarea, Simpatía.
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